Harry & Sally: historia de una cisterna

Harry & Sally: historia de una cisterna
caprio

Aviso: Esta historia está basada en hechos reales

—Son 105 euros.

—Uy. Ah. Oh. Bueno.

Esa había sido la conversación entre Sally y el

estafador

fontanero que acababa de reparar una cisterna en su casa del siempre mágico mini-resort-burgués. El contacto de ese

estafadorladrón

fontanero se lo había dado a Harry su vecino Travis, al que alguien que supuestamente provenía de la misma empresa le había reparado dos hacía poco por 85 lereles.

Para Harry la cuenta era obvia, y antes de poner todo el tema en marcha lo había comentado con su señora esposa.

— Como mucho el tipo nos cobrará 50 euros, ¿no? —preguntó casi retóricamente a Sally tras comentar el tema.

—Digo yo. A mí es la cuenta que me sale también. Venga, llama.

Eso hizo Harry, que pongamos que llamó un martes por la mañana al teléfono de la empresa de fontanería que le habían recomendado, llamada simbólicamente The Waiting Company.

—Hola Sr. Waiting.

—Hola, hola. No me llames Sr. Waiting. Me llamo Paco, como todos los fontaneros —dijo con una rápida familiaridad el Sr. Waiting, o más bien, Paco, que era (que Harry recordara) el único de los personajes de sus historias que tenía nombre español. Imaginad cómo sería.

—Ah, hola Paco —a Harry las familiaridades no le molaban. Le daban mala espina —. Ehhhm, verá, tenemos la cisterna medio rota, queríamos saber si podría pasarse algún día de esta semana a echar un vistazo.

—Uy, pues esta semana lo tengo complicado... —los fontaneros, se llamasen Paco o no, siempre lo tenían complicado. Parecían vivir en un espacio temporal distinto y en un país en el que la gente mordía palillos, tenían ojeras desde bebés y siempre, siempre, siempre lo tenían complicado.

—Bueno, no hay prisa...

—No bueno, lo que voy a hacer es decírselo a un compañero para que te llame —interrumpió Paco.

—Ah, bueno, pues muy bien Sr. Waiting. Digooo, Paco.

—A ver, dame tus datos —dijo Paco con tono dictatorial.

—Soy Harry, del mini-resort burgués, y mi móvil es el talypascual.

—Ajá. Apuntado, Harry. Adiós.

Paco dejó a Harry con la palabra en la boca y colgó. Normal, con tan poco tiempo disponible para qué despedirse.

—¿Qué te ha dicho? —preguntó rápidamente Sally.

—Pues básicamente, que se llamaba Paco.

—Ajá. Pues eso no nos ayuda mucho.

—Bueno, que nos llamará un compañero suyo para pasarse.

—Genial, pues nada, una cosita menos. ¿Ha dicho cuándo llamaría?

—No. Solo que él lo tenía muy complicado. Espero que lo haga pronto.

—Bueno, veremos, Harry. Bien por la gestión, a ver qué tal va.

Así se quedó la cosa. Harry y Sally siguieron viviendo su vida de ensueño en el mini-resort burgués con sus pequeños mientras esperaban aquella llamada que desde luego no se produjo aquella tarde, ni tampoco durante el siguiente día.

Ni durante el siguiente, ni durante el siguiente. El compañero decidió llamar seis días después, un lunes por la mañana.

—Hola, soy Paco —dijo una voz rotunda.

—¿Perdón? —preguntó Harry un poco extrañado.

—Paco, el fontanero.

—Ah, ¿es usted el mismo con el que hablé el otro día? —A Harry esa voz no le sonaba de nada.

—No, no. Soy otro Paco. Somos muchos en el gremio.

—Ya, ya. Bueno Paco, pues como le dije a Paco, tenemos un problema en la cisterna. Es de la marca X, queríamos instalar un doble pulsador además.

—Ajá. Bueno, igual me puedo pasar esta tarde.

