Ser listo no es lo mismo que ser listo

Si me leéis de vez en cuando, sabréis que en la facultad no lo pasé precisamente bien. Fue todo un golpe a mi por entonces indestructible autoestima, porque había sido bastante buen estudiante toda mi vida (sin ser brillante) y de repente me encontré con la realidad. Creía ser listo y me encontré una y otra vez con el hecho de que igual era bastante tonto.
Esa preocupación se ha difuminado con los años. El tiempo te da perspectiva, dicen, pero a mí me la dio hace años una reunión con algunos de mis antiguos compañeros de facultad. Todos ellos me habían pasado por la izquierda y habían acabado la carrera de forma bastante brillante (casi año por año, para mí aquello era solo posible para Einstein y, quizás, Will Hunting), así que en lo que respecta a los estudios básicamente me consideraba una pequeña ameba a su lado.
De hecho esta pequeña ameba tenía curiosidad por saber cómo les había ido a los triunfitos de la carrera. ¿Serían ya presidentes de Google España? ¿Habrían creado el bitcoin de forma anónima? ¿Se habrían jubilado a los 45 tras forrarse en una de las Big Four estos años?
Pues no. Mis compis, que yo situaba en lo alto de una cúspide inalcanzable de inteligencia y éxito, eran en el mejor de los casos unos curritos como yo. Alguno había en paro y algunos estaban suplicando un cambio de trabajo, y ninguno —repito, ninguno— había 'triunfado' profesionalmente. No al menos tal y como yo habría esperado.
Hoy la reflexión volvía gracias a mi mujercita (¡pipi!), y aunque el tema se escapaba un poco del ámbito tecnológico, me picaba la curiosidad de explorar esa reflexión. La de que ser listo no es lo mismo que ser listo.
Seguro que me entendéis, porque si hay algo que he comprobado a lo largo de estos años es que da igual lo bueno que seas en los estudios, porque hace falta otro tipo de inteligencia —y diría que algún que otro enchufe— para triunfar profesionalmente. Ser buen estudiante y trabajar duro es importante y te garantiza normalmente que no va a faltar el pan en tu mesa. Lo que no garantiza en absoluto es que acabes siendo máster del universo. Aquí aprovecho mi reciente reflexión sobre el postureo profesional para hablaros de ese talento que antes ya era valioso y ahora lo es aún más: saber venderse.
Eso es lo que lamentablemente cuenta, queridos lectores. No es la norma, pero sí lo normal. Quien está por encima de ti probablemente no sacaba mejores notas (bueno, que yo sí, seguro) ni trabaja más duro o mejor que tú. Quizás (solo quizás) haga su trabajo mejor de lo que tú lo harías, o quizás es imposible que promociones porque haces demasiado bien tu trabajo, pero quien está ahí arriba está por saber venderse (y eso incluye el noble arte de ponerse galones y hacer un máster), por acoplarse al que sabe venderse y vender (los enchufes son una variante de esta realidad) y, con mucha menos frecuencia, por simple suerte. Yo, que creo firmemente en la meritocracia profesional, me encuentro con una realidad en la que calentar asiento y presumir de ello acaba siendo tristemente fructífero. Hay jefes y jefas válidos —los míos son de lo mejorcito, qué voy a decir :) — pero hay muchos más inválidos, por decirlo de algún modo.
Lo que son todos esos jefes, desde luego, es listos.
No listos, no. Listos. Ya me entendéis.