Una reflexión sobre educación en 2022

Una reflexión sobre educación en 2022
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Hace casi un año que hice un post similar a este en su título, aunque el contenido y enfoque fueran muy distintos. Entonces apenas dediqué espacio para hablar del nivel de nuestra educación, pero sí incluí una imagen que definía bastante bien la evolución del panorama:

Era de rigor volver al tema por (al menos) tres razones. La primera, que mis niños han vuelto al cole y eso me ha puesto en situación. La segunda, por un ¿irónico? tuit compartido por mi admirado Arturo Pérez-Reverte que está muy relacionado con esa imagen anterior (el vídeo completo es de Meryfos en TikTok, ole):

Y la tercera, por el artículo que The Objective —aunque el medio se llame así, publican en español—titulado 'El gran engaño universitario'. El artículo es súper interesante —lectura recomendada— y hay unos cuantos datos contundentes, pero para que vayáis abriendo boca, atentos:

El porcentaje de aprobados de la selectividad, que apenas excedía el 70% en los primeros años 1990 se ha situado treinta años más tarde en el 96%.

No puedo verificar esos datos a nivel personal: a mis hijos aún les queda un buen trecho para consolidar esas cifras. Y sin embargo, una rápida búsqueda confirma que de repente nuestros chavales se han vuelto la mar de inteligentes. En Sevilla la nota media de la selectividad/EvAU pasó del bien al notable en 12 años, y allí aprueban el 96,23% de los alumnos. En  Málaga y toda Andalucía, en Asturias, Extremadura, y en realidad en toda España —por no buscar más y más ejemplos— el porcentaje de aprobados es alucinante. En Wikipedia tenemos una perspectiva interesante: la del porcentaje de aprobados desde bastante antes:

Ese gráfico está incompleto, y ese crecimiento de aprobados ahora supera el 95%, como iba diciendo. Yo hice la selectividad en junio de 1991, y entré en la Facultad de Informática en septiembre de aquel año. Según ese gráfico, parece claro que los que la hicimos éramos malos estudiantes: apenas aprobaba el 70% de los alumnos.

Durante la carrera se repitió un poco la historia. Quienes cursaran estudios en aquellos años, sobre todo en ingenierías, seguro que tienen recuerdos como los míos: la leyenda negra hablaba de cuotas de aprobados y de suspensos que ciertas asignaturas tenían que tener ("En Cálculo de 1º solo aprueban el 60%", creo que se decía por entonces). Álgebra de 1º, por ejemplo, era una troncal que cerraba cuatro asignaturas de las seis que había en 2º de carrera. Si no la aprobabas, te quedabas un año sin poder acceder a esas cuatro asignaturas, y eso luego daba lugar a un círculo vicioso de asignaturas de cursos superiores que no podías hacer hasta que no aprobaras las que las cerraban. Total, que había gente con el famoso "cuarto factorial" que estaba haciendo alguna/s de cuarto, tercero, segundo y primero porque en aquella época debíamos ser idiotas. Nos venía ya de selectividad, claro.

De hecho debíamos serlo cuando ninguna ingeniería —que yo recuerde— se podía acabar de media "año por año" (o "curso por año", mejor dicho). Mi carrera era una licenciatura cuando la empecé y había seis cursos. Creo recordar que la media para acabarla eran 9,5 años, así que ya te hacías a la idea. Los que la acababan en 6 —conocí a alguno- eran los indomables Will Hunting de la facultad. Personajes míticos. Unicornios.

A mí me fue bien en el cole, BUP y COU. Luego llegó la temible selectividad —porque era temible, dudo que ahora lo sea la EBAU— y sobre todo la carrera y la cosa cambió. No di con la tecla —luego he acabado aporreándola mucho— y me fue mal fatal, como ya he comentado alguna vez. Allí la sensación era la de que la Universidad no tenía prisa en soltarte: ibas a tener que currártelo para lograr tu título.

Ahora la cosa —lo que me llega— es distinta. Necesitamos licenciados e ingenieros, así que las Universidades se han vuelto fábricas de churros en las que interesa que se mueva la cola FIFO. Ya sabéis, First In, First Out. Que no haya atasquetes, y que por favor luego los chavales paguen no solo los cuatro años, sino el obligado máster que hay que hacer porque si no es como si no hubieras hecho nada.

Aquí, insisto, solo tengo esa percepción: la de que la Universidad ya no es lo que era y es un mero trámite para tener (al menos) algo que poner en el currículum. Si sois padres de chavales universitarios y podéis compartir vuestra experiencia, por favor hacedlo en los comentarios. Lo hagáis o no, en el citado artículo de The Objective lo explicaban con contundencia:

Los estudiantes no sólo entran menos preparados sino que también se les exigen menos conocimientos para obtener la titulación; un derrumbe en la preparación de los graduados que es queja reiterada de muchos mandos intermedios, lo mismo que sus dificultades para encontrar personal competente.

Aquí supongo que hay mucho de trampas con informes Pisa y demás. Quedamos bien ante Europa porque oye, hay un montón de titulados y los chavales son unos fieras en Selectividad. Esa es la cara vista. La oculta es más dura, y —según ese texto— tenemos por lo visto la generación más titulada, pero también la más engañada y la más proclive a la frustración y al desengaño.

Creo que es así. Comentaba el año pasado cómo ahora muchos padres ayudan a sus hijos a estudiar y hacer los deberes. Eso antes era algo inaudito, pero ahora los colegios ya no son cosa de los niños: la implicación de los padres es alucinante. Por un lado están las competiciones por los trabajos de los niños: hay que ver las maquetas, adornos, dibujos, exposiciones y carteles que hacen los niños "sin ayuda alguna". En realidad los padres se emocionan y ayudan más de lo que deberían: quieren que los niños queden bien y de paso ganen a todos su compañeros, aunque sea saltándose normas. Eso es ya un infierno en sí mismo, porque malditas las ganas de preparar un esquema del sistema solar a escala como si quisieras entrar en la NASA.

Por otro, ese purgatorio llamado grupos de WhatsApp de padres. En El Confidencial publicaban un tema muy apropiado sobre ello hace poco, y la verdad es que daban en el clavo con una frase contundente: "nadie quiere estar, pero nadie puede irse". Aquí le debo la vida a mi mujer, que es la que se encarga de ese infierno que yo no soportaría ni dos días.

Al final el mensaje es el mismo: antes los padres no tenían que hacer nada de eso. Mi padre firmaba nuestras notas y ya —trabajaba mucho y bien—, y mi madre bastante tenía con llevarnos al cole, que luego tenía que hacer malabarismos con la casa, la compra, la ropa, las comidas y los niños. Pero ahora los niños son diosecillos más o menos sobreprotegidos. Que lo sean más o menos, claro, depende de los padres. Ya he comentado alguna vez que en casa somos de la escuela de la Srta. Rottenmeier: flojeras y protectores, pero con pocas miras para los caprichos y tirando a esctrictos.

No sé si es lo correcto y aquí respeto total al otro bando, el de la escuela de VivaLaPepa (ya sabéis, al niño lo que pida y cuando lo pida, averquévaaseresto). Yo creo que eso no les ayuda a largo plazo y confío en que tratar de que valoren las cosas y traten de esforzarse un poco en algunas les sirva para aceptar todas bofetadas futuras. Unas que por lo visto no llegarán en la EBAU o en la carrera —ahí hay que ponérselo también fácil—, sino en la vida.

Pues nada. Que disfruten mientras puedan. Total, igual para cuando lleguen a buscar un trabajo ya no hay porque todos los tiene la inteligencia artificial.

Ays.