Oda al imperativo

Soy poco amante de los extremos y odio los talibanismos, pero en según qué ocasiones hay que ponerse un poco estricto con según qué cosas. En mi caso si tuviera que elegir un tema para ser talibán sería talibán del lenguaje. De nuestra lengua o idioma, el español, claro, que es el que mamo desde que era pequeño, que es herramienta fundamental de mi profesión y que mi madre, filóloga hispánica, ha pulido con
collejascorrecciones a mi prosa durante toda mi vida.
A ver, chavales. Estamos destrozando nuestro bello idioma. Los americanismos, los vulgarismos e incluso los (necesarios) neologismos se están convirtiendo en el pan nuestro de cada día. Si Cervantes levantara la cabeza probablemente quedaría espantado ante esa borrachera dialéctica que hemos montado.
Yo mismo hago uso de muchos de esos -ismos como parte de mi profesión por maldita necesidad y porque a menudo el término anglosajón no tiene una traducción válida (ejemplos como la palabra wearable son un ejemplo de esto), pero aunque me permito concesiones en ese ámbito, sigo asistiendo a conversaciones diarias con gente que, simplemente, habla mal.
Hay muchos ejemplos de esas patadas a nuestro respetable Diccionario de la Real Academia Española. En casa llevamos tiempo debatiendo sobre nuestras dudas sobre leísmos, laísmos y loísmos, por ejemplo. Tengo artículo pendiente sobre ello, pero aquí tengo que admitir que trato de desintoxicarme del leísmo pero que lo que no soporto es a las personas laístas, a las que obligaría por ley pasar un
exámenexamen de ortografía y gramática para poder expresarse en público.
El problema es que lo del leísmo y el laísmo tiene más miga de la que parece, pero lo que sí que es imperdonable es el olvido al que tenemos sometido a uno de los
tiempos verbalesmodos gramaticales más bonitos y marciales de nuestro idioma: el imperativo.
Vivo cada día en una pesadilla en la que la gente confunde el imperativo con el infinitivo. Te encuentras con todo tipo de situaciones en las que Lázaro Carreter amenaza con volver de entre los muertos cuando se oye eso de "Niños, iros de aquí", "chicos, hacer los deberes" o aquello de "llamarme cuando lleguéis".
https://twitter.com/perezreverte/status/886689800136392704
Son frases que retumban en mi cabeza y me hacen mirar con otros ojos a las personas que las pronuncian. Es como aquel chiste del chico que se encuentra con la chica despampanante en una discoteca y al presentarse ella sonríe sin decir nada. Él le pregunta "¿No hablas?", y ella dice "Pa'qué, ¿pa'cagal-la?". Pues lo mismo. Toda esa gente se convierte en esa chica despampanante que mejor hubiera hecho en no hablar.
Lamentablemente no me atrevo a corregirles porque sé que casi toda esa gente que habla mal suele tomarse aún peor que la corrijan. Hace poco un buen amigo soltó a destajo un "Contra más..." y me sorprendí por dos veces. La primera, corrigiéndole casi involuntariamente: "tío, no es 'contra', es 'cuanto'". La segunda, con su respuesta: me agradeció que le corrigiera porque sabía que de cuando en cuando soltaba una patada al diccionario. "Si me vuelve a pasar, corrígeme, por favor". Ole.
Es la excepción que confirma la regla. A la gente no le gusta que la corrijan (he tenido que consultar las reglas de concordancia para escribir bien ese "la"), así que lo normal es que acuda al "calladito estás más guapo" y no diga ni pío. Lo hago contra mi voluntad, conteniéndome y prometiéndome a mí mismo que algún día gritaré un "¡Usad bien el imperativoooo!"a lo Braveheart.
La prueba más evidente de esa condena de nuestra sociedad es esa actitud permisiva de la Real Academia de la Lengua, que limpia, fija y da esplendor, pero que debería cambiar de lema, porque en los últimos tiempos no hace más que favorecer las patadas a su propio diccionario. Lo de quitarle la tilde al 'sólo' y a los demostrativos tiene delito, pero es que los académicos no paran de ceder a la presión popular y abren las puertas a nuevos vulgarismos y a usos de un idioma que yo creo que (con perdón de mis lectores) se está chonificando.
Aquí quizás debería explicar también que no soy un talibán tan talibán de la lengua. Creo en esa máxima que mi madre siempre me ha transmitido (y que sus profesores le transmitieron a ella) según la cual el uso hace la norma. El problema es que quizás habría que diferenciar entre el buen uso y el mal uso de la lengua.
Estamos condenados por los mindundis de Instagram (maldito Instagram) malhablados. Y también por todo tipo de personas de renombre (merecido o no, como decía) que acaban transmitiéndole al vulgo ese mal uso de la lengua que acaba convirtiéndose en viral e, inexorablemente, en la norma. Es terrible.
Igual me ha quedado un post tirando a pedante, pero si no os gusta, ya sabéis lo que podéis hacer: idos de aquí.
No iros, no. Idos.Que viva el imperativo.