¿Tenéis tiempo para ver todas las fotos que sacáis?

Hoy hemos estado de reunión en casa de mi madre, y durante la sobremesa ha habido un momento en el que me ha dado por darle una oportunidad a la nostalgia. He cogido dos o tres ábumes familiares y hemos acabado comentando los viejos (¿y buenos?) tiempos y nos hemos reído de las pinturris que llevábamos hace 20 años. Eso ha dado pie a la otra conversación, la que ha inspirado este post. Los álbumes familiares de las casas de nuestros padres son un pequeño tesoro para todos los que hemos dejado bastante atrás la década de los 20, porque hasta mediados de los 90 (yo diría que finales) las cámaras digitales no llegaron a irrumpir realmente en nuestras vidas.
Aquella revolución trajo muchas ventajas: adiós a los costes del revelado, adiós al economizar al tirar las fotos, y hola a una capacidad de post-procesado y compartición de fotos que era impensable hasta entonces. El problema es que esas ventajas han hecho que se pierda buena parte del valor de aquellos álbumes impresos. Da igual que actualmente haya un montón de servicios que nos permiten elaborar nuestros álbumes de una forma personalizada a partir de fotos digitales: si os pasa como a mi, puede que hayáis creado dos o tres de esos álbumes, para luego autoconvenceros de que son algo un poco inútil teniendo en cuenta que tenemos las fotos más disponibles que nunca a través de la magia de Internet.
Y luego está el otro problema: que antes sacábamos 30, 40, quizás 100 fotos en un viaje. Ahora sacamos 2.000. El gatillo fácil y la obsesión por tener un recuerdo de todo, hasta de lo más nimio, hacen que ese fotógrafo amateur que vive en todos nosotros (al menos, en todos los que sacamos 2.000 fotos por viaje) pierda un poco la perspectiva. No se trata tanto de capturarlo todo como de capturar lo realmente importante. Y claro, cuando uno saca 2.000 fotos en un viaje o 100 en un simple paseo por Madrid acaba acumulando miles de fotos en su disco duro. Miles de fotos que conviene filtrar, clasificar y, en algunos casos -si hay tiempo y ganas- editar y retocar para sacar más partido.
Eso acaba convirtiendo la fotografía en algo que no debería ser. Y de una afición, de un arte que está más accesible que nunca para todo el mundo, se convierte casi en un trabajo, en una obligación, en una tarea más que nos acaba robando más tiempo. Tanto que al final ni siquiera disfrutamos de esas fotos. A mi me pasa: saco esas 2.000 fotos por viaje, elimino las que me sobran, las clasifico, retoco algunas -las que creo mejores-, las dejo preparaditas para disfrutarlas cuando me apetezca... pero al final rara vez acabo disfrutándolas. Cuando llega ese momento en el que me digo "vamos a ver aquellas fotos de aquel viaje" acabo un poco asustado al comprobar que llevaba tanto tiempo sin ver esas fotos -y las demás- que incluso verlas se ha convertido casi en una tarea más. Perecita. ¿Os pasa algo similar?