La injusticia de lo intangible

Lo que no se puede tocar no tiene valor.
Esa inquietante frase la he oído esta semana hablando cara a cara con alguien que está muy metido en la industria. Y lamentablemente, en muchos escenarios no le falta razón. En realidad su referencia más clara era al software, donde el modelo tradicional de aplicaciones de pago y de licencias está cada vez más en desuso. Marco Arment escribió sobre esto y sobre el modelo in-app purchases, cada vez más popular, y lo cierto es que en muchos sentidos esa tendencia parece tristemente cierta.
La gente no aprecia el valor de los intangibles.
Lo vemos especialmente en este país de pandereta en el que pagar por algo que no se pueda tocar (pelis, música, libros, juegos) está visto como una estupidez. En esta cultura del todo gratis lo tenemos chungo. Una cultura que debería ser más bien la del todo a un precio razonable para nuestra economía. Para alguien que como yo trabaja en medios online --acceso gratuito a los contenidos, ya pagan (algo) los anunciantes-- esa es una realidad dolorosa y difícil de afrontar.
Ben Thompson ya hablaba de este tema en uno de sus fantásticos ensayos:
What makes the software market so fascinating from an economic perspective is that the marginal cost of software is $0. After all, software is simply bits on a drive, replicated at the blink of an eye. Again, it doesn’t matter how much effort was needed to create said software; that’s a sunk cost. All that matters is how much it costs to make one more copy – $0.
The implication for apps is clear: any undifferentiated software product, such as your garden variety app, will inevitably be free. This is why the market for paid apps has largely evaporated. Over time substitutes have entered the market at ever lower prices, ultimately landing at their marginal cost of production – $0.
Es triste, insisto, pero a ese enfoque (que es aplicable a cualquier medio digital) no le faltan argumentos. Da igual lo que coste desarrollar algo tan increíble como OS X o el sistema operativo GNU/Linux. Para los usuarios, el coste marginal de esos productos es cero. Lo que valoran es lo que pueden tocar.
Esa es una realidad que algunos se pueden permitir afrontar ahora directamente. El mejor ejemplo lo tenemos en OS X 10.9 Mavericks, la última versión del sistema operativo para sobremesas y portátiles de Apple. Una versión sobre la que el dicharachero Federighi --estrella en alza en Cupertino, parece-- habló largo y tendido (mucho más de lo que yo esperaba) en el último evento de estos chicos. Dejó lo mejor para el final, una práctica marca de la casa en Apple. OS X Mavericks sería gratuito.
Horace Dediu comentó también ese salto a un modelo "free software" (free como en free beer, no como en free speech, cuidado):
I believe the logic for Apple is that usage of the products determines their value and therefore placing powerful software in the hands of more users means they will value the entire system more.
Para Dediu esa gratuidad tiene sentido, porque aporta más valor al hardware de Apple, aunque curiosamente lo uno no tenga demasiado sentido sin lo otro. Como si OS X casi fuera accesorio, que no lo es. La combinación de ambas patas es lo que siempre le ha dado valor a Apple. Tanto en FastCompany como en AllThingsD también comentaron la jugada, y en todos lo casos se destacó esa ambición de Apple y cómo su sistema operativo se ha convertido en algo casi accesorio, aunque en realidad aporte muchísimo valor.
Al darlo libre, y eso queda más claro que el agua, Apple probablemente minimiza el problema de la fragmentación, y eso podría tener importantes implicaciones en el futuro. Parece una jugada maestra de Apple, desde luego, que tiene caja más que sobrada para arriesgar "unos milloncejos" en dar de lado un poco a muchos fabricantes.
Qué injusticia. Si realmente lo intangible no tiene valor --o no lo percibimos--, estamos apañaos. Confío en que a algún lumbrera --a mí no se me enciende la bombilla-- se le ocurra una forma de que cambien las cosas, porque necesitamos como el comer un modelo válido para el consumo y pago (razonable) de todo tipo de contenidos en Internet.
Aunque solo sea porque los que creamos esos intangibles sí creemos que tienen valor. Y mucho.