Todos éramos programadores

Todos éramos programadores
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Este comienzo de curso parece que está dando mucho que hablar sobre educación y tecnología. Antonio Ortiz publicaba recientemente dos artículos estupendos (ya guardaditos en Flipcognitosis, mi revista en Flipboard, que sigue creciendo en suscriptores, cerca ya de 1.250). Tanto el primero de ellos, en Xataka: 'Programación en la escuela: nuevos temas, viejos errores', como el segundo, en El Confidencial 'Suenan las campanas por el libro de texto', darían para al menos un par de reflexiones paralelas en Incognitosis.

Querría centrarme sobre todo en el primero de esos textos -de hecho, repetiré ideas de aquel 'De nativos digitales, nada'-, en el que el resumen es claro y contundente: las intenciones del programa educativo español, ya de por sí muy tocado los últimos años, son absurdas. No se puede pretender que con tres cursitos CCC los profesores de toda la vida estén capacitados para enseñar programación, como tampoco se puede pretender que nuestros hijos salgan de sus colegios bilingües hablando inglés como Shakespeare cuando la única garantía que tenemos de la calidad de la enseñanza suele ser una plaquita del Ministerio de Educación al lado del nombre del cole.

Los problemas son, como decía Antonio, semejantes a los que ya se vivían con la enseñanza del inglés en nuestra época. En aquellos tiempos -modo cebolleta on- existía una única alternativa válida: que un profesor de inglés especializado (nativo o no) diera 3 o 4 horas de inglés a la semana, y, por supuesto, que los alumnos trataran de aprender en clase. En mi colegio se daba francés como idioma obligatorio -hice la selectividad con ese idioma como opción, no con el inglés- pero desde los 11 años asistía a una hora de inglés a la hora de comer y eso me permitió a mi y a otros muchos canijos tener una oportunidad de aprender algo casi imprescindible para el futuro.

No tengo nada claro que la programación vaya a ser tan imprescindible dentro de 20 años como lo es el inglés ahora, así que toda esta moda de enseñar programación como parte fundamental de la educación me parece, sinceramente, postureo. De hecho, hay muchas otras disciplinas que parecen igualmente importantes (o más) y de las que no se habla apenas en los programas educativos. No vendría mal que los infantes recibieran una iniciación a la economía, por ejemplo, pero es tan solo un ejemplo de una educación que hace aguas en otros muchos apartados. Por ejemplo: ¿qué es eso de que ahora los padres tengamos que estar haciendo trabajos de clase y ser profesores auxiliares por las tardes?

La situación es aún más curiosa cuando uno se da cuenta de que en los 80 tuvimos la suerte (que no desgracia) de tener una relación con la programación mucho más natural. Los Spectrum, Amstrad, C64 o MSX te obligaban a ello, porque no había ni ventanitas, ni pantallas táctiles, ni ratón, ni teclado. Solo tenías una especie de "modo consola" en el que uno tenía que introducir comandos para lograr lo que se proponía. No es que BASIC fuera una opción especialmente adecuada para el futuro, pero por entonces el acceso a otras alternativas (Unix y C hubieran sido las perfectas) era prácticamente imposible. Y sin embargo, todos éramos programadores. Al menos, en cierta medida.

Hoy veo a mis hijos manejarse sin problemas con los smartphones, los tablets o incluso el portátil y me quedo asombrado de su aparente facilidad para adaptarse a cosas que a mucha gente le cuesta un mundo. A los 3 años la pequeña Lucía aprendió a poder escribir palabras como "princesas" o "Rapunzel" en el portátil para buscar vídeos en YouTube, pero por mucho que eso me haga sonreír al imaginármela como una pequeña Trinity en potencia en pocos años-sin guantes de latex, por favor-, tengo claro que lo de los nativos digitales es una soberana tontería.

Y eso me hace plantearme qué hacer con la educación tecnológica de mis pequeños. Mi lado friqui me insta a comenzar a meterles en temas como Scratch dentro de un par de años (al menos, a la mayor), o quizás a seguir alguno de los servicios de programación para niños que empiezan a surgir y que son algo así como el Codecademy de los pequeños. Un buen ejemplo podría ser Codarica, una alternativa de la que hablaba un artículo reciente en FastCompany que os sugiero leer a fondo si os interesa este tema: 'Should I teach my kid to code?'.

Precisamente en ese genial artículo su autora, Nicole Laporte, llamaba la atención de mi otro lado, el no friqui (que se bate en desventaja desde hace tiempo), con un párrafo tan coherente como simple:

As I watch my 2-and-a-half-year-old son skillfully scroll through my iPad, choosing between episodes of Thomas & Friends and Pingu, and my 5-month-old daughter already casting mesmerized glances at my iPhone, I hesitate to give them another reason to be glued to a screen. Go outdoors! Jump in a pool! is my perhaps futile idea of how kids should spend their free time.

Puede que efectivamente no necesitemos darles más razones a los canijos para que sigan pegados a la pantalla. Que jueguen a otras cosas, digo yo. No siempre podrán hacerlo. Y, desde luego, siempre podrán aprender a programar si realmente les apetece a ellos, y no a nosotros, sus padres, o a un grupito de empresarios y políticos que siguen demostrando no tener mucha idea de por dónde van los tiros.

Imagen | Walther Siksma