—¿No lo tiene muy complicado? —preguntó Harry casi con miedo.

—No, no. Lo que no te puedo decir es la hora exacta —en el mundo de los fontaneros como Paco, las horas exactas jamás existieron. Ni las predicciones o estimaciones de horas de llegada. Aquello era una de esas constantes de ese espacio-tiempo alternativo en el que los fontaneros tenían una ventaja esencial en el campo de batalla: nunca sabías cuándo llegarían. Eso hacía que te tuvieran en vilo horas, incluso días, y provocaba un efecto singular: el de que una vez aparecían, a pesar de la espera y de los nervios, les recibieras como a Mr. Marshall. Eran los maestros en hacerse esperar.

—Bueno, bueno, pues aquí estaremos.

—Ajá —Y colgó.

A Harry le pareció oír un "Es lo que tenéis que hacer" y un "otros que han picao" justo antes de que Paco colgase, pero si eso fue su imaginación o Paco hablando bajito y rápido nunca lo sabría.

—Coño, otra vez igual. Me ha colgado y me ha dejado con la palabra en la boca —comentó Harry con Sally, que ya estaba preparada para recibir el informe de la llamada.

—Bueno, tampoco es para tanto.

—Sí lo es. No he podido pedirle presupuesto.

—No te lo hubiera dado. Ya sabes como es esto, maridete mío. Si les pides presupuesto, todos te dan largas. Como mucho te piden el desplazamiento para dártelo. Menudos listos.

—Bueno, también es cierto que no necesitamos presupuesto previo. Sabemos lo que le costó a Travis.

—Exacto. Dudo que nos cobre más de 50 euros. A ellos les cobraron 85 euros por dos cisternas. Es imposible que nos salga más caro.

—Totalmente imposible —Dijo Harry con una mueca. Con los fontaneros, se dijo, nunca se sabe.

Las horas pasaron rápidas para Harry y Sally, que trabajaban sin pausa en sus respectivos puestos de trabajo de última generación. A las 16:00 de la tarde —porque Paco y su gremio se pueden pasar a cualquier hora— alguien llamó a la puerta directamente. Habían sorteado los dos telefonillos habituales (portal y puerta) que normalmente usaba todo el mundo. El efecto sorpresa se unía a ese ya comentado efecto espera. El impacto fue el lógico en Harry y Sally, que abrieron la puerta algo nerviosos, pero felices de poder solucionar al fin su problema con la cisterna.

—Hola, Soy Paco —no venía solo: cargar con la cisterna nueva, que pesaría unos 300 gramos debía requerir ayuda, y probablemente lograba el tercer efecto fontanero: el de poder cobrarte aún más pasta—. Este de aquí es Paco.

—Hola Paco. Hola Paco —dijo Harry con un poco de rintintín—. Es por aquí.

Harry y Sally les guiaron al baño, y les indicaron el problema. Paco, tras un rápido examen profesional de unos 5 segundos en el que tiró de la cisterna y escuchó el sonido posterior, emitió su sentencia.

—Uf, vamos a tener que cambiar toda la cisterna.

—Ajá, bueno, pues adelante —Harry y Sally suponían que eso era lo que tenían que hacer desde el principio, sin que ellos hubieran dicho nada, pero ese "uf" daba mala espina. Daba igual: a Travis no le habían cobrado más que 85 por dos. No podía haber muchos sustos.

—Nos ponemos a ello.

A los 10 minutos de reloj, terminaban con la misma palabra con la que los fontaneros siempre acababan un trabajo:

—¡Señoraaa!

Sally acudió solícita.

—¿Sí?

—Esto ya está. Hemos cambiado la junta de la trócola porque quien instalase la anterior era un inútil —otra peculiaridad de los fontaneros: daba igual que el que hubiese instalado algo antes hubiera sido Elon Musk: seguro que era una mierda —y hemos logrado que el mecanismo de la cisterna quede perfecto. Mire.

