The Outline y la snapchatización de la web

Tenía muchísimas ganas de ver lo que haría Joshua Topolsky en The Outline. Probablemente muchos no sepáis quién es este tipo: tras irse de Engadget co-fundó The Verge y acabó rediseñando Bloomberg (que parece una versión 0.1 de The Outline en muchos aspectos), que no es moco de pavo.


Ah, y escribió 'Your media business will not be saved', que recuerdo perfectamente haber leído (emocionado) en un vagón de metro hace unos meses. Lo mejor que he leído sobre la industria periodística en años. O lo mejor, punto.
Así pues, el nuevo proyecto del enfant terrible de los medios tecnológicos prometía ser interesante. De hecho cuanto más hablaba de ello más quedaba claro que sería algo nuevo y llamativo, y vaya si lo ha sido. Aunque en mi opinión, quizás demasiado nuevo. Y quizás demasiado llamativo.
Para empezar, es especialmente incómodo verlo desde un PC de escritorio. O lo es para mí, porque soy incapaz de navegar por su interfaz y hacer un simple scroll con el ratón o los cursores. O lo haces con la barra de desplazamiento, o estás apañado. Eso deja claro una primera declaración de intenciones: que The Outline está hecho para móviles. Sin más.

Eso queda patente cuando uno coge el móvil y efectivamente se pone a navegar por The Outline. Resulta que no tenemos una portada al uso. Bueno, no hay nada al uso aquí. La teórica portada no es más que un artículo destacado de inicio a partir del cual vas decidiendo que hacer. Puedes hacer scroll táctil hacia abajo, pero lo curioso es que también lo puedes hacer hacia los lados para explorar nuevos contenidos.
La idea es curiosa y funciona para retenerte. Al menos durante un rato. Yo acabo siempre algo mareado por esa interfaz laberíntica que hace que no sea siempre evidente volver al punto de partida o al menos a uno en el que te encontrabas hace un momento. No me ayuda demasiado el hecho de que hagan uso de monigotes ridículos para ayudarte a saber cómo moverte por la web, o el hecho de que cada artículo tenga un diseño totalmente distinto, y normalmente con una característica común: que los contenidos te chillan. Lo hacen por las tipografías, pero sobre todo lo hacen por los colores de fondo y texto utilizados, que suelen ser de todo menos convencionales.

Hay ideas fantásticas, eso sí. Me gustan las "tarjetas" o "cartas" ('cards', o 'atoms', como las llama Topolsky) ese nuevo formato publicitario que se olvida del banner tradicional para hacer que los normalmente molestos anuncios sean de repente algo hasta divertido. Supongo que el efecto novedad ayuda y uno dejará de jugar con las cartitas, pero por lo pronto, como ocurre con el resto de la interfaz, el primer impulso es precisamente ese: jugar.
También hay detalles curiosos en algo que en los medios en España está totalmente vetado (o eso parece): ni se te ocurra enlazar a un competidor. En The Outline no solo enlazan, sino que casi parece que quieran convertirse ellos mismos en agregadores de grandes temas.

Me parece una idea fantástica, una que no solo les ayuda a reconocer que no pueden tenerlo todo —eso lo tienen claro— sino que hace que sus contenidos parezcan más honestos. La forma de hacerlo es además muy llamativa, resaltando solo un dato, una cifra o una cita destacada de todo ese artículo al que enlazan. Es, yo diría, brillante.
El problema es que todo este traje visual —o más bien disfraz— se convierte en una peligrosa distracción. Una que hace que al final juegues más que leas o te informes. Yo no he logrado aguantar mucho en ningún tema precisamente por eso: me sentía demasiado tentado a ver qué pasaría si tocaba aquí o allá en medio del artículo. Y como puedes hacerlo, lo haces. Otros sitios intentan retenerte en su página. The Outline hace justo lo contrario: te expulsa continuamente, tanto a sus contenidos como a los de otros.

El resultado es, insisto, mareante. Desconcertante. Y sobre todo, demasiado innovador para alguien como yo que busca una estructura más ordenadita y probablemente más clásica y aburrida. Para que os hagáis una idea: no recuerdo ni un solo tema destacable de The Outline. Quiero decir que no he leído nada allí que me haya hecho decir "caray, qué currado, qué bien escrito, qué chupi". No. Lo único que recuerdo es el diseño.
Y cuando eso pasa, algo falla. O al menos, algo me falla.
De hecho he abandonado el esfuerzo de visitar su web en el escritorio, que es como de momento navego por internet. Hacerlo en el móvil es raro en mi caso, y solo exploro esa opción en las raras ocasiones en las que no estoy delante de un PC y no tengo que estar delante de una pantalla. El baño, por supuesto, es un clásico, pero incluso allí o en el andén de metro visitar The Outline requiere algo que no me mola: un esfuerzo.
Quizás es porque sé que me voy a encontrar con algo que no espero, que es bastante imprevisible y que rompe mi esquema mental de cómo deben ser los contenidos. Eso no es malo, ojo: simplemente es malo para mí, como lector. Es la misma sensación a la que me enfrenté cuando tuve que usar Snapchat por temas profesionales. Es una aplicación que odio porque no entiendo. No solo por ese fondo de convertir todo en un meme, sino por hacerlo además de formas que no logro disfrutar ni hacer mías.

Snapchat es la aplicación definitoria de una nueva generación. La que ha logrado crear esa línea invisible de usuarios de tecnología. Están los que entienden, usan y disfrutan de Snapchat, y los que no. Y demográficamente está muy claro quiénes están en el primer grupo y quiénes en el segundo.
Con The Outline me pasa algo similar. Puede que esta sea, como dicen en Poynter, el futuro de las revistas, pero si lo es, amigos míos, idme desapuntándome del futuro, porque yo me borro. Dadme un Nautil.us o incluso un Jotdown y dejadme libre como el viento. Seré feliz como una perdiz y no tendré que navegar con esa sensación de inseguridad que me crea esa tómbola informativa llamada The Outline.
Seguro que The Outline va como un tiro durante mucho tiempo. Lo dice gente que sabe mucho más que yo de esto, como apuntan en Wired ('The Outline's bizarre design actually makes a lot of sense'), en el citado artículo de Poynter o en NiemanLab. Fijo. Pero no será gracias a mí. Lo siento, pero no me mola, Sr. Topolsky.