Harry & Sally: Five Guys y el American Dream

Harry & Sally: Five Guys y el American Dream
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—¿Y esto? —preguntó en voz alta — "The Willy Wonkas of Burger Craft" —leyó.

La primera en la frente, se dijo Harry. España, país en el que había crecido, se había convertido desde hacía tiempo en el estado número 51 de los Estados Unidos. Qué ironía. Buscar la identidad de un país con 2.000 años de historia en otro con apenas 200. Todo lo que molaba era americano. Y no molaba. Era cool. Así que España era cada vez menos España y más un wannabe del sueño americano.

Esa obsesión por todo lo que viniera del otro lado del charco iba siendo más y más evidente en los últimos años. Nos habíamos apropiado de Halloween, del Black Friday y el Cyber Monday (nos queda nada para adoptar también Thanksgiving), y la norma general era que si podías decir algo en inglés, lo dijeras. Harry se reía mucho con los puestos de trabajo españoles, que eran de todo menos españoles. Eras Product Manager, o Marketing Director, o Chief Executive Officer,  o Ambassador of The American Dream. Qué tiempos aquellos en los que le contaban a Harry aquella anécdota del dueño de esa megaempresa de desguaces en cuya tarjeta ponía solo una palabra.

Jefe.

Eso sí que molaba, se decía Harry. Eso sí que era cool.

Todos esos pensamientos le rondaban mientras dirigía sus pasos a la hamburguesería de moda de las últimas semanas en Madrid. El 'Five Guys' se había convertido en el nuevo templo del fast food de los madrileños. El sitio al que impepinablemente había que ir a comer. El novísimo y verdadero representante del American Way of Life. Un restaurante que había sido bendecido por Obama y que gracias a ello se había convertido en Meca hamburguesera. La peregrinación era obligada una vez en la vida, así que Harry y Sally, otrora conocidos también como la Whopper-couple, acudían como buenos meapilas a cumplir con esa obligación.

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¿Por qué ese día, precisamente? Fácil: era uno de los 215 días del calendario que había que celebrar algún aniversario. Sally los tenía todos apuntados en el calendario de Google, y las alertas saltaban día sí, día sí, día no, día sí (literalmente) para avisar de que habían pasado n años desde que tal o cual cosa había cambiado sus vidas. Mucho o poco, pero la había cambiado. Y había que celebrarlo, o morir en el intento. Harry se preguntaba si a todas las parejas les pasaba lo mismo.

—Me pregunto si a todas las parejas les pasa lo mismo —dijo en voz alta antes de darse cuenta del error. Camisa de once varas a la vista. Upfront y todo eso.

—¿El qué? —preguntó Sally medio despistada.

—Ehmmm, nada, lo de los aniversarios. Si tendrán tantos como nosotros.

—Pero qué tonto eres, Harry. NADIE tiene tantos aniversarios como nosotros —bromeó Sally. Estaba de inmejorable humor. Lo de celebrar aniversarios (y este era importante) le volvía loca. Crazy.

Allí estaba el restaurante. Habían llegado tras subir desde Plaza de España por una Gran Vía que seguía conservando todo su encanto aunque no conservara otras cosas. Como los cines o los kioskos de prensa, por ejemplo, víctimas directas del fenómeno internet. Harry recordaba cómo cuando era más jovencito se iba a la Gran Vía porque solo en aquellos kioskos encontraba revistas de importación.

—Uf, recuerdo cuando me acercaba a la Gran Vía solo para comprar las revistas inglesas del Amiga —volvió a decir en voz alta.

—¿Te dabas ese paseo desde tu casa sólo para eso?

—Sólo para eso. Yo también tuve mi pequeño momento friki en el que hacía cosas así, Sally.

—Hay que ver. Quién te ha visto y quien te ve, mi pequeño Pantuflas-man.

—Ya te cuen.

