Indiana, Indiana

(Spóilers ligeros) Lo de ir al cine de verano de Villaviciosa al menos una vez en verano se ha convertido en una tradición, y este año aprovechamos el tranquilo sábado noche —en agosto todo es slow life— para ir en el batmóvil a ver 'Indiana Jones y el Dial del Destino', la quinta y (supongo) última entrega de esta mágica saga.
Tenía ganas de verla, pero también algo de miedo. No hacía mucho que había visto las tres primeras con mis niños, pero la cuarta, 'Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal', la omití. No tenía buen recuerdo de ella, así que preferí evitarla cuando las revisité. A mis enanos les gustaron, pero no les entusiasmaron, debo decir.
El caso es que allí estábamos, sentaditos y preparados para disfrutarla. El cine de verano tiene sus limitaciones, claro: la calidad de imagen es más bien pobre —en escenas oscuras, y hay unas cuantas, bastante terrible—, y el sonido es bastante decente (por fuerte, supongo) teniendo en cuenta que estábamos en un espacio totalmente abierto. Uno tiene que asumir eso: lo que ganas en la experiencia al aire libre —las estrellitas como techo tienen su aquel— lo pierdes en calidad cinéfila. Pero al tema. ¿Qué me pareció la peli?
Pues un poco triste, la verdad.
Los primeros 15 minutos, esos en los que aparece un Indiana maduro pero mucho más joven, son curiosos. Probablemente si uno no lo supiera no podría darse cuenta, pero ese Indy tenía algo raro. No sé si el movimiento del cuello —la cabeza como muy pegada al tronco, creo recordar— o la escasez de los típicos gestos y guiños de Harrison Ford en las pelis legendarias de la saga. No sé. Era como si, salvo por los rasgos, el personaje estuviera un poco adormecido, como sin vida. Insisto: de no saberlo, probablemente no me hubiera dado cuenta. Entiendo que lo que han logrado es prodigioso, pero aún así, a mí no me llenó especialmente porque sabía que ese no era él. Eso me da que pensar respecto a una futura hornada de pelis de actores de hoy (o de ayer) rejuvenecidos. Veremos.
Pero luego llegó lo peor. Y si no la habéis visto y pretendéis hacerlo, parad de leer aquí.
El caso es que enseguida aparece un Indy de unos 65-70 años (no lo aclaran, él tiene 81), en un birrioso apartamento de los años 60. Le despierta la música atronadora de sus vecinos hippies. Se levanta, da dos gritos, no le hacen ni caso.
Es un viejo.
Va a dar clase. Es su último día. Cuando uno ve 'Indiana Jones y la Última Cruzada' se ve la escena en la que él está dando clase y todos —especialmente las alumnas— están encandilados con el profesor Jones. Le prestan atención como si no hubiera nada más importante que aprender en esta vida. Lo sé bien porque acabé viendo esa peli al día siguiente. Probablemente para quitarme el mal sabor de esta. Probablemente porque necesitaba ver al Indiana que recordaba y quería.
Pero en esta clase de los años 60, como iba diciendo, los alumnos no estaban encandilados. En esta clase todos pasan de él. No les importa lo que está contando, no es interesante porque esos alumnos (de los 60, imaginad los de ahora) están de vuelta. ¿Por qué?
Porque es un viejo.
Termina la clase. Se va a su despacho y de repente se encuentra con una sorpresa: los compañeros le regalan un reloj de mesa para celebrar que se jubila. Él, circunspecto, trata de recibirlo con buen talante.
Es, en definitiva, un viejo.
Y así se va de esa institución académica, con los años pesándole más que el Arca Perdida y con el ánimo por los suelos. Le regala el reloj a un vagabundo y sigue su camino.
Qué terrible.
A partir de ahí yo ya estaba de bajón. Dio bastante igual lo que ocurrió el resto de la peli. Dio igual que Indy pudiera darle unas cuantas bofetadas a rivales 30 años o 40 más jóvenes, que hiciera piruetas imposibles en coche, tuk-tuk o a caballo o que pareciera que durante el resto de la película se había tomado la poción de Panoramix. Y daba igual porque la peli parecía casi como una terrible despedida. La prota femenina no me gustó nada, el papel de Antonio Banderas me parece absurdo y el tono deprimente continuó cuando ves al legendario Sallah (John Rhys-Davies) igualmente viejito, flaquito y desgastado y conduciendo un taxi para vivir. Por favor, pero ¿qué les ha pasado a estas dos leyendas? ¿Después de tantas aventuras y tantos éxitos alucinantes tenían que acabar así? Es para llorar, de verdad. Es natural (y una mierda, como dice mi madre) envejecer y no ser el que eras, pero aquí hunden a nuestras leyendas en un pozo. Solo Mads Mikkelsen parece salvarse, quizás porque los malos no parecen perder fuelle ni haciéndose viejitos.
Luego te enteras de que hay más cosas tras toda la historia. Que ha pasado algo terrible y que (probablemente) eso hace que Indy ya no sea Indy. Pero ya da igual. A mí me dejó una sensación terrible, un retrato de nuestro mundo —el de que a ciertas edades ya no cuentas— que se cebó precisamente con quien no debía cebarse. O quizás sí, no sé. Quizás sea una forma cruda y honesta de decir que los que antes se comían el mundo acabarán probablemente ignorados y olvidados. Como mucho les dejarán dar un último puñetazo, ya si eso.
Qué chungo, de verdad.
Qué triste.