Me aterroriza Google Photos
En realidad iba a poner otra palabra en lugar de "aterroriza" que empieza por la misma letra en el titular, pero como soy un tipo de prosa elegante y sutil he preferido dejarlo ahí. La conclusión, no obstante, es esa: la de que el servicio de gestión de imágenes de Google me causa una sensación combinada de admiración y el más absoluto de los pánicos.
Google habla de almacenamiento infinito, de copias de seguridad, de reconocimiento de personas, lugares y cosas, de generación automática de presentaciones y álbumes, o del nuevo "sugerencias para compartir" y la gente alucina embobada. Qué maravilla, Google. Cómo molas. No más tomar el control de nuestras fotos: ya lo haces tú.
Yo estoy aterrorizado.
Aterrorizado porque no quiero que nadie estudie dónde he estado y mucho menos con quién, y tampoco me apetece que alguien con quien he estado reciba automáticamente fotos en las que salimos los dos. Entiendo que Google lo hace por nuestro bien, porque sus responsables saben bien que la pereza humana es infinita y si alguien te puede ahorrar un clic
gratispara hacer algo que de todos modos ibas a hacer pues te apuntas a un bombardeo.


Aterrorizado porque ese aprendizaje máquina que todo lo devora no se limita a anonimizar los datos para luego presentar conclusiones útiles (eso mola, ojo). No. Estoy aterrorizado porque como ya hacían otras antes —Google incluida— ese aprendizaje máquina te estudia a ti. Y a mí. Y a todo quisqui. Y lo hace con una característica importante de la que no mucha gente habla.
Que no olvida.
Uno podría pensar que mola mucho que esa foto de Harry y Sally tomada con el fantástico Galaxy S7 que Google Photos se envíe automáticamente a Sally mola. Y sí, mola en cierto modo, pero si a ti te mola, imagina a Google, que con esa foto y los chorrocientos
millonesbillones de fotos que gestiona (1.200 millones al día actualmente, ahí es nada) se hace una idea bastante aproximadamente buena de quién eres. Porque ya se sabe: "dime con quien andas...".
Muchos me saltaréis con el típico "¿y para qué va a querer Google una foto de Harry y Sally haciendo saltitos en Soria?" Pues lo que me aterroriza es eso: que no lo sé. No tengo ni idea de para qué va a querer esa foto, pero la tiene y puede inferir muchas cosas a partir de ella. Cosas que se suman a las que ya sabe a través de mi uso de Gmail, Google Calendar o Chrome (maldición) y que hacen que un día tras otro me prometa a mí mismo ser algo más cauto y cambiar a servicios que yo controle. O al menos, que controle algo más.
Que sí, que Google Photos mola un montón. Pero pensad en una cosa: ¿por qué Google dejó de desarrollar Picasa, aquella prodigiosa aplicación que también reconocía caras, y pasó a apostarlo todo a Google Photos?

Pues por la sencilla razón de que en Picasa aquel reconocimiento se quedaba en casa: todo funcionaba en local, y Google ni se coscaba. No podía sacar gran cosa del invento, pero ahora la nube y esa obsesión de que la inteligencia artificial trabaje para todos nosotros ha conseguido que en realidad tanto la nube como la IA trabajen para ellos. Bueno, vale, también para nosotros, pero sobre todo para ellos. ¿Por qué? Pues por la sencilla razón de que Google es una empresa que desde sus inicios se ha alimentado de datos. Primero fueron sitios web, luego fueron correos, luego lo intentó —sin éxito— con lo que hacíamos en modo red social, y ahora lo está intentando —con bastante más acierto— con esa fiebre fotográfica que nos ha invadido a todos con el smartphone y que queramos o no dice más de nosotros de lo que quizás querríamos confesar. Quizás no ahora, quizás no en 10 años, quizás nunca.
O quizás sí. A saber.
No seré yo el que se apunte a Google Photos. He logrado resistir hasta ahora, y así pienso seguir. Y ojo, que el discurso es extensible a otros servicios y redes sociales —ya hablé de Facebook hace años—, plataformas y proyectos que son maravillosas, te hacen la vida más fácil y además —fíjate— se pueden usar por la cara. Pero recordad esto una y otra vez: nadie da duros a cuatro pesetas. Nadie regala nada. Y menos que nadie, Google.
Aterrorizado estoy. Acongojado. O lo otro. Eso que mi prosa elegante y sutil me impide decir.