Subir por la Gran Vía, por encantador que fuera, era una demostración más de esa conquista del inglispitinglis. Rara era la tienda que no hiciese uso de un nombre en inglés, de carteles en inglés, o de cualquier otra cosa en inglés. Hacer lo contrario era habitualmente una verdadera afrenta al modelo de negocios establecido. Aún había bastante gente que lograba sacarle su jugo al idioma y al producto español, pero hacerlo todo en inglés era el camino fácil. Hamburguesas Pepe sería un proyecto difícil de defender ante los inversores. Pero 'Five Guys' era otra cosa. O eso decía el boca a boca.

—Pues aquí estamos porque hemos llegado —dijo Sally

—Venga, vamos a ver cómo se portan los cinco chavales estos.

Pues de cinco nada. Había bastantes más jovencitos trabajando en un local que además no era especialmente grande, pero desde luego hacía honor a su fama. “Siempre está petado” (o en la acepción madrileña, “petao”) era la frase ya asociada al hablar de Five Guys. A Harry la frase, por supuesto, le sonaba. Vistazo rápido alrededor, y confirmación absoluta. De repente uno se encontraba en otro pequeño y maravilloso reducto de los Estados Unidos. Todo el mundo sabía hablar un inglés de Wisconsin como el de Harry (o mejor), y buena parte de los mensajes estaban en inglés. Inmersión casi total.

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Por todos lados frases afortunadas de las críticas de medios estadounidenses. Los mensajes con referencias a la cultura americana (“The Willy Wonkas of Burger Craft”) se combinaban con críticas tanto moderadas“Worth the Pilgrimage for Burger Lovers” como hiperbolescas con el “…wholly, succulently, conversation-stoppingly addictive…”. Todo, eso sí, envuelto en un ambiente de felicidad absoluta que mostraban tanto clientes como personal del local. Si había una cosa que le molaba a Harry de EE.UU. era que la gente que te atendía en tiendas y restaurantes estaba de hecho agradecida porque estuvieras allí pagando por el servicio. En España, comprobó poco después, la gente que te atiende casi te pide que les des las gracias por atenderte.

Harry y Sally se acercaron decididos a la zona de pedidos en la que (casi) todo, esta vez sí, estaba escrito en perfecto español. Un vistazo rápido dejó claro que en 'Five Guys' no se complicaban demasiado la vida. Cuatro variedades de hamburguesas (sola, con queso, con bacon, o con bacon y queso) a los que luego, eso sí, le añadías un montón de toppings

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incluidos en el precio. Al ver aquello Harry se preguntó si le dejarían poner M&Ms en su hamburguesa mientras se relamía por la combinación absurda, pero no. Los toppings no eran toppings. Eran ingredientes, sin más. Lechuga, cebolla (plancha o tal cual), tomate, pepinillos, mayonesa, jalapeños, pimientos verdes, y alguna que otra salsa). Maldición.

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Aparte de las hamburguesas había Hot Dogs, algún sándwich y dos tipos de patatas: Five Guys y Cajún, mientras que para completar el menú estaban tanto las bebidas (Corona, Brooklyn Lager y Budweiser, esa cerveza para la white trash) como el detalle que conquistó a Harry: el batido Five Guys, que costaba 5,75 euros pero al que luego podías echar todos los ingredientes que quisieras gratis. ¿Cómo que gratis?

—Oye Sally, ¿por qué ponen lo de que todos los ingredientes gratis? ¿Se creen que la gente es tonta y no se da cuenta de que ya están pagando el batido como tal?

—Son americanos, Harry. A saber. Mira, puedes añadir Bacon a tu batido.

—Va a ser que no. Voy a ir a por un clásico rico en azúcares.

—Muy bien, sugar-sugar. Sin piedad. No mercy.

—Hay que ver qué bien te manejas en inglispitinglis, Sally.

—No lo sabes tú bien. You don’t know it well.

Con el menú decidido, hicieron el pedido a una de las simpáticas cajeras con una (aparentemente) sincera sonrisa que acompañó todo el proceso. Cheesburger normal (200 g), Bacon cheeseburger normal (200 g), patatas cajún pequeñas, Coca-Cola Zero (Free Refill, que siempre es un plus), y el batido del niño, de chocolate y plátano.

