Mascarillas

El 10 de abril muchos andábamos ya preguntándonos -a salvo en nuestros mini-resort burgueses- cuánto duraría esto. Los aplausos aún seguían siendo momento cumbre del día, excusa para intercambiar impresiones con vecinos con los que -al menos en nuestro caso- rara vez habíamos hablado. Uno de ellos siempre acababa repitiendo el particular estribillo del confinamiento: "un día menos".

Lo era. Para ellos, para nosotros y sobre todo, sin saberlo, para Dani. Con 44 años ingresaba en el hospital con síntomas de coronavirus. Poco después confirmaban el diagnóstico y empezaba su singular viacrucis. El suyo y el de toda su familia, con una mujer y dos niños pequeños. Tanto ellos como sus padres, amigos y gente cercana estuvimos a punto de perderle. La cosa se complicó tanto que hubo días en los que parecía imposible la recuperación. Todo se complicaba, y cuando llegaban buenas noticias lo hacían acompañadas de escepticismo total. El mensaje siempre parecía ser el mismo: esto pinta mal.

Pero no. Dani resistió. 54 días en la UCI a punto de no salir, tres meses y medio en total ingresado y una rehabilitación que solo acaba de comenzar y que le tendrá re-aprendiendo a vivir durante unas cuantas semanas más. A hacer cosas que ni a ti ni a mí nos cuestan nada, pero que a él le han costado un mundo volver a poder hacer. Sea como fuere, grande Dani.

Hoy Dani ha vuelto a casa mientras otros están (estamos) de vacaciones como si nada hubiera pasado. Con esas ganas locas de volver a la nueva normalidad -qué poco me gusta ese término- y de hacer que esto quede atrás.

El problema es que no debe quedar atrás. Hay muchos que parecen no darse cuenta de que este bicho está probablemente para quedarse. Tipo gripe pero con más mala baba, sobre todo porque hasta que no descubramos cómo acabar con él -y no tengo tan claro que se descubra- vamos a tener que convivir con ello. Dani se ha librado, pero muchos otros no lo han hecho. La mayoría parecen ser parte de ese mundo que no nos toca vivir: los sustos, para otros. Pero los sustos y algo peor que eso han acabado llegando a muchos, algunos de ellos buenos amigos que han perdido a padres, familiares, amigos. Es terrible y parece mentira que mucha otra gente aquí y allí no parezca querer darse cuenta de que esto es serio. Los más jóvenes -al menos, los que yo tengo alrededor- se sienten, como siempre, indestructibles. Inmortales. Pero es que además hay otros no tan jóvenes con esa misma percepción y esa misma actitud irresponsable ante este terror. Que no lo es para ellos porque no les ha tocado cerca, claro. Veremos qué pasa cuando/si les toca.

Tanto para ellos como para todos los demás mi mensaje es el mismo que dejaba en Twitter . Cuidaos y no subestiméis al bicho. Y sobre todo, el consejo eterno.

Mascarillas siempre, porfa.