Voy a tener que escribir un libro. ¿O no?

Voy a tener que escribir un libro. ¿O no?
libros2

En Twitter la gente lucha en su perfil con una tarea ingrata: la de definir lo que son o lo que hacen en un escueto párrafo. Ahí uno se encuentra de todo. Los que lo hacen en inglés porque queda más cool, los que usan hashtags, los que dicen ser lo que hacen (fundador de esto, director de esto otro), los que dicen ser lo que son (maestro de nada...), los ocurrentes, los insulsos, los que ponen mucho y los que no ponen nada. Y claro está, los que se esfuerzan demasiado y los que nos esforzamos poco. Yo he pasado también por alguna de esas fases, pero al final decidí utilizar una sola palabra que dejaba claro lo que hago, aunque no necesariamente lo que soy (un poco frase de anuncio :) ).

Escribo.

Lo hago constantemente y sin parar. Puede que no sea tan prolífico como Asimov o Stephen King, pero oye, llevo lo mío. El tema es que esto de escribir en formato corto hace que inevitablemente surja el desafío. ¿Sería capaz de escribir un libro? ¿Algo medio largo y que valiese la pena?

He hecho mis pequeños experimentos al respecto. En primer lugar mis guías de compras de smartphones, que son e-books modestos pero que en la segunda edición llegaba a las 100 páginas (fotazas incluidas). En segundo, mucho más relevante para mí, las historias que he ido publicando de esa ya mítica serie de Harry y Sally que me permiten ir jugueteando con un formato que me divierte y que creo que tiene cierto encanto.

Eso me lleva a pensar que sí. Que sería capaz de escribir un libro. El problema es que escribir libros no suele dar muchas alegrías. Estoy seguro de que habrá pocas cosas que le den más orgullo a un escritor (o aspirante de ello) que terminar un libro con la sensación de que lo has hecho bien. Pero claro, el orgullo no da de comer. Pretender que tu libro se convierta en un best-seller es bonito como sueño, pero peligroso como objetivo.

Y lo es porque en este país no venden libros los escritores, sino los nuevos famosos. Lo contaban hoy en un artículo fantástico en El Confidencial en el que se publicaban las cifras de venta de autores reputados en sus últimas obras. Salvo excepciones honrosas (y sin mención a súper escritores como mi admirado Pérez-Reverte) esos autores que uno ve en la Fnac o en la Casa del Libro venden apenas unos cientos de ejemplares.

De hecho en el reportaje parece quedar claro que rondar los 500 ejemplares es un pequeño éxito para cualquier autor. Si tenemos en cuenta eso, casi me puedo dar con un canto en los dientes con mi guía de compra de móviles, que sin acercarse a esa cifra tuvo unas ventas que tras ver todo esto fueron de hasta decentes.

Lo debatía hoy con Joe Di Castro en Twitter al compartir el tema de El Confidencial, y él, que ya ha publicado un libro (sobre distros Linux, nada menos), me avisaba de que si me decidía huyera de las editoriales como de la Parca, apuntando además brevemente que su experiencia en general había sido decepcionante. Eso, claro, desanima.

Uno de mis mejores amigos (¡Juanky!) está precisamente comenzando el suyo, y aunque él mismo confiesa que aún tardará bastante tiempo en terminarlo, está enormemente ilusionado con el proyecto. Sabe lo difícil que es que el libro triunfe, pero eso no le impide pensar que su idea y su trabajo pueden dar resultado. Que es básicamente lo que creo yo del mío. Estoy bastante orgulloso de lo que escribo aquí y allá, y tengo cierta confianza en que de encontrar una idea válida (en ello estoy), la cosa no quedaría mal del todo.

Eso no serviría de mucho, porque por muy contento que quedara, seguramente me encontrase con la misma situación en la que se encuentran la inmensa mayoría de autores en nuestro país y en nuestro idioma. La cultura del todo gratis se ha apoderado de buena parte de la población, así que pagar por un libro parece algo poco probable cuando se monta la que se monta cuando algunos tuvieron (tuvimos) que pagar 0,89 euros por usar WhatsApp. Herejía.

Mi guía de compra de móviles sigue disponible, aunque tendría que actualizarla con los 6 u 8 nuevos móviles que han aparecido últimamente.

A eso se le suma el hecho de que estamos en una época en la que pedirle a alguien las tres o cuatro horas de atención que requiere un libro (como poco) es demasiado pedir. Lo que triunfa es el entrenimiento en pequeñas dosis. Lo justo para que una dosis de esto se pueda combinar inmediatamente después con otra de otra cosa. Y ahí tenemos a nuestros nuevos triunfadores. Youtubers, tuiteros, instagrammers, y toda una generación de jóvenes que han sabido conectar con su quinta y la que viene detrás porque lo de antes (lo mío, por ejemplo) como que no.

Y luego están temas paralelos como la irrelevancia del negocio tradicional del que hablaban en ese artículo. Editoriales y críticos literarios siguen teniendo cierta relevancia, pero desde luego no la que tuvieron antes de que internet aupara a los nuevos influencers. Ahora lo que se lleva es el hágaselo usted mismo. Autopublicación y casi autoedición, que para eso existen plataformas y servicios que nos lo ponen todo fácil a los que queremos ser el próximo Ken Follett o, ya puestos, la próxima Danielle Steel. O alguien que sin vender tanto escriba algo con más menene, claro. Tipo García Márquez. Yo hace tiempo que sigo de reojo a Nathan Barry, que se hizo (un poco) de oro con una fórmula para triunfar como escritor —yo fui de los que compré su Authority, y no recomiendo que hagáis lo mismo—, y aunque el tipo es uno de esos falsos gurús del éxito y la autoayuda, uno saca conclusiones curiosas de su éxito y de lo que cuenta. Todo suma, supongo.

Evidentemente el impacto económico no es el único que cuenta. Muchos autores, explican en el Confidencial, no viven de escribir, sino de todo lo que logran como consecuencia de esa labor. Logran sobre todo una reputación y una experiencia que suma puntos en el currículo y que ayuda a conseguir ingresos paralelos como profesor o conferenciante y que desde luego pueden acabar siendo claves para una oportunidad laboral.

En mi caso también ha habido algún que otro efecto colateral. La guía de compras no compensó por el esfuerzo, pero sí como germen de otra idea que aún está por desarrollar, y mis experimentos aquí y allá suman sopresas y decepciones a partes iguales. Todo ayuda a perfilar qué quiero y puedo hacer en mi próximo intento para equivocarme (algo) menos, y también a darme cuenta de que si algún día escribo un libro, lo haré básicamente porque quiero hacerlo, sin más. Y porque mi madre, que era y es la madre más guapa del cole, siempre me dice que ese libro va a ser la pera.

Razones poderosas, sin duda. A ver si logro que el vil metal no me contamine y convierta ese futuro esfuerzo en algo de lo que me arrepienta. Ahora, a seguir buscando ideas. El libro caerá, os lo aseguro. Tarde o temprano, pero caerá.