Un fraude llamado 5G

Somos adictos a las disrupciones. No paramos de hablar de cuál será la próxima, y siempre nos acabamos equivocando. Lo hacemos al menos desde que el iPhone apareció en 2007. Desde entonces, todo gatillazos. Ni el iPad, ni el Apple Watch, ni la realidad virtual (ahora absorbida por el metaverso) ni las criptomonedas.
Una tras otra, las disrupciones se han ido quedando en nada.
En febrero de 2019 la disrupción iba a ser la conectividad 5G. El Mobile World Congress que se celebró en Barcelona sirvió para que un buen puñado de fabricantes presentaran sus flamantes smartphones con dicha conectividad. Quienes recordábamos el salto de 3G a 4G —que no fue disruptivo, pero que ciertamente se notó— creímos que aquello iba a ser aún mejor.
Así nos lo vendieron esos y otros muchos fabricantes. Vais a alucinar, chavales. Descargas y navegación por internet instantáneas y algo aún más importante: latencias mínimas que abrían la puerta a otras disrupciones (fallidas) como la Internet de las Cosas (IoT, por Internet of Things) o el coche conectado (que también iba a ser autónomo, claro).
Todo era mentira.
La conectividad 5G solo sirvió para una cosa: para que los fabricantes tuvieran un argumento con el que poder subir los precios de los móviles. Lo dije pocos meses después, pero esa predicción no era nada difícil: estaba todo claro desde que vimos cómo 5G no era más que un refrito de 4G. Uno que solo estaba supervitaminado si estabas muy cerquita de las antenas adecuadas —la cobertura es muy limitada— y contabas con la variante 5G adecuada en tu móvil —mmWave—.
La decepción ha sido absoluta para una tecnología que nos vendieron como la gran panacea de los próximos años y ha acabado pasando sin pena ni gloria por nuestra vida y nuestros teléfonos. La palabra se ha convertido en un gimmick más.
Pero no os preocupéis. 6G está en el horizonte. Esa sí que sí.
¿O quizás no?