Tres historias sobre el futuro de la voz

Tres historias sobre el futuro de la voz
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Tres señales.

Primera señal

Ayer hablaba con un amigo (¡Hola Daniel!) sobre una reciente viaje a San Francisco. 'Todo el mundo usa iPhone', me confesaba, y añadía que allí el móvil de Apple sigue siendo un símbolo de estatus: por lo visto la clase alta tiraba de iPhone, y los demás casi escondían con vergüenza sus Galaxy S7 (incluido mi amigo, jarl). Eran

unos insincerosmiserablescutres

indignos de sacar el móvil a relucir. Tócate las narices.

Apple y la casta, que diría algún que otro político. Y entre los usuarios confesos de Apple, me señalaba este amigo, algo curioso: WhatsApp no se usa mucho, pero sí Facebook Messenger y, sobre todo, Facetime. A la gente se la ve por todas partes hablando con la aplicación de videochat de Apple, que por lo visto es la que prefieren porque a la gente le encanta lo de ver con quién está hablando.

Segunda señal

Imaginad a Sally maquetando una web en su iMac con Windows 10. Todo muy profesional. De repente, notificación de WhatsApp al canto. No una notificación cualquiera, no. Un mensaje de voz que, cómo no, proviene de su joven primo Geoffrey, que además de poder presumir de una mata de pelo excepcional, era un fantástico nexo de unión con las nuevas generaciones.

Harry recordaba con cariño aquella conversación en la que de repente empezaron hablando de VHS y Geoffrey preguntó qué era aquello. Benditas nuevas generaciones. El joven y animoso Geoffrey había dominado durante años ese dialecto sin vocales que era propio de la 'era SMS' y que también aplicó a WhatsApp. Antes, por supuesto, de pasarse a los mensajes de voz.

—¿¡Será posible!? Pero bueno, ¡¿Es que este niño no puede escribir un mensaje de WhatsApp sin más!? —masculló mientras decidía si pinchar o no en el iconito del 'Play'.

—¿Qué ocurre, flor de loto? —bromeó Harry, sabiendo la que se le venía encima.

—Tu primo político Geoffrey, de nuevo, que no para de enviar mensajes de voz.

—Pues a mí me hacen gracia esos mensajes. Me encanta eso de que nunca sepas muy bien para qué era el mensaje. Eso de empezar a contarte su vida y enrollarse como las persianas mientras pasea por la orilla del Thames es grandioso.

—Sí sí, si yo me río un montón, pero ¿por qué no escribe lo que quiere decir y listo?

—Fácil. Es más cómodo hacerlo así.

—Para él, pero no para mí, que tengo que pararlo todo, mover el ratón para darle al 'Play'  y escuchar un mensaje de un minuto. Un mensaje que además tiene otro problema.

—¿Cuál?

—Pues que no es indexable.

—¿Cómo? —preguntó un anonadado Harry. Qué términos técnicos. Mon dieu.

—Pues que no puedes consultar esos mensajes fácilmente. Si necesito consultar algo que me dijo alguien en WhatsApp, me basta con ir recorriendo el historial. Con los mensajes de Geoffrey no hay manera. Tendría que escucharlos todos de nuevo hasta encontrar lo que necesito.

—Anda. Pues tienes razón. Da igual, tienes la batalla perdida.

—¿Por qué?

—Porque la comodidad gana a todo lo demás. Hablar es más fácil que teclear, pero los que estamos un poco más mayorcitos no nos damos cuenta. Nos da vergüenza hacerlo y que la gente nos mire como a bichos raros. A las legiones de seguidores de El Rubius y fanáticas de Snapchat eso les da igual. Incluso puede que eso (no teclear con los deditos) sea visto como algo cool. Teclear es muy retro.

—Maldición —en realidad Sally aquí dijo otra palabra más fea —. Puede que tengas razón, Harry.

—Como siempre.

—Como siempre, cabezón mío.

Tercera señal

Hoy iba en el metro. Yo, Javipas, famoso en el mundo entero, con más de 3.000 seguidores en Twitter, me mezclaba con la prole. Me gusta hacerlo de cuando en cuando, ya sabéis. Por salir de la rutina del teletrabajo un poco. Y porque tenía que ir a la oficina, claro. :P

En esas estaba. Caminando por esos pasillos grises en los que las prisas suelen ser protagonistas y lo de pararse a respirar o meditar

es imposible

está mal visto. Así que me acoplé al ritmo como pude, y cuando me dirigía a unas escaleras mecánicas me fijo en la chica que iba delante mío. No por ir con el radar puesto —Sally, ya sabes que yo lo desconecté hace una eternidad— sino porque aquí la amiga iba hablando por videochat.

Ni siquiera me fijé en si estaba haciéndolo con un iPhone y Facetime, pero supongo que era así. Quizás fuera Skype, o Google Duo (ja), o Viber, o incluso con las nuevas videollamadas de WhatsApp. Ni idea. Lo importante es que allí estaba ella, andando a 8 km/h por los pasillos del metro, hablando con otra persona mientras la veía en pantalla.

En realidad dudo que viera nada en pantalla: estaba andando a tal velocidad y había tal cantidad de gente y ruido que no era capaz de oír o ver correctamente a su interlocutora, y para hacerlo se acercaba tanto el móvil a la cara que lo único que la otra persona veía de ella era su ceja (recordatorio: depilarme las cejas) o parte de su pómulo.

La situación era ridícula, pero también premonitoria.

A mí me parece que las tres señales lo dejan bastante claro. Puede que estemos asistiendo a un punto de inflexión. Uno en el que efectivamente teclear sea algo viejuno. En el que una vez más la comodidad sea ganadora de todas las batallas y haga que superemos miedos para que la voz se imponga como interfaz de uso. Señores y señoras, que no les extrañe ver a los teenagers acercándose el móvil a la cara, porque el futuro no es nuestro, sino de ellos. Y ese futuro no se escribirá. Se dictará.

Blanco y en botella.