Tenemos el mundo que nos merecemos

Creo que debe ser la primera o segunda vez que hablo por aquí de política. Alguien me dijo una vez que con amigos no se habla ni de política ni de religión, y he llevado esa filosofía a muchos otros ámbitos, incluido este blog. Pero todo tiene su momento. Ya sabéis. La excepción que hace la regla. La maldita excepción, diría yo.
Cuando me acosté ayer eran las 2 y media de la madrugada. Lo hice tras terminar de ver la quinta temporada de 'Homeland' —enorme, enorme—, feliz tras haber disfrutado de ese final de temporada. Y entonces hice lo que no debí haber hecho: miré cómo iban las votaciones en Estados Unidos, algo de lo que había estado medio pendiente en las últimas semanas en modo cotilla. Eso para mí es mucho, porque hasta no hace mucho era un absoluto ignorante en materia política. Quizás sea la edad, pero un tema que no me llamaba la atención ha acabado siendo inevitable recurso en conversaciones con conocidos e incluso (peligro) amigos. La culpa la tienen (tenemos) los medios de comunicación y la vergonzosa generación que nos gobierna, que ha convertido algo crucial en una pantomima. Dan mucho de que hablar, así que es inevitable que en los corrillos dé mucho juego comentar sobre el chorizo de la semana o sobre esa corruptela que día sí día también nos sirven gente como Ferreras (a quien deberían decirle que señalar está muy feo) y compañía.


Pero me estoy desviando. Como decía, miré las estadísticas del NYT. Sobre todo porque permitían echar un vistazo rápido y visual a la situación. A esa hora la cosa parecía estar medio controlada. Pero solo medio. La imagen no es de las 2:30 AM, sino de las 19:00 PM aproximadamente. Saqué la captura con la idea de hacer un artículo que hoy al final no salió. Pero el caso es que horas después ese 85% de Clinton se había situado en un 75%, como se veía en el (prodigio visual) The Upshot, del New York Times. Algo estaba pasando. Aún así, me fui a la cama medio tranquilo. No parecía probable que la situación diera un vuelco tan gordo.
Cuando me levanté a las 8 el vuelvo había sido todo lo gordo que podía ser. Ni le di los buenos días a Sally, que como siempre se había despertado antes que yo para ir dejando a los niños en perfecto estado de revista. Le pregunté quién había ganado con curiosidad pero asumiendo que la respuesta iba a ser 'Clinton'.
— Trump. Ha ganado Trump.
— No puede ser. No puede ser. No puede ser.
La victoria no era definitiva, pero a esas horas Trump tenía (creo recordar) 260 votos electorales de los 270 necesarios, y Clinton rondaba los 200. El color rojo rosado dominaba el mapa. Twitter lo confirmaba una y otra vez. La situación había cambiado radicalmente, y a las 8:31 Associated Press publicaba el tuit definitivo. Dicen que hasta que la CNN no dice que ha ocurrido, no ha ocurrido. Pues aquí bastó con AP. Trump había ganado.
Eso trastocó la mañana y buena parte del día, claro. Conversaciones inevitables en la puerta del cole tras dejar a los niños, y sobre todo mucha lectura antes de poder hacer nada productivo. El tema que como decía antes preveía hacer era un "Por qué nadie acertó en las previsiones" inspirado en esto, pero nunca pensé que fallaran tanto. No llegué a escribirlo porque un compañero publicó algo muy parecido a lo que yo hubiera hecho en Magnet.
Mi primera rabieta no fue con Trump como tal, sino con esas previsiones que volvieron a fallar como una escopeta de feria. Lo hicieron en el Brexit, lo han hecho todo el año en la política española, y lo han hecho también de forma garrafal en las elecciones de Estados Unidos. Es cierto que Nate Silver fue el que más se acercó en su célebre FiveThirtyEight, pero también que fue la vez que lo hizo con más reservas, a pesar de las protestas de sus rivales en este ámbito. Lo malo de las previsiones es que nos las creemos. Yo me las creí, desde luego. Error.
Luego vinieron las rabietas con Trump, que han expresado mucho mejor que yo gente como Vlad Savov en The Verge, o Alex Pareene en Deadspin —muy en la línea del titular de hoy—, o Ashley Feinberg en ese mismo medio o tantos otros que allí y aquí han dado su opinión y seguirán dándola (como el que suscribe esto) con más o menos acierto, y con más o menos afinidad con el que está leyéndole al otro lado de la pantalla. Y por supuesto también los análisis, tanto de texto como visuales. Entre ellos los que saben de esto destacaban el increíble trabajo de The Washington Post, pero también el post-análisis de The New York Times.
Yo, la verdad, estoy muy preocupado. Ahora mismo que los MacBook Pro sean una patata me importa un pimiento. Que Microsoft haya fracasado con su idea de la convergencia me resbala. Que Google no acabe de contarnos (si existe y) qué es Andromeda ni me va ni me viene. Porque todo se queda pequeño al lado de lo que puede pasar con este hombre. Seguro que sí, que compararle con Hitler es un error, pero es que yo no puedo dejar de pensar en lo que decía alguien en Hacker News:
Su ladrido podría no ser de cerca tan malo como su mordisco
Son muchos ladridos. Ahora toca ver si lo que tenemos es un perro ladrador... u otra cosa. Y lo peor de todo no es eso. Lo peor es que tenemos a Trump porque nos lo merecemos. La culpa es nuestra, una vez más.
Qué desastre.