La condena de los móviles que sacaban fotos demasiado buenas

La condena de los móviles que sacaban fotos demasiado buenas
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Siempre me ha gustado la fotografía. Perseguí y compré una Canon EOS 500D hace más de una década y con ella di mis primeros pasos un poco más seris en este mundo. Por entonces las cámaras móviles eran una castaña, así que me llevaba la Canon a todas partes y me compré tanto un teleobjetivo 18-200 mm de Sigma como un 50 mm f/1.8 de Canon que me encantaba usar para retratos con buqué (bokeh, claro), como decía mi mujer.

De hecho llegué a apuntarme a un curso de edición fotográfica intensivo. Dos sábados en los que un profesor del que solo recuerdo que me pareció majete nos enseñó dos cosas. El primer día, algunos principios básicos de la fotografía (la mayoría ya los conocía). El segundo, a editar una foto en Photohop para dejarla como nosotros realmente queríamos. Estuvimos ocho horas con aquel proceso, y el resultado, que yo recuerde, era ciertamente mejor del original, pero ¿sabéis qué?

Jamás utilicé ese proceso con mis fotos.

Nunca. No estoy dispuesto a estar cuatro horas retocando una misma foto. No soy fotógrafo del National Geographic (ni del ¡Hola!), así que no necesito quitarme papada (seña de identidad de los Pastor), barriga (eh, ahora estoy algo más fit) o ponerme pelo (aún me queda algo). Total, que aquella experiencia, la de que era posible convertir fotos mediocres en fotos decentes, se quedó en nada. El proceso era demasiado artesanal, y yo no tenía ni el tiempo ni el deseo de dedicarme a esas historias.

Le saqué bastante partido a mi DSLR durante algún tiempo, pero me rendí pronto a la evidencia. Lo contaba en 2016: la famosa frase de "la mejor cámara del mercado es esa que llevas contigo" era una verdad como un templo, y mi OnePlus One ya me demostró que se portaba realmente bien y lo podía llevar en un bolsillo.

Luego llegaron otros móviles aún mejores como el Xiaomi Mi 6 —con ese bokeh de mi vida y mi corazón— y sobre todo el Huawei P30 Pro que ha cumplido ya dos años y medio y con el que sigo feliz de la vida. Cuando me toque cambiar de móvil, la experiencia fotográfica será factor clave, y aquí viene a cuento la reflexión.

El caso es que este fin de semana mi amigo Daniel me mandaba un WhatsApp con un enlace. "Es un buen artículo y un buen debate.", me contaba. El artículo, titulado 'Have iPhone cameras become too smart?', era efectivamente bueno, y le comenté a Daniel que probablemente acabaría recogiendo el guante en Incognitosis.

Y aquí estoy, pero con retraso. O no, porque al día siguiente hice una reflexión sobre el tema, pero en Xataka. Allí básicamente transmitía la misma idea que el artículo original, porque es una idea interesante: los iPhone —y muchos otros móviles— se han vuelto demasiado listos a la hora de sacar las fotos, y tratan de corregir cualquier error que detectan —fotos movidas, contrastes de luces y sombras, tonos— para lograr que nosotros no nos preocupemos más que darle al botón de disparo.

Lo normal a estas alturas es que cualquiera pueda sacar buenas fotos. Las cámaras de los móviles son prodigiosas, pero lo son sobre todo gracias a la fotografía computacional, que hace uso de algoritmos de inteligencia artificial para lograr fotos espectaculares que ni nosotros sabíamos que podíamos sacar.

Eso ha permitido que efectivamente los móviles se hayan convertido en los mejores instrumentos para inmortalizar todo tipo de escenarios con calidad. Sacar fotos estupendas se ha vuelto bastante fácil, y si uno tiene un poco de ojo fotográfico los resultados saltan a la vista. Hay excepciones claro: existe gente que ni por esas, pero oye, las herramientas están haciendo que incluso los usuarios menos talentosos acaben haciendo fotos majas.

El problema de todo esto es que la cámara hace tantas cosas por nosotros al sacar una foto —en realidad no sacan una, sino varias que luego combinan para el resultado final— que cuando queremos sacar ciertas fotos, la cámara no nos deja hacerlo como quisiéramos.

Bienvenidos a la era de las fotos con tecnología Real Reality™ ;) (Gracias por la idea, Alfredo)

Eso se nota por ejemplo en ciertos paisajes a ciertas horas: por alguna razón los tonos del cielo o del mar o de la vegetación no son los que esperábamos. No son los que veíamos. Son los que la cámara cree que queremos ver porque oye, deben ser los más bonitos. Así la han programado, después de todo.

Y claro, tenemos a una legión de fotógrafos diciendo que eso no está bien. Que debería haber alguna forma de sacar fotos puras. La hay, claro: los modos RAW ayudan —y si no lo hacen, siempre hay aplicaciones de terceros que dan aún más pureza— pero para el común de los mortales, la verdad, eso no es una opción.

De hecho la lectura de ese artículo y ese debate me recordaron aquellos dos sábados que me pasé en el curso de fotografía. Y sobre todo, aquellas últimas horas que dedicamos a editar fotos para que quedasen mejor de como las habíamos sacado.

¿Sabéis todo ese tiempo que dediqué a retocar la foto? Ahora no tengo que dedicar nada: mi teléfono ya lo hace por mí. Y lo hace mejor. Y si quiero retocar algo, puedo hacerlo más fácil y rápidamente que nunca.

Eso es maravilloso. Lo que no quita para poder volver al proceso artesanal si algún día me apetece.

Que me da que no. Vivan las cámaras listas.

Imagen | Kristián Val?o