Acto seguido Paco y Paco llevaron a cabo una demostración de unos 5 segundos sobre la efectividad del mecanismo. Efectivamente funcionaba, pero era lo que podría esperarse. Aquello no era una central nuclear. Era una cisterna.

—Muy bien, pues usted dirá cuánto es.

—Pueeeeees... —Paco hizo algunos gestos para simular que estaba calculando el coste de la operación. No estaba haciéndolo: un algoritmo en su cabeza elegía una cifra aleatoria que al menos doblase o triplicase lo que él sabía que el cliente creía que costaría todo —. Son 105 euros.

—Uy. Ah. Oh. Bueno.

Sally se quedó petrificada y se dio la vuelta. No quería que los Pacos la vieran derramar una lágrima involuntaria. Acudió rápidamente al despacho, donde Harry lo había escuchado todo. Él había logrado reprimir esa lágrima, y la había sustituido por una vena en la frente.

—¡¿105 euros?! —clamó en voz baja Harry.

—Yo estoy alucinando. ¿Cuánto dices que le cobraron a Travis?

—85. Por dos cisternas.

—Ok. Dame los 105 que ahora vengo.

Sally se volvió a ver a los Pacos con los 105 lereles en la mano. Se los dio, no sin antes explicarles la situación de Travis. A Paco (el jefe de Paco) le importó poco aquella historia.

—Bueno, quizás en su caso la reparación fue menor, pero aquí hemos cambiado la junta de la trócola y hemos resuelto un problema infernal, créame.

Harry se unió al debate.

—Ya, si nosotros le creemos, pero pensábamos que iba a ser menos.

—Ya le he dicho a su señora que las reparaciones en casa de su vecino probablemente fueron menores. Aquí hemos hecho lo de la trócola esta y además con recambios oficiales de la marca Y —Paco le mostró la caja del recambio, que efectivamente parecía nueva —la pieza son 40 más esta otra cosa —que Harry no captó— más 45 de mano de obra ("¿45 euros por 10 minutos? se preguntó Harry) —total, 105 euros.

—Ya, bueno, ¿y qué garantía tiene la reparación? —dijo Harry, por tratar de ganar al menos una batallita.

—Dos años, claro.

—Perfecto. Necesito un albarán con el que poder hacer la reclamación en caso necesario, Paco.

—Claro, un segundo.

Paco sacó un bloc de albaranes, hizo un par de garabatos y se la dio a Harry. Este inmediatamente notó algo: Paco no era Paco de The Waiting Company. Era Paco de DiCaprio Instalations.

—¿Usted no era compañero de Paco, de The Waiting Company?

—Claro.

—Pero no es de la misma empresa.

—Claro que no. Pero todos los Pacos somos compañeros.

—Entiendo. Bueno... pues nada, gracias.

—A más ver.

Paco y Paco (el silencioso, el figurante podríamos decir) cerraron la puerta sin más y se fueron con 105 lereles tras esos 15 minutos íntegros de labor (incluyendo la conversación). Harry y Sally, mientras tanto, se quedaron sin esos 105 lereles, con cara de tontos y con una fantástica y estupenda cisterna de doble pulsador.

—Madre mía cómo nos acaban de tangar —dijo Harry, aún impávido.

—Al menos la cisterna funciona guay, mira. Menos es nada —dijo Sally para tratar de consolarle.

—Sí sí, pero a mí la cara de idiota no me la quita nadie. Será posible. Siempre igual. Pintores, fontaneros, mecánicos, carpinteros. Todos forrándose en B, todos creyéndose ingenieros de la NASA y todos teniéndote con el alma en un puño. Qué sinvergüenzas.

—Pues sí. Qué asquito, Harry. Menos mal que como siempre nos tenemos el uno al otro.

—Ciertamente, Sally. Ale, voy a jugar un 'Battlefield 1' para calmarme un poco.

—Dale, Harry, dale.