Te odio, y la culpa la tienen las redes sociales

Hace unos meses hice un viaje en el que uno de mis acompañantes era un chaval de 28 años. Me moló la experiencia porque me permitió resolver algunas dudas sobre esa generación que sale tan mal parada para los que tenemos ya algunos añitos más y para darme cuenta de que en todos sitios cuecen habas. O lo que es lo mismo: que hay de todo en la viña del señor, seas de la generación X, de la Y, millenial o cualquiera que sea el término que identifique a una u otra generación.
Con él comentaba por ejemplo cómo usaba su generación eso de Facebook. O como el decía, "de feissss". Mi joven acompañante es muy majete y todo lo que queráis, pero cada vez que decía lo del "feissss" me daban ganas de soltarle una yoya. Al final, claro, se convirtió en la frase del viaje. Esto no lo subo al feis. Mira, me han escrito al feis. Me voy a hacer del feis. Nadie me hace laik en el feis.
Yo, como he dicho alguna vez, soy bastante poco amigo
del feisde Facebook. Tengo cuenta por si alguien me quiere seguir allí con las actualizaciones de Incognitosis, pero me prodigo poco personalmente. Soy fan absoluto de Twitter, que uso con un criterio absolutamente egoísta (como todo el mundo, vaya): comparto cosas que considero interesantes y sigo a gente y a medios que comparten cosas que considero interesantes.
En LinkedIn tengo una actividad limitada también (mucha gente sigue confundiendo esto con
el feisFacebook) , mientras que uso Google+ como escaparate de Incognitosis (vamos, como
el feisFacebook) y mi presencia en Instagram es testimonial. Es una red social a la que le tengo una antipatía especial por un tema en particular, pero eso será material para un post futuro. De Snapchat mejor ni hablamos.
El caso es que como veis mi uso de redes sociales es muy limitado y muy personal. Soy un usario atípico que limita mucho lo que comparte, mientras que la inmensa mayoría de la gente que conozco es bastante menos escrupulosa. Para ellos compartir (en redes sociales) es vivir, supongo.
Y el problema es ese. Que comparten demasiado.
Eso, que debería favorecer eso de que estemos más conectados y que seamos más conscientes de todos lo que nos rodean y lo que nos rodea, está causando un efecto extraño. En lugar de unirnos nos está separando. Hay más xenofobia que nunca, más acosos, más violencia, más talibanes, más guerras (y no me refiero solo a conflictos armados). Y mira que hay cosas bonitas e interesantes que compartir y que se comparten. Da igual. El volumen de las otras cosas que se comparten y las sensaciones que generan son precisamente las contrarias.
Porque compartir tanto parece estar generando una epidemia de envidias y odios nunca antes conocida. En lugar de caernos mejor el prójimo, le odiamos más. Precisamente por compartir lo que comparte, da igual que sea bueno o malo (para nosotros).
Nicholas Carr fue finalista para el premio Pulitzer en 2011, y hace poco escribía una columna bastante inspirada en The Boston Globe en la que hablaba del impacto de las redes sociales y cómo han transformado nuestro mundo en una aldea global que él califica como "un sitio desagradable":
In a series of experiments reported in the Journal of Personality and Social Psychology in 2007, Harvard psychologist Michael Norton and two colleagues found that, contrary to our instincts, the more we learn about someone else, the more we tend to dislike that person. “Although people believe that knowing leads to liking,” the researchers wrote, “knowing more means liking less.” Worse yet, they found evidence of “dissimilarity cascades.” As we get additional information about others, we place greater stress on the ways those people differ from us than on the ways they resemble us, and this inclination to emphasize dissimilarities over similarities strengthens as the amount of information accumulates. On average, we like strangers best when we know the least about them..
El párrafo lo dice todo, aunque eso de dar demasiada importancia a un estudio en particular es medio discutible. Sea como fuere, en este caso las conclusiones son bastante razonables: cuanto más sabemos de una persona, más tendemos a que acabe cayéndonos mal.
En ese párrafo hablan de las "cascadas de disparidades", o lo que es lo mismo: a medida que sabemos más de una persona nos centramos no en lo que compartimos, sino en lo que nos diferencia. Vemos esas diferencias como un problema, pero es que además vamos magnificando esas diferencias hasta que ya no aguantamos al prójimo, que simplemente ha ido compartiendo su forma de ser en
su feissu Facebook.
Carr ofrece otra referencia singular: en un estudio de 1976 (yo apenas comenzaba a hablar por entonces, tenía 3 añitos) tres profesores de la Universidad de California en San Diego estudiaron las relaciones de una urbanización en Los Ángeles (PDF). En aquel experimento concluyeron que cuanto más juntita vive la gente, mayor es la probabilidad de que acaben convirtiéndose en enemigos. El fenómeno acabó teniendo nombre: deterioro ambiental. Cuanto más cerca estamos de otra gente, más difícil resulta evitar esos evidentes hábitos y costumbres que nos irritan. Esas manías insoportables. Sean las que sean, salen a la luz y acaban imponiéndose a ese buen rollito inicial. Los vecinitos acaban no soportándose.
La conclusión de los autores de otro estudio de 2011 realizado en Gran Bretaña era contundente:
With the advent of social media and particularly SNSs, alongside "radical transparency," it is inevitable that we will end up knowing more about people, and also more likely that we end up disliking them because of it.
Aquí Carr se centraba en ese discurso de Mark Zuckerberg, que pretende que la "comunidad global" que se está construyendo con
el feisFacebook haga de este un mundo mejor. Pero estoy con el autor original en su conclusión. Ahí va, traducida y todo:
El progreso hacia un mundo más amigable no requerirá magia tecnológica, sino medidas concretas, dolorosas y completamente humanas: negociación y compromiso, un énfasis renovado en el debate cívico y razonado, la capacidad ciudadana de apreciar las perspectivas. A nivel personal, puede que necesitamos menos autoexpresión y más examen de conciencia. La tecnología es un amplificador. Magnifica nuestros mejores rasgos, y también los peores.
Plas, plas, plas, amigo Carr. Ya sabéis chicos. A perder discusiones, a darle menos al like en el feis, y a mirar menos el Instagram (¡pipi!). Igual así acabamos no poniéndo a caldo al prójimo a sus espaldas o liándonos a tortas.