No me cuentes penas

Hace un porrón conocí a dos amigas con caracteres bastante distintos. La una era una ruleta rusa: tan pronto era la persona más feliz y divertida del mundo como le daban unos yuyus espantosos. La otra era mucho más "plana": se alegraba y deprimía, pero de forma moderada.

Un buen día se les ocurrió irse a vivir juntas. Duraron poco: la segunda persona, harta de aguantar las depresiones de la primera, le dijo que ella no podía soportar esa presión de ser el sostén moral de su amiga y le dijo que se piraba del piso. Que aquí paz y después gloria. Que sus movidas se las comiese otra, porque ella ya tenía sus propias tragedias y no podía ni quería cargar con las de otra persona.

Seguro que aquí algunos pensaréis que la segunda amiga era una cabrita. Que si hubiera sido una amiga de verdad jamás hubiera abandonado a la primera. Creedme: aquello era demasiado para cualquiera que no fuera el padre/madre o marido de aquella chica. Yo hubiera hecho lo mismo en su pellejo. Era demasiado. Ese recuerdo me ha venido al querer escribir de algo cada vez más patente:

A nadie le gusta que le cuenten penas.

Y aquí va el verdadero tema central del post: que cada vez más gente evita ver el telediario o leer un periódico. No lo digo yo: lo dice el último estudio del Reuters Institute for the Study of Journalism, que pinta un panorama poco halagüeño para quienes hacemos información. Tras encuestar a más de 90.000 personas en 46 países las conclusiones fueron claras.

La primera y más importante, lo que decía antes: la gente pasa cada vez más de las noticias. En España por ejemplo hemos pasado de un 2017 en el que las evitaba (a menudo o alguna vez) el 26% a un 2022 en el que las evita un 35%. Hay países que las evitan aún más, desde luego, pero lo preocupante es la tónica: de media hemos pasado del 29% de la gente que intentaba evitarlas entonces a un 38% que las evita ahora.

En NiemanLab —y también mi compi Albert Sanchís en Magnet— comentaban las conclusiones del estudio y las razones por las que la gente evita las noticias. Demasiada política y COVID-19, decían muchos, demasiado impacto negativo en nuestro estado de ánimo, demasiadas noticias y confianza modesta en su veracidad.

Hay más conclusiones interesanes, como las fuentes con las que la gente se informa, que son cada vez más las redes sociales. Facebook baja un poco pero sigue siendo la más usada, pero es interesante comprobar cómo TikTok, WhatsApp e Instagram son ahora teóricos medios de información.

A mí me parece que la conclusión es otra. Bueno, la misma que han apuntado en el estudio, pero resumida en dos frases.

La primera: no me cuentes penas.

La segunda: si me cuentas algo, cuéntame alegrías. O al menos entreténme.

Eso es lo que importa hoy en día. Siempre ha importado, claro, pero estamos en un momento en el que la gente tiene (o parece tener) menos aguante para las tragedias. O igual es que son tantas por todos lados que ya estamos hasta la bola de ellas. Puede ser eso también, como apuntaba el estudio: hay demasiadas noticias a todas horas, y estar al tanto de todo no mola.

No cuando al final estar informado no sirve de mucho. Lo comentaba hace casi seis años cuando me preguntaba para qué ver el telediario. Podéis verlo para verme a mí cuando salgo, claro, pero allí enlazaba un post de entonces de un tipo que precisamente había dejado de ver las noticias en la tele y se encontraba mucho mejor.

No me extraña, sobre todo cuando efectivamente las noticias parecen ser un círculo vicioso de tragedias. Ver el telediario es en la mayoría de los casos deprimente salvo por los deportes (a veces incluso eso es una tragedia según del equipo que seas), y no apetece mucho asistir a las secuelas de esas historias políticos corruptos, muertes violentas, accidentes trágicos, guerras, volcanes, pandemias, filomenas, economías a pique y otras pequeñas y grandes tragedias. Para qué.

Por eso entiendo que esté triunfando lo que está triunfando. Que no es otra cosa que aquello que te entreteniene y te hace sonreír o al menos pensar (sobre todo) en positivo. Por eso a la gente le encanta ver a los famosos y a las influencers vivir vidas de ensueño —cuando no te corroe la envidia— y por eso los memes triunfan en Twitter, donde las cuentas de gente graciosa —y la hay muy graciosa— son virales. Por eso la gente no ve tanto la tele y ve más YouTube o las plataformas de streaming, donde uno no solo no tiene que comerse tragedia, sino que ve las alegrías y el entretenimiendo en cómodas dosis de 40 minutos. Por eso TikTok lo peta con su formato de pildoras de entretenimiento y por eso Facebook, cada vez menos fiable y menos cool, está perdiendo fuelle.

Lo que necesitamos, está claro, es entretenimiento y buenas noticias. Durante la pandemia apareció un ejemplo prodigioso de ese binomio. John Krasinski, célebre por 'The Office US', comenzó a hacer un noticiario cutre y maravilloso desde su casa. Se llamaba "Some Good News" y solo mostraba buenas noticias y algún que otro cameo simpático de sus compañeros de profesión. Era un show simpático y sin pretensiones que por fin lograba lo que deberían hacer todos los telediarios:

Contar algo bueno para variar.

Las tragedias no venden.