Por favor, que alguien mate al PIN

Por favor, que alguien mate al PIN
tarjeta

Vuelvo a aporrear el teclado tras unos días de estupenda desconexión, y lo hago con tema también pendiente en borradores. Lo comentaba estos días con mi cuñao (sin "de"), que nos recordaba aquella vez en la que para hacer una transacción económica con su tarjeta tuvo que teclear su PIN en una pantalla.

Lo singular de aquella aventura era precisamente la manera de teclearlo, porque la introducción no consistía en ir pulsando en números con el dedo índice en una pequeña pantalla, no. Mi cuñao tuvo que seleccionarlos en una pantalla gigante en la que (exagerando) uno iba moviendo el brazo para alcanzar cada número.

La historieta es simpática, pero no por ello menos preocupante, y de hecho me parece irónico estar escribiendo artículos sobre la seguridad de los cajeros automáticos cuando el mayor problema de estos sistemas es precisamente su pilar fundamental:

El maldito PIN.

Ese mecanismo infame para proteger nuestras transacciones es el gran engaño de nuestra era. No puedes proteger algo bien cuando tienes que exponerte continuamente a usarlo públicamente. A ver quién es el guapo de mis lectores que ha logrado que nunca, nadie, nadie, nunca, haya mirado de reojo el PIN que estaba metiendo en el cajero, en el súper o en el restaurante.

Es cierto que hay quien hace lo correcto ante una situación así y retira la vista (siempre que veo a alguien meter una contraseña mi cuello se gira automáticamente en modo poltergeist), pero en la inmensa mayoría de los casos la gente no solo no gira la vista, sino que de repente parecen cobrar un gesto demoníaco cuando realizas esa sencilla introducción del PIN. Igual es impresión mía, pero cuando percibo que alguien está mirando cómo meto el PIN noto como si fuera algo a lo que están mucha más atención de lo que deberían. Están poseídos por

el

mi PIN. No pueden dejar de mirarlo. Es su tesssoro.

Yo he luchado con aquello de taparlo en según qué ocasión, pero por estúpido que parezca, hay una especie de tendencia social a no hacerlo. Como esperando que nadie lo mire por educación, cuando (casi) todo el mundo mira ese gesto con delectación.

Y así estamos a estas alturas: con el PIN, el número más importante de nuestra vida, siendo cotilleado por propios y extraños sin piedad. Cualquiera con buen ojo podría tener una estupenda base de datos de PINes asociados a personas si se lo currase un poco, y lo gracioso es que nos preocupamos de amenazas de ciberseguridad tecnológicamente avanzadas cuando alguien con un poco de picardía nos puede hacer la Pascua sin tanto esfuerzo. Al final, como siempre, el eslabón más débil somos nosotros.

¿Qué opciones tenemos? De momento, pocas. Personalmente espero con ansia esa revolución de los pagos móviles validados con huella dactilar que va tomando forma. Los señores de Apple y Samsung comienzan a mostrar el camino, y si todo va como parece la popularización del tema (al menos en España) podría llegar con Android Pay. Los comienzos siempre son difíciles y aquí dependeremos de alianzas con bancos —que pondrán difícil que otro les robe protagonismo en este ámbito tan suyo—, pero yo diría que en dos o tres años el gesto de sacar la tarjeta de la cartera desaparecerá de nuestra vida de forma importante. Y de ahí a la desaparición de moneditas y billetes media un paso. Y de ahí al pago con criptomoneda (aún no me atrevo a apostar por ninguna, pero Ether tiene pintón), otro.

Qué suerte van a tener nuestros niños. Mientras tanto, nosotros tendremos que estar ahí, conviviendo con el maldito PIN, la contraseña segura más insegura que jamás existió.