Pon un bartop en tu vida

Si lleváis un tiempo leyéndome por aquí sabréis que los joysticks han sido parte integral de mi vida. Dos de ellos quedaron en la memoria y en la retina: los SpeedKing y, cómo no, los joysticks Telemach que me compré con mi hermano a principios de los 90 (¿o finales de los 80?).
En realidad compramos la mesa Telemach sin el monitor, y tuvimos la suerte de pasar muchas, muchas, muchas horas disfrutando de los juegos para el Commodore 64 y sobre todo para el Amiga 500/1200. Duelos épicos se vivieron con aquellos joysticks y aquella mesa que se convirtió en uno de esos elementos que acaban acompañando tu memoria sin hacer demasiado ruido. Aquella mesa y aquellos joysticks simplemente estaban allí.
Supongo que eso hizo que la primera vez que vi un bartop la idea me conquistara. En 2013 asistía a aquel RetroMadrid en el que sobre todo vi sonrisas y descubrí aquel mundillo mágico. Los bartop iban más allá de los emuladores clásicos, porque no solo te trasladaban en el fondo, sino en la forma: podías disfrutar de aquellos juegos en tu PC desde hacía mucho, pero los bartops hacían que la experiencia fuera aún más completa. De repente el viaje al pasado estaba prácticamente completo.


Me quedé con la copla y la idea (o para mi mujercita, amenaza) de hacerse con una de esas maquinitas maravillosas estuvo rondándome la cabeza durante bastante tiempo. Mi amigo Juanky acabó comprándose una tiempo más tarde de la que hicimos buen uso en la celebración de RetroNavalcarnero 2015 —un evento que esperamos tenga edición 2016— y fueron pasando los meses. Y con los meses, la urgencia.
Los bartops seguían molando, pero podía vivir sin ellos, sobre todo cuando estaba preparándome mi particular entorno de retroinformática con una Raspberry Pi 3 y unos mandos que imitan a los clásicos de la SNES que compré en GearBest recientemente. La cosa estaba medio parada esperando a sacarle tiempo al tiempo cuando como por arte de magia llegó el día de Navidad y apareció Papá Noel, al que mi querido hermano Nacho le había escrito una carta muy especial.
Supongo que en vuestras casas ocurrió básicamente lo mismo, sobre todo si tenéis niños: el árbol estaba rodeado —asediado, más bien— de regalos que en el 95% de los casos estaban dirigidos a nuestros enanos. Algún día hablaré de lo que es revivir las navidades en modo padre (o no), pero hoy toca hablar de lo que supone que tu regalo de Papá Noel sea el más grande de todos los que había alrededor del árbol. Una caja gigante a la que curiosamente los niños no prestaron demasiada atención pero que era la gran estrella del momento apertura de regalos.

Y una vez abierta, sorpresón: un bartop en formato "mando arcade", o lo que es lo mismo, sin monitor integrado. La idea es genial porque hace que el invento sea bastante menos "monstruo" y sea más sencillo 1) guardarlo y 2) conectarlo al monitor, televisión o proyector que más rabia te da. Es un win-win de la portabilidad, yo diría, así que es también una solución hasta aceptable para maximizar el célebre WAF (Wife Acceptance Factor) que siempre hay que tener muy en cuenta en temas sensibles como este.
El regalazo —con un vinilo que también forma parte de nuestra particular memoria histórica— merecía probarse inmediatamente, así que mi hermano y yo nos fuimos a conectarlo a la tele mientras sonreíamos a lo años 80. Tras conectar el mando arcade, las primeras revelaciones: en su interior había una Raspberry Pi 3 con una microSD de 16 GB (el vendedor no se había estirado mucho) y una versión bastante reciente de Recalbox en la cual había unos cuantos juegos —el debate ético y moral lo dejo a un lado, esto no va de eso— ya preparados para ser disfrutados directamente. Tras hacer un primer repaso por el mareante catálogo dimos con los primeros candidatos. Probamos 'After Burner', '1943', 'Tetris', Galaxian', 'Kung Fu Master', y traté de encontrar 'Street Fighter II' sin darme cuenta de que no estaba en el MAME, sino en la Super Nintendo. Daba igual, porque aquello era, como imaginaba, una pequeña gozada.










Evidentemente había bastante morralla y bastante efecto nostalgia tóxica: juegos que recordabas maravillosos resulta que eran una verdadera basura, pero eso como digo, daba igual. Estábamos a la búsqueda de algún título que nos permitiera jugar a la vez, y de buenas a primeras nos encontramos con 'Track&Field', aquel prodigio que lograba superar los tests de resistencia de cualquier joystick y sus botones.
Una hora más tarde ni nos habíamos enterado de que había pasado una hora. Y maldita sea, no había forma de lograr pasar la prueba de salto de altura. Eso, por supuesto, (insisto), daba igual.
Qué regalazo. Bien por Papá Noel. Gracias, bro.
Actualización: se me había escapado agradecer también la idea y el asesoramiento a Xavi, un buen amigo que además tuvo la osadía de ganarme al Match Day II y con el que disfruté de otro viaje al pasado este verano. ¡Abrazos!