Harry y los iMac de colores

Harry y los iMac de colores
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—La verdad es que sí que eran bonitos— apuntó Harry, conciso.

La mañana había sido provechosa, pensó Harry. Se había animado a llamar al Sr. Cook con sus hologafas —una iteración de las que Apple lanzó aquel fascinante 2025— para pedirle reunirse con él, y este contestó inmediamente. Harry cogió su vieja bici BH vintage y se puso a pedalear hacia la residencia de la tercera edad de súper alta gama premium hiper mega high end en la que estaba pasando esos últimos años el Sr. Cook.

Miraba las calles, tranquilas, y recordaba con nostalgia el bullicio del pasado. La gente no salía ya tanto: teletrabajaban y sobre todo se teledivertían. Quedar en persona para verse le daba bastante pereza a la gente ("uf, y tener que ducharme y arreglarme") así que bastaba con ponerse las hologafas, meter unos cuantos filtros y echarte unas risas con un aspecto siempre jovial y perfecto. Ni Brad Pitt, oiga.

Para cuando llegó a la residencia estaba sudando bastante, pero su camisa de grafeno (por fin el grafeno servía para algo) absorbía el sudor convirtiéndolo en vapor de agua y dejándole además oliendo a Nenuco, que era lo que le molaba. La gente no se mantenía en forma, y eso había activado hace años una legislación gubernamental para obligar a la gente, más sedentaria que nunca, a moverse. Los análisis médicos constantes —inocuos gracias a las muestras diarias de sangre, ya hacía tiempo que la salud de cada uno no era un tema privado— podían acabar con multas poco saludables, y la gente acudía a mil inventos —como bicicletas no eléctricas o (válgame el cielo) caminatas a pie a la oficina— para intentar no parecer un gordito más de los que salían en la visionaria película Wall-E en la que los humanos habían acabado anclados a una aerosilla.

Harry encontró enseguida al Sr. Cook, que se estaba tomando un mojito con una alegre enfermera a la que doblaba (¿o triplicaba?) la edad. Las enfermeras robóticas no daban tanta vidilla, y aunque las empleadas humanas dedicadas a esa tarea escaseaban ("que lo hagan las máquinas" era ya un viejo dicho por entonces), esto era (como hemos dicho) una residencia de la tercera edad de súper alta gama premium hiper mega high end. Eso se notaba también en esos detalles.

—Pues sí, Wanda. Como te decía, Steve era bastante insoportable, pero si algo he aprendido en esta vida es que hacer la pelota funciona y... — Se interrumpió al ver a Harry —. ¡Harry, qué tal! Le estaba contando aquí a mi enfermera favorita las batallitas del abuelo Cook.

—Vamos, vamos, Sr. Cook, está usted estupendo —comentó con una perfecta sonrisa Profidén una zalamera Wanda—.  Bueno, les dejo ya, diviértanse, chicos.

—¡Gracias Wanda! —contestó el Sr Cook, encantado de conocerse a sí mismo.

El Sr. Cook le preguntó a Harry si quería algo. Este se pidió una mahou y unas pipas, como en los viejos tiempos. El robocamarero simuló una mirada condescendiente —sí, los robots ya podían mirar así— y le sacó además un práctico bol para tirar las cáscaras. Ambos se sentaron y el Sr. Cook, de un humor excelente, se lanzó al ataque.

—Bueno Harry, cuéntame, ¿de qué quieres hablar hoy?

—De iMacs y de colorines, Sr. Cook.

—Ahhh, por supuesto, Harry, por supuesto —sonrió el Sr. Cook. Harry notaba como casi estaba a punto de frotarse las manos, gozando del momento— qué bonitos eran, ¿eh?

—Sí, la verdad, pero la verdad es que mi pregunta es otra. ¿por qué en ese momento, tras tanto tiempo olvidados?

—No, Harry, de olvidados nada. Los habíamos actualizado constantemente.

—Sr. Cook, que nos conocemos. Actualizaciones rácanas durante años que aprovechaban exactamente el mismo chasis y diseño y que se limitaban a unas pequeñas mejoras internas. Y no me haga hablar de los discos duritos.

—¿Qué discos duritos?

—Vamos, Sr. Cook. Era 2020 y seguían tangando a los usuarios con equipos con los Fusion Drive. Menudo fraude, sobre todo cuando las unidades SSD llevaban años disponibles y, además, muy asequibles. Esos equipos solo valían la pena por sus pantallas Retina 5K. Era lo único que los salvaba.

—A ver Harry, dale un trago a la Mahou y tómate unas pipas que ya te veo a saco como siempre. El iMac tenía el mismo problema que todo el hardware que teníamos en portátiles y sobremesas en aquella época...

—Intel —interrumpió Harry.

—Eso es. Dependíamos de ellos para lanzar nuevos modelos, así que no marcábamos los tiempos. Yo no podía soportar aquello, y desde hacía tiempo, como sabes, estábamos trabajando en nuestros propios chips para portátiles y sobremesas. Con el M1 al fin pudimos ver la luz, y comenzamos su despliegue para aprovecharlo en todos lados.