—Mi Bacon cheeseburguer con la carne poco hecha, porfaplis —dijo Harry

La camarera hizo un gesto de (aparentemente) sincera desolación.

—Lo siento, pero no podemos hacerlo, es por temas de Sanidad —la camarera recuperó casi inmediatamente su sincera sonrisa —. Pero no se preocupe, la carne está riquísima al punto —qué aplomo, qué seguridad, pensó “Harry”.

—Perfecto entonces.

—Son 30,25 —dijo la simpática cajera con su aparentemente sincera sonrisa.

Jodó, pensó Harry. Fuck. Esto de comer hamburguesas se estaba convirtiendo en algo que ya no era tan low cost como en el pasado. Miró a Sally. Sonrisa de complicidad. Ambos estaban pensando en lo mismo: qué tiempos aquellos del Whopper a 20 duros.

—Qué tiempos aquellos del Whopper a 20 duros, Sally.

—Estaba pensando exactamente en lo mismo, Harry. Chispas. O mejor dicho, Jinx.

—Estás poseída. Hay que ver. Ni en Wisconsin lo hubiéramos dicho mejor.

In your face.

Tras abonar los 30,25 a la simpática cajera, Harry y Sally se dirigieron a la zona de recogida. Puede que el precio ya se pareciese más al del restaurante de toda la vida, pero el servicio era de fast food total. O sea, que no había servicio, vaya. Eso tenía su encanto en el 'Five Guys', no obstante, porque te permitía disfrutar del espectáculo de la preparación en directo.

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En realidad el espectáculo no era la preparación en sí, sino la singular cadena de montaje que habían implantado en esa mini-cocina con todo a la vista de la clientela. Diez personas, diez, se encargaban de la preparación de cada uno de los pedidos, algo alucinante para cualquiera que sepa un poco del negocio hostelero en nuestro país. Harry era de los que sabía un poco del tema, así que hacer ese recuento rápido le dejó patidifuso. Y eso sin contar a gente en cajas o las personas que se dedicaban a ir dejando el local como una patena –“¿quién sabe lo que es una patena?” pensó fugazmente Harry-.

Aquello era una eficaz máquina de hacer hamburguesas. Ni Bob Esponja (por una vez el nombre en español era mucho más corto que el trabalenguas en inglés) ni sus burgers cangreburgers, qué leñe. Aquello era una verdadera cadena de montaje a lo chinorris, con cada persona específicamente destinada a un cometido. Uno rellenaba las salsitas, otro preparaba la carne, otro las patatas, otro ensamblaba, otro empaquetaba el producto final…. Ni Foxconn, oiga.

Tras recoger su batido –mucho ingrediente gratis, pensó Harry, pero el tamaño era más bien discretito, nada que ver con el del VIPs- tuvieron que esperar algo menos de 10 minutos a recoger sus hamburguesas, que por cierto, daba igual que se fueran a tomar allí: se las dieron en las típicas bolsas de papel. Bandejas fuera, otro canto a la eficiencia y la optimización de la productividad.

Tras recoger las hamburguesas, pequeño reto: ¿dónde sentarse? El local tenía planta superior, pero no estaba habilitada en ese momento (¿quizás para dar más apariencia de estar “petao”?) , así que Harry y Sally lograron localizar un par de sitios en una de las barras habilitadas frente a los ventanales del 'Five Guys'. Sally estaba exultante.

—Dios mío, es el mejor sitio que podías haber elegido, maridete mío.

—¿Y eso?

—Fíjate toda esa gente pasando. A cotillear tocan —Sally estaba salivando, y no precisamente por las hamburguesas que aún estaban intactas.

—Tus deseos son órdenes, honey. As you wish –respondió Harry con rentintín.

—Qué bien te ha quedado, Wesley.

—Ahí le has dado, Buttercup. Venga, al tema.

—Ele.

