La oficina-trampa

Ayer Antonio Ortiz compartía un artículo de The New Yorker titulado "The Open-Office Trap" (he osado extender ese concepto trampa a las no diáfanas) y muchos le respondíamos con nuestras objecciones a ese bonito modelo de espacio diáfano de trabajo en el que los empleados (e incluso el jefe) están como más cercanos los unos de los otros. Love is in the air y todo eso.
Mi idea era dejar el tema ahí --las respuestas al citado tuit ya dejaron todo bastante claro-- pero un post de hoy en Mashable con sus "13 entornos de trabajo alegres" me ha obligado a retomar la idea y dedicarle una pequeña crítica a esa filosofía en la cual el espacio de trabajo se concibe últimamente como algo que de repente tiene que ser divertido.
Mi experiencia en tema oficina es, creo, suficiente para darle a la tecla un poco y hablar de ello. Trabajé unos cuantos años en la redacción de PC Actual, y luego hice lo propio durante cierto tiempo en otros puestos que ocupé más adelante. Fijaos el buen concepto que me quedó de aquellos años, que --y esto es un adelanto de esa futura oda al teletrabajo-- difícilmente cambiaría mi actual puesto de trabajo en casita.
Hasta cierto punto entiendo y respeto (incluso admiro) que las empresas --sobre todo las tecnológicas-- traten de hacer de esos espacios de trabajo unos sitios confortables y en los que hasta cierto punto apetezca estar. Eso no creo que lo consigan una mesa de ping pong o una salita con sillones de masaje (al menos, no a medio y largo plazo), porque lo que hace que te apetezca estar en un sitio trabajando normalmente son 1) el propio trabajo y 2) los compañeros, algunos de los cuales llegan a convertirse en amigos. Si el trabajo te motiva, lo puedes hacer igual de bien (mejor, según mi experiencia, pero soy un caso ciertamente especial) en casa. En cuanto a los compañeros, el trabajo no es un sitio de fiesta. Vas a tener tus buenos ratos, pero la idea es que allí se va a trabajar. Digo yo... y eso que como ya conté en mi particular despedida a PC Actual, tuve la suerte de vivir fantásticos años (no todos lo fueron, cuidado) en una redacción muy del palo de las oficinas tradicionales.
Pero es que aparte de eso están los interminables inconvenientes de una oficina física, sea abierta, de diseño y con saloncito con piano (telita para echarse la siesta) o sea un espacio rollo Matrix, en el que los grises y los cubículos dominen el panorama. Voy a echar mano de las respuestas a ese tuit para citar algunos de esos inconvenientes. Coged aire.
Gente que habla a todo volumen por teléfono a tu lado, luces fluorescentes descontroladas, aire acondicionado (o calefacción) descontrolado, gente comiendo a tu lado, gente charlando y riéndose a tu lado mientras tú tratas de terminar un brownie impepinable, otras distracciones --llamadas, miniproblemas, charlas y reuniones estúpidas--, el hecho de ir y volver --por mucho que uno aproveche para leer--, gestionar el tema tupper o las comidas fuera, no ver a la familia, y, en mi caso algo que me quema especialmente , ver actuar live in concert (no es lo mismo que sólo sentir esa inconfundible presencia) al escaqueao de turno.
En el artículo de The New Yorker se centran únicamente en ese concepto de oficinas sin barreras que parecen ser la norma desde hace años, y confirman que el ruido con el que conviven los trabajadores en dichos espacios es un problema real y demostrado. Para esa circunstancia, no obstante, existe una solución: unos buenos cascos que te aislen del mundanal ruido, y que en mi caso he usado mucho y muy bien. Un buen día alguien me dijo que eso de ponerse los cascos "no hacía equipo", y como en muchas otras ocasiones, tuve la sensatez de no soltar lo primero que me vino a la cabeza. Mi filosofía de trabajo es otra. La de trabajar, básicamente. Cómo lo haga cada cual, mientras produzca, debería dar igual.