La era de las opciones infinitas

Ayer se presentaba oficialmente Xbox Game Pass, el nuevo y prometedor servicio de suscripción con el que los usuarios de la Xbox One podrán disfrutar de una tarifa plana con más de 100 juegos a los que jugar por 10 dólares al mes.

Este servicio es básicamente el Netflix de los videojuegos. O el Spotify de los videojuegos. O el Kindle Unlimited de los videojuegos. Los modelos de suscripción no son nuevos ni siquiera en el segmento de los juegos, desde luego, pero en Microsoft han dado en el clavo con una oferta difífil de igualar en cantidad o en calidad. El acierto debería de hecho cambiar un poco las cosas en el tradicional dominio de Sony en venta de consolas, pero eso, al menos en España, parece difícil.

Sea como fuere, el post no va tanto por ahí como por el hecho de que este servicio de suscripción tan fantástico y maravilloso tiene el mismo problema que todos los fantásticos y maravillosos servicios que ya existían para los libros, la música, o las series y las películas.

No tenemos tiempo.

Yo, desde luego, no lo tengo. Algún lector me ha preguntado de cuándo en cuándo cómo hago para sacar el tiempo para escribir en Xataka, aquí, en The Unshut (allí cada vez menos), cacharrear con aparatitos, leer lo que leo, ver series y encima (redoble de tambor) disfrutar de mi familia. La respuesta es lógica y sencilla: reparto el tiempo como puedo. A veces me sale bien (escribo rápido, eso ayuda) y a veces no tanto.

Lo que ocurre es que por muy bien que reparta el tiempo, cada vez más contenidos reclaman mi atención. Lo comentaba hace unos meses, cuando Amazon Prime Video debutó en nuestro país y yo me apuntaba alguna que otra serie para disfrutarlo. ¿Sabéis cuántas he visto?

Cero.

Es solo un ejemplo. Aquí va otro: en Pozuelo existe una biblioteca con versión y aplicación online, eBookPozuelo. Es un servicio alucinante que me está permitiendo leer 'Falcó', de mi admirado Pérez-Reverte (el libro por ahora estupendo) sin pagar un duro y de forma legítima. Lo estoy haciendo en ratitos de 20 minutos, ya metido en el sobre y con el móvil como inseparable compañero de lectura hasta que caigo con otro inseparable compañero llamado Morfeo. Le robo un poco de tiempo al tiempo (en este caso al sueño, claro), pero al final uno llega a la misma conclusión.

Que no hay tiempo.

No lo hay para leer más, ni para oír más (afortunadamente esto lo puedes hacer un poco en segundo plano), ni para ver más, ni, cómo no, para jugar más.

Estamos en la era de las opciones infinitas.

No solo en materia de contenidos, sino de muchas otras cosas. Demasiadas opciones, demasiadas oportunidades, demasiado que queremos pero no podemos hacer. Aquí estamos en peligro de caer en una versión aumentada del síndrome FoMO (Fear of Missing Out). Ya sabéis, eso de que por no habernos conectado a las redes sociales durante un par de horas creemos que nos hemos perdido algo crucial para nuestras vidas.

Y la lección, queridos lectores, es que no lo hemos hecho. Bueno, sí, pero por (espero) una buena causa. Yo no juego al FIFA todo el día porque me gustaría jugar al Battelfield 1 todo el día. No lo hago porque me gustaría ver todas las series y películas del mundo. No lo hago porque me gustaría leer sin parar. No lo hago porque me gustaría jugar más con mis niños o comer hamburguesas con Sally en el Five Guys o donde se tercie. No lo hago porque tengo que trabajar mucho. Y no hago esto más porque afortunadamente tengo claro lo más importante de todo, y en lo que espero que coincidáis conmigo:

Sí hay tiempo para todo.

Para todo lo que uno realmente quiere hacer, por supuesto. Y eso es lo importante. Es una de mis frases preferidas. El que quiere, puede.

Pues eso.