RetroMadrid 2018: cuando lo viejo vuelve a ser nuevo

Recordaba RetroMadrid como esa fiesta del culto a lo viejo. A la nostalgia. Todo un homenaje a cualquier tiempo pasado que fue mejor. O que lo era en nuestra memoria. O que lo intentó.

Con esa idea asistí el pasado sábado con algunos amigos, desde luego. Nos perdimos la edición del año pasado, pero cazamos la información de esta a tiempo para pasarnos por el Espacio Cultural Daoíz y Velarde. Días antes ya estábamos organizándonos para valorar si ir unas horas antes: temíamos que se repitiera el caos de la organización de hace unas ediciones.

Afortunadamente de eso no hubo nada. De hecho me decepcionó comprobar cómo la cola para esta edición —entrada libre, por cierto—era muy discreta. Llegamos una hora antes, pero a esas alturas en pasadas ediciones aquello estaba hasta los topes. En esta ocasión había bastante menos expectación, quizás porque los propios organizadores prefirieron no hacer mucho ruido.

Una vez allí, sorpresa. De la última edición a la que asistí en Matadero recordaba el ambiente apiñado. Aquí las tres plantas del espacio cultural daban mucho margen de maniobra, pero se notaban ausencias. No solo la del maestro Azpiri, para el cual había un rincón homenaje, sino para unas cuantas secciones que desaparecían del plano.

En especial muchas dedicadas a la venta de juegos y máquinas antiguas. Este RetroMadrid era más exposición, pero lo que me sorprendió fue que en lugar del culto a lo viejo nos topamos con el culto a lo nuevo viejo. Un buen montón de puestos estaban dedicados a mostrar juegos hechos hoy para máquinas antiguas, un tema del que hablé en Xataka y que demuestra que sigue habiendo gente programando juegos para los Spectrum o el Amstrad. Hasta había charlas dedicadas al tema (aguanté media hora en la de un programador bastante

purista

talibán), lo que me pareció llamativo pero también algo desolador.

De repente parecía como si ya no molara tanto lo antiguo. Por ahí había un grupo de usuarios mostrando un entorno de ventanas para el Spectrum —me entero ahora de proyectos como SymbOS—, algo que como curiosidad estaba bien pero que una vez más traicionaba un poco el espíritu original. Yo pretendía ver cintas, pitidos y colorines de carga en pantalla y en lugar de eso me encontré con adaptadores (con tarjetas Micro SD para ROMs) conectados a las viejas máquinas. Trampas a la memoria. Trampas a la nostalgia, en cierto modo. Tampoco me voy a poner talibán: me hubiera molado ver algún cassette pirulando, pero aquellos tiempos de carga y el riesgo de que el juego no se cargaran eran una pesadilla. Aquello eran tiempos pasados, pero desde luego no mejores.

Eso no quita para que como en pasadas ediciones aquel ratito volvieran las sonrisas nostálgicas. Una partidita al Street Fighter II, un vistazo a una Atari 2600 original, unos vicios al Pinball Dreams en un Amiga 500 o ese viaje a las aventuras conversacionales tecleando cosas (casposo a tope) nos proporcionaron a todos esas sonrisas. Como comentábamos allí, hacía tiempo que no veíamos tantos CRTs juntos.

Al final de la jornada dos cosas quedaron claras. La primera, que la nostalgia suele pegársela una vez se enfrenta al presente. La segunda, que el año que viene seguiremos queriendo ver cómo se la pega.

Cualquier tiempo pasado ciertamente no fue mejor.

Actualización (10/05/2018): atentos a la entrada de ElBlogDeManu en la que el repaso a la feria es mucho más extenso y detallado.