Por fin estaban ante el fruto de tantos rumores y habladurías. El (nuevo) santo grial de la comida rápida. Una hamburguesa All-American-Way-of-Life que te trasladaba a ese país en el que cualquier cosa es posible (como por ejemplo, que Trump gane unas elecciones) y del que de repente tenías ahí un cachito en formato comestible. Prodigios de la globalización.

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Como cualquier experto en hamburguesas, lo primero no es la hamburguesa, sino las patatas. Harry y Sally se encontraron con una sorpresa, porque lo de “pequeñas” en “patatas pequeñas” que habían pedido era un decir. Les habían servido las patatas cajún en un vaso de plástico pequeño, pero es que lo habían rellenado tanto que las patatas rebosaban por toda la bolsa. Eran más bien unas patatas pequeñas SuperXXXXXL. Más pamí, pensaron Harry y Sally, que se lanzaron a probarlas.

—Coño, como pican, Sally. Menos mal que tienes free refill para el refresco

—Pues sí. Qué ricas, pero cómo pican las jodías. Ñam.

—Pues yo creo que voy a comerme tres. Ya sabes que a mí el picante como que no.

—Más pamí —replicó Sally, dijo en alto tras haberlo pensado al unísono con su marido.

Harry, mientras tanto, saboreó su batido de chocolate y plátano. Estaba estupendo, pero las patatas cajún le habían hecho temer lo peor. "Como me coma 3 patatas más, voy a tener que pedirme otro de estos para poder tomarme luego la hamburguesa". Prefirió centrarse en lo que importaba, y de hecho ni siquiera probó apenas los cacahuetes que había cogido y que, esta vez sí, eran gratis. Como en el 'Ribs', aquello era otra trampa para despistar un poco al hambre.

Así fue como llegó el momento. Harry se encontró ante su hamburguesa, envuelta en papel plata estilo astronauta —así debían ser las hamburguesas en el espacio, pensó— y procedió a hacer todo un unboxing gastronómico. Sally, que estaba en la misma situación —aunque ya más centrada en el ir y venir de la gente por la Gran Vía— le imitó.

—Chin chin, Sally —dijo Harry con su ya tradicional brindis de hamburguesas. La Whopper-couple no solo brindaba con bebidas, ole.

—Chin chin.

Sally sonrió y pegó un bocado. Harry hizo lo propio. Su bacon cheesburger, decidió en los 5 primeros segundos, estaba rica.

—Buef eftá guica —sentenció Harry tras esa primera prueba de fuego. Su español en aquel momento era defecuoso, pero claro, estaba hablando con la boca llena. Que de vez en cuando molaba. Y en un restaurante fast food era casi obligado.

—Fí, da vefdá ez ke no egtá mal —coincidió Sally, que también disfrutaba de aquello. Terminó su bocado y añadió algo—. Qué minimomento de felicidad, Harry.

—Sí. Pero no sé si tanto como para los casi 10 euros que cuesta. A mí el Whopper me sigue pareciendo casi inigualable en relación calidad/precio. O al menos en disfrute/precio.

—Pero son mejores las patatas del McDonalds. Siempre me lo dices.

—Bueno, sí. Aunque en realidad no sean (casi) patatas. Pero saben a gloria... si uno se las come en los primeros dos minutos desde que te las sirven. Cómete esa, obsolescencia programada.

La hamburguesa, efectivamente, estaba rica. No era un prodigio del mundo hamburguesero, porque en cuestión de hamburguesas tope de gama la que recordaba con más cariño era la del 'Alfredo's Barbacoa'. ("Lástima que uno estuviese tan incómodo en el sitio", pensó Harry). Últimamente había probado las de 'Goiko Grill' (notable alto) y las de 'Gancho y Directo' (correctas), y Harry hizo su particular ránking en el mundo hamburguesero. La de 'Five Guys' estaba quizás algo por debajo de las de ¡Goiko Grill', pero algo seguía estando claro como el agua. Ninguna superaba al Whopper en disfrute/precio. Ninguna.

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No sé yo.

De hecho Harry y Sally tenían una sencilