Que no, que el 5G no te cambiará la vida (de momento)

Que no, que el 5G no te cambiará la vida (de momento)
5g

Aún no la tenemos con nosotros y ya estoy hasta el último pelo del 5G de marras. El término se ha convertido en el último argumento de los vendemotos de tecnología y la excusa perfecta para plantear una revolución que no en realidad no es tal. Que yo recuerde en al menos las dos últimas ediciones del Mobile World Congress las célebres siglas han estado omnipresentes, y este año ya hemos podido ver cómo algún fabricante ya presumía de contar con móviles preparados para redes 5G. ¿Sabéis qué es lo que pasa?

Que los que no estamos preparados somos nosotros.

Así es. Las redes 5G son una iteración más de las redes de datos móviles —en 2008 yo le dije hola a 3G, y en 2013 hacía algo similar con 4G- que en muchos casos no tendrán impacto alguno en nuestras vidas. No al menos de forma inmediata, porque la implantación de estas redes tardará años en completarse. Diría que al menos durante los próximos 3 o 4 años todo seguirá igual que hasta ahora, y como mucho podremos disfrutar de descargas más rápidas que también se comerán mucho más rápido nuestra cuotas de datos. Cuidadito con eso.

En Ars Technica hacían ayer la reflexión que ha inspirado este post (curioso, el titular de la dirección URL es mucho mejor que el que han acabado usando) y explicaban cómo 5G hará uso de una familia de frecuencias que serán muy distintas entre sí. La verdaderamente chula será la que da acceso a la llamada mmWave, las bandas de frecuencias en las que se podrá acceder a algo así como lo que tenemos en conexiones de fibra de última generación, pero en el móvil: hasta 1,2 Gbps de ancho de banda y una latencia asombrosa de 9 a 12 ms. El problema, claro, es que para acceder a esa opción tendremos que vivir pegados a una antena de telefonía 5G, porque más allá de los 300 m esas prestaciones comienzan a degradarse de forma notable.

En el resto de situaciones, diría que en la mayoría, las cosas no cambiarán demasiado para los usuarios, que podrán y seguirán haciendo todo lo que hacen cuando están fuera de casa con sus dispositivos móviles. No navegaremos (mucho) más rápido, no veremos vídeo más rápido y no escucharemos música más rápido porque las plataformas actuales ya han resuelto ese problema. Quizás sí veremos un uso más extendido de la videoconferencia (de calidad, me refiero) en lugar de tanta llamada de voz, pero el impacto real que yo veo para los usuarios a medio plazo no está en el vídeo, la música o la navegación convencional por internet.

El impacto real estará en los juegos en streaming.

Ahí estará una de las ventajas que creo que serán obvias en ese salto a 5G. La promesa de Stadia o de xCloud probablemente se haga mucho más clara con esos anchos de banda y latencia, y si todo funciona de forma más o menos adecuada será en este escenario en el que las redes 5G sí podrán dar esa experiencia de usuario que hoy en día es difícil ofrecer con redes 4G/LTE.

La otra potencial revolución que veo es una de la que hablé hace tiempo: la de que de repente ya no necesitemos las conexiones de fibra porque las conexiones de banda ancha móvil 5G sean ya suficiente. Para eso, claro, tendremos que tener cuotas realmente ilimitadas como las que tenemos ahora con ADSL o fibra, pero aún así no acabo de ver la ventaja de prescindir de la fibra en entornos residenciales y por supuesto en todo tipo de empresas: el cable sigue ofreciendo muchas ventajas, entre las que yo destacaría la fiabilidad. Uno puede estar bastante tranquilo de que todo va a ir a toda pastilla cuando está conectado con un cablecito de red en su equipo. Con las conexiones inalámbricas la congestión, las bajadas de rendimiento y los cortes suelen hacer acto de presencia cual jinetes del apocalipsis.

Hay una tercera revolución potencial, y esta es la más prometedora para mí: el coche conectado (que también será autónomo) se beneficiará especialmente de esta conectividad si rinde como se espera, y sus reducidas latencias permitirán que efectivamente los tiempos de respuesta sean lo suficientemente buenos para que ese futuro de coches sin conductor se haga realidad. Hoy que un coche se hable con otro puede acabar en desastre: para cuando ese primer coche quiere girar a la derecha y lo avisa igual el mensaje no llega tiempo al resto y se produce el desastre. Con la latencia de 5G parece que el problema desaparece, y la comunicación entre coches ("Oye, que voy a girar, oye que voy a frenar") será instantánea y permitirá -al menos teóricamente- que todo vaya sobre ruedas (nunca mejor dicho).

Está también la promesa de la Internet de las Cosas, pero aquí lo tengo todo un poco menos claro, sobre todo porque hoy en día muchas de esas aplicaciones que nos prometían están disponibles y la Internet de las Cosas se ha convertido en una Internet de las Cosas Que No Se Hablan Entre Sí y que con tanto estándar y tanta tecnología de interconexión acaba pegándose de tortas. Sin interoperabilidad universal la idea de la IoT se viene abajo, y al final acabamos con unas cuantas docenas de ecosistemas cerrados que podrán beneficiar a los fabricantes, pero que desde luego no ayudan (no a corto plazo) a los usuarios.

Así pues, queridos lectores, os diría que si en el futuro cercano tenéis que compraros un móvil, no hagáis caso de la etiqueta 5G. De hecho haced como si no existiera, porque las ventajas reales que obtendréis por tener un móvil 5G —que seguramente sea sensiblemente más caro solo por contar con ese soporte— serán, yo diría, prácticamente nulas salvo en el terreno del juego en la nube. Y ahí habrá que ver qué pasa.