Tres historias sobre esfuerzos y recompensas

Tres historias sobre esfuerzos y recompensas
rdr2

Nacemos siendo egoístas. Pataleamos y berreamos desde el minuto cero de nuestra vida, y seguimos haciéndolo —con bastante más disimulo— a lo largo de los años. Nos mueve ese egoísmo que podríamos resumir con el preciosista "quiero ser feliz" y que en realidad tiene matices muy oscuros, porque intentar ser feliz puede hacerte precisamente lo contrario. Un infeliz.

"Qué metafísico te has levantado hoy, JaviPas", diréis. Pues sí. Así soy yo. Impredecible y metafísico. Y como me voy haciendo mayorcito y miro de reojo a los que vienen detrás —no les envidio demasiado de momento— me encuentro con algunas certezas personales (para mí lo son) que sigo consolidando cuando leo ciertas cosas.

Entre esas certezas probablemente la más clara es la de que lo de vivir para trabajar no es buena política. He hablado ya otras veces del tema, y por ejemplo lo recordaba con aquel 'Comprar tiempo para ser feliz' o ese 'Teletrabajar es como cobrar 30.000 euros más' en los que hablaba un poco de esa filosofía mía del trabajo. Me considero un absoluto privilegiado, ojo: amo lo que hago. Bueno, lo de amar es un poco fuerte, pero suena como muy yanqui y muy hollywoodiense, así que seguro que me entendéis. Amo lo que hago y amo cómo lo hago. El teletrabajo es para mí como el Valhalla Profesional, y las horas se me pasan volando mientras aporreo el teclado tratando de poner un poco en perspectiva lo que pasa en el mundo tecnológico cada día.

Creo que lo que hago es útil para algunas personas, pero es que además ahí entra una relación entre esfuerzo y recompensa que en mi caso es fantástica, porque como no me cuesta nada estar sentado 10 horas al día frente a una pantalla, poder ganarme el pan haciendo lo que me gusta es casi como un milagro. Que sí, que me gustaría ganar más y hacer menos y

jugar más al Battlefield 1

estar más tiempo con mi familia, pero ahí es donde esa relación esfuerzo-recompensa debe entrar para ponerte las cosas claras. Si no te esfuerzas lo suficiente probablemente te veas pasándolo bastante mal. Lo malo es que hay gente para la que la relación entre esfuerzo y recompensa no parece funcionar.

No hablo aquí de ese otro mundo de los profesionales de éxito que uno se imagina (o del que está cerca) con traje, ganando sueldos estupendos y viajando de un lado para otro. No entiendo muy bien esa forma de ver la vida y no la comparto, y no me cambiaría ni de blas por toda esa gente. Y lo mejor de todo es que ellos tampoco se cambiarían por mí: es un win-win, porque cada cual es egoísta con lo que le parece.

De lo que hablaba, que se me va el hilo, es de todos los que se esfuerzan demasiado y no logran su objetivo por diversos motivos. No diría yo que me pueda meter en ese escenario del todo, pero desde luego me esforcé mucho con el 100 Montaditos —primera historia del post— que monté con mi hermano. Creedme que lo intentamos y metimos mucha pasta (mucha) y muchas horas (muchas) que nos costaron muchas tensiones (muchas) con nuestras respectivas mujeres y también entre nosotros. Cinco años duró la pesadilla de la que quizás algún día hable con más detalle, pero en la que os aseguro que jamás hubo una noticia realmente buena. Todo eran problemas, malas noticias y más problemas. Y aún así nos decíamos que todo acabaría remontando. Menos mal que nos dimos cuenta de que el esfuerzo estaba siendo exagerado y la recompensa estaba siendo nula económicamente y negativa emocionalmente. Aquello no pirulaba, y logramos salir de la pesadilla sin rompernos nada más que el bolsillo. Y como el dinero es eso, dinero, salimos adelante.

No pienso ya mucho en aquello afortunadamente, pero de cuando en cuando leo algo que me recuerda aquello y me vuelve a hacer pronuniciar en silencio ese "virgencita, virgencita que me quede como esté" (¡pipi!). Esta semana me ha pasado al leer no uno sino dos textos, ambos relacionados con el mundo del desarrollo de videojuegos. Os recomiendo que os leáis los dos de cabo a rabo, porque cada uno es importante y extrapolable a otras muchas industrias.