—Y tanto que sí —contestó Harry—. Primero en los MacBook Air, MacBook Pro de 13 pulgadas y el Mac mini en noviembre de 2020. Y menos de seis meses después, en los iMac y, curioso, en los iPad Pro. Esto último a mí me pareció un poco el canto de cisne del iPad Pro, pero eso podemos discutirlo otro día. De lo que yo quería hablarle era de otra cosa.

—Cómo no —sonrió el Sr. Cook.

Harry sonrió también. Aquel hombre le caía bien. No es que la cayera muy allá en la época en la que estaba al frente de Apple: sus decisiones estratégicas, aunque funcionaban a nivel de negocio, no tenían nada que ver con las de aquella otra empresa con la que Steve Jobs alucinaba al mundo. Aquella sorprendía. Esa otra normalmente aburría. Pero oye, al César lo que es del César: el Sr. Cook logró convertir a Apple en la empresa más importante del mundo por capitalización bursátil. Eso no es moco de pavo.

Harry salió de su pequeño letargo y comenzó su pequeño interrogatorio.

—Vamos al tajo —sonrió—. Quería hablar del M1 como unificador de toda la gama. Al final daba igual qué Mac quisiera uno: todos estaban gobernados por el mismo chip. Aunque el Mac se vista de seda, con el M1 se queda, que dije entonces. Y no fui el único, por cierto. Era curioso, pero te daba igual gastarte los 799 euros del Mac mini o los 1.449 euros del iMac de 24 pulgadas: el ordenador que obtenías era básicamente el mismo.

—Ese es un buen punto, Harry. Efectivamente, la idea era no solo la de no depender de Intel, sino la de simplificar un catálogo al que no le veíamos sentido. El chip ya era lo suficientemente capaz para adaptarse a distintos formatos sin perjudicar al usuario.

—Mientras ustedes hacían su agosto con más y más margen de beneficio: un chip controlado por Apple que se podía usar en distintos equipos era una bicoca. El envoltorio acababa imponiendo el precio, y precisamente el envoltorio era lo que menos costaba, así que el margen de beneficio se disparaba.  Y eso, insisto, cuando el ordenador que te llevabas era básicamente el mismo.

—Ya me conoces: mi especialidad era exprimir el margen de beneficio, y esta era la forma óptima de hacerlo. Y por cierto, no eran el mismo ordenador, ojocuidao. El Mac mini no tenía ni pantalla ni periféricos, eso cuesta pasta, majo.

—Ahí le quería yo ver, Sr. Cook. El iMac de 24 pulgadas era una castaña.

—¿Cómoquéeee?

—Pues que era una castaña. Que no salía a cuenta. Que era un fraude de colorines.

—Oye Harry, que me piro.

—No Sr. Cook, déjeme explicarme. Vamos a ver, para empezar, el diseño. ¿qué necesidad había de hacerlo tan fino? Que era bonito, sí, pero, ¿por qué no quitar la barbilla y dejar esos componentes colocados más arriba, detrás del panel (y no debajo), aunque eso hiciera el equipo más grueso? Que los colores molaban y fueron un homenaje estupendo a los iMac G3 del 98, pero de verdad, eso era demasiado.

—Bueno, ya sabes por qué fue eso.

—Pues claro que lo sé. Porque al poco llegaron los iMac de 27 pulgadas 5K  y 32 pulgadas 6K, con sus chips M2 y con sus diseños sin marcos y sin barbilla. Y sin colores hippies.

—Claro, Harry. El iMac de 24 solo era un aperitivo. Un caramelo para abrir boca. Lo que tenía sentido era lo de siempre: vender equipos básicos ganando pasta, pero sobre todo vender equipos de gama alta ganando mucha pasta. Ya nos conoces. Así fue como llegamos hasta donde llegamos.

—Claro. Por eso le decía que fueron un fraude. Imagine a los pobres incautos que compraron su iMac de color naranjita y acabaron dándose cuenta meses después de que podían haber comprado un maquinón como el iMac de 32 pulgadas con pantalla Retina 6K.

—Bueno, aún así el iMac de 24 era una máquina chula y no tan cara...

—Quieto parao, Sr. Cook —le interrumpió Harry—. No me venga con esas. El iMac de 24 básico costaba 1.449 euros, y el Mac mini básico por 799 euros (o menos). Salía mucho más a cuenta comprar un Mac mini y un buen monitor 4K de 28 pulgadas (como este) o incluso de 32 pulgadas (como este). Le sobraba dinero además, así que no me cuente usted milongas.

—Ya, pero no tenías el teclado Magic Keyboard con Touch ID o el ratón incluido.

—Como le decía, tenías dinero de sobra para comprarlos aparte si querías.

—Todo lo que tú quieras, Harry, pero no tenían colorines.

—Eso es verdad, Sr. Cook. Eso es verdad.

—Es que esa era la clave. Que fueran bonitos.

—La verdad es que sí que lo eran. Bonitos y alegres —apuntó Harry, conciso.

Fin.