'The social dilemma' y el reparto de culpas
"Nada grande acontece en la vida de los mortales sin una maldición".
Sófocles
Así empieza el documental 'The social dilemma' ('El dilema social') que está disponible en Netflix desde hace unos días. El comienzo es de hecho espectacular, porque ves cómo se preparan para las entrevistas unos cuantos treintañeros que no parecen nada del otro jueves. "Vaya", podría pensarse, "van a entrevistar a gente normal para que hable de cuál es el impacto de las redes sociales en su vida".
Pues no. Por bocazas. Esos treintañeros son responsables (en parte) del éxito de esas redes sociales que ahora nos rodean y nos absorben. Gente que trabajó en Twitter, Instagram, Pinterest, Facebook, Google. A partir de ahí el documental es un ejercicio de espectacularización. Frases geniales, ideas estupendas, glorificación del arrepentimiento.
"Es fácil hoy en día perder la perspectiva, porque esas herramientas crearon de hecho algunas cosas maravillosas en nuestro mundo. Han reunido a miembros perdidos de las familias. Han logrado que los enfermos encuentren donantes de órganos...".
Todo eso es cierto. Eran cosas positivas, pero como dice ese mismo tipo, fueron ingenuos sobre la otra cara de la moneda. La cara oculta, como decía aquella canción de Mecano. Todo se torció, pero en las entrevistas todos parecen estar convencidos de que las cosas se torcieron por que sí. Que no hubo un culpable. Entonces alguien del equipo del documental pregunta algo muy simple. "Entonces, ¿cuál es el problema?". Ninguno de los entrevistados logra contestar. Nada más surgir esa pregunta yo tuve clara la respuesta.
Nosotros.
Nosotros somos los culpables de cómo están las redes sociales. Tenemos las redes sociales que nos merecemos, vaya. Nadie lo dice en la hora y media que dura el documental. No lo hacen ni los secundarios, por muy gurús que sean, ni el protagonista principal, Tristan Harris, que trabajó en Google como 'Design Ethicist' —como cargo mola un montón— y que supongo que acabó tan harto de la falta de ética en Google y el resto de la industria tecnológica que creó una organización llamada Center for Humane Technology —como nombre de empresa es igualmente grandilocuente— para tratar de alertar de esos peligros a los que nos exponen todos esos aparatitos y servicios que tanto nos gustan.
El documental está muy bien construido, hay que admitirlo. La parte de pequeña dramatización con situaciones inspiradas en la realidad que va acompañando a los testimonios es algo flojilla en mi opinión, pero también aporta. El problema, creo yo, es que el impacto va de más a menos. Intentan rescatar la atención y el impacto con más frases estupendas (como la del "si no estás pagando por el producto, es que tú eres el producto") pero en mi caso la fuerza se va perdiendo con cada nueva intervención, sobre todo de ese Tristan Harris que tendrá las mejores intenciones del mundo pero tampoco me descubre nada especialmente nuevo.
Es sospechoso que apenas mencionen directamente a Facebook, la absoluta protagonista de este segmento, y que solo aparezcan algunos clips de vídeo pregrabados de ex-empleados ilustres como Sean Parker —que tiene la pinta (emho) de ser el mayor vendemotos de la historia— o de Chamath Palihapitiya —sí, he tenido que buscar el nombre en Google, avispillas—, que fue durante años mano derecha de Zuck y estuvo dedicado a hacer crecer la base de usuarios y el célebre engagement (participación, actividad) de todos ellos en Facebook. Se habla de las consecuencias negativas de las redes en temas tan horribles como los suicidios de menores de edad, y se dan datos ya conocidos pero que como digo aunque aportan no impactan.
Luego llegan algunas citas más. Una de las que más me gusta es de Cathy O'Neil, Phd en ciencia de datos y autora de 'Weapons of Math Destruction' (no Mass, no, Math), que —además de recomendar que sigamos a gente en Twitter con la que estamos en desacuerdo, sabio consejo— al hablar de los algoritmos que controlan nuestras vidas dice algo cierto y contundente:
Me gusta decir que los algoritmos son opiniones embebidas en código.
Cathy O'Neil
Es otra gran verdad que sintetiza esa realidad en la que nos movemos, pero como digo no aporta tampoco demasiado salvo por el hecho de hacer ese documental un poco más espectacular de nuevo. Saltan de un tema a otro sin pararse demasiado, y van de cómo funcionan las búsquedas en Google a las recomendaciones de YouTube, las teorías de la conspiración o esos conocidos mecanismos que son tema central en libros como 'Hooked', como recordaba Andrés Torrubia.
La falta de referencias es también un poco sospechosa, y aunque entiendo que a menudo falta tiempo o recursos para meterlo todo, hay muchas ideas prestadas y otras de las que se habla de forma superficial y a menudo espectacularizadora. Es una buena forma de vender el mensaje, sin duda, pero aunque el mensaje denuncia algunas de las amenazas a las que nos enfrentamos —uno de ellos habla de la polarización y de cómo teme, atención, una "guerra civil"—, se desinfla con tanta presentación chula de esas amenazas.
Yo acabé perdiendo interés salvo cuando plantearon una posible solución: al hablar de la (necesaria) regulación de esas redes sociales, Jaron Lanier —considerado como el padre de la realidad virtual— afirma que "los incentivos económicos hacen girar el mundo, así que cualquier solución a este problema debe realinear los incentivos económicos". Esa es una idea curiosa a la que luego se añade otra: como las empresas que dominan las redes no tienen razones fiscales para cambiar su funcionamiento, ¿por qué no penalizarlas? Joe Toscano, que trabajó en Google, expone entonces lo siguiente:
"Podríamos crear una tasa para la recolección y procesamiento de datos. De la misma forma que por ejemplo pagas la factura del agua al monitorizarse la cantidad de agua que gastas. Esas empresas tendrían un impuesto basado en los recursos de datos que tienen. Eso les daría una razón fiscal para no adquirir todo dato que hay en el planeta"
La idea es interesante, desde luego, y podría servir para aliviar el problema, pero no sé si serviría para solucionarlo. Al final, como digo, el documental me parece bastante flojeras. Quizás no tanto como a Román:
Pero desde luego su tuit tiene bastante de verdad. Mi reflexión va más al reparto de culpas: de repente se glorifica a quienes se arrepienten de haber ayudado a crear y hacer crecer esas redes sociales, cuando ellos eran totalmente conscientes de lo que estaban haciendo. Está bien que se hayan dado cuenta y ahora reacciones, claro, pero igual podían haberlo hecho antes. En cualquier caso, repito, la culpa no es solo de ellos o de las redes sociales. No hay ningún dilema ahí.
La culpa es nuestra.