El primero —segunda historia—es 'Esto no es otro postmortem', la historia real de un estudio de videojuegos llamado No Wand Studios que trabajó casi cinco años en el desarrollo de 'The Fall of Lazarus'. La historia está narrada de una forma estupenda, pero es que además de ella están las enseñanzas que comparte uno de los chavales que formó ese equipo y que cinco años después acabó perdiendo amigos (diría que algunos falsos y otros verdaderos), dinero y, sobre todo, tiempo. Tiempo que jamás recuperará.

Lograron lanzar el videojuego y muchos diréis lo que me decían a mí cuando hablaba del fracaso del 100M. "Bueno JaviPas, pero esto ha sido como un máster

de la URJC

vital para ti" o "De los errores se aprende" o "la experiencia no te la quita nadie". A ver, que yo entiendo que esa es la visión fácil desde fuera, pero creedme si os digo que no necesitaba esa experiencia en la vida, ni ese error, ni ese máster vital. Cuando visto en perspectiva te arrepientes de algo que has hecho es que todas esas excusas baratas no sirven. No es ya por el dinero, os lo aseguro: mi experiencia con el 100M no me ha dejado más que la certeza de que si pudiera volver atrás jamás volvería a hacerlo.

Dudo que para esos chicos la lección haya sido muy distinta. Yo podría decir lo mismo: "Caray, pero deberíais estar orgullosos, habéis hecho un videojuego de la nada, sin tener experiencia y con recursos mínimos". Y creo que me dirían lo mismo que yo he dicho aquí. Que muy bien el jueguico —son de Zaragoza, así que el sufijo era obligatorio—, pero que el marrón se lo podía haber comido otro.

Y luego está la otra historia. La tercera a la que hacía referencia en el post, publicada en Kotaku con el título 'Inside Rockstar Games' Culture Of Crunch'. En ella —en inglés y bastante larga— el autor se curra un reportaje de investigación espectacular en el que analiza qué hay de cierto y qué no en esos comentarios de que trabajar en el desarrollo de 'Read Dead Redemption 2' ha sido un infierno en horas, presión y estrés. Hace unos días aparecían comentarios de uno de los desarrolladores asegurando que la gente había tenido que trabajar 100 horas a la semana (eso son 14 horas al día los 7 días de la semana) en la última fase del proyecto. En el artículo se incluyen comentarios de decenas de empleados y ex-empleados de Rockstar Games, desarrolladora de este juego, y aunque no hay demostración clara de ese hecho, sí que parece claro que lo de hacer semanas de 80 horas es lo normal en esta empresa. No por el desarrollo de RDR2, ojo, sino que esa es la tónica desde que iniciaron su andadura con la primera entrega y con juegos como GTA V. Verdaderos petardazos que han logrado hacer muy ricos a los responsables de la empresa y menos ricos a sus empleados (por los bonus).

¿Qué conclusiones se sacan de la investigación? Que todos confirman que trabajaban un huevo de horas y que su trabajo allí fue para la mayoría de lo mejor que han hecho en su vida profesional (si no lo mejor). La pregunta que me falta a mí en todas esas entrevistas es: ¿volveríais a hacerlo sabiendo cómo os ha ido? Muchos de los entrevistados están ahora fuera de la empresa, y algunos reconocen que esas jornadas de trabajo causaron problemas emocionales —de pareja y personales— importantes en sus vidas. Eso sí, el bonus estupendo.

Y yo me pregunto si ese bonus era realmente tan estupendo. Que sí, que con ese background esta gente podrá si quiere currar en cualquier otro lado, pero yo diría que al menos si eligen el mismo sector acabarán teniendo el mismo problema. El de los videojuegos es un segmento infernal para quienes intentan hacer algo importante, sean grandes desarrolladoras o programadores independientes como los chicos de No Wand Studios. Aquí recuerdo aquel documental absolutamente brutal y prodigioso llamado 'Indie Game: The Movie' del que hablé hace (madre mía) 6 años. Lo tenéis en Netflix, así que ya estáis viéndolo. Es una maravilla, en serio.

Una vez más me voy del hilo. Como os decía, al final la pregunta que haría a todos los que se esfuerzan tanto, a los que sacrifican partes de su vida que son (para mí) fundamentales es: ¿valió la pena? ¿De verdad valió la pena? ¿Volverías a hacer aquello que hiciste sabiendo lo que sabes ahora?

Si la respuesta es un sincero sí, amigo mío, enhorabuena. De verdad.

Esfuerzos y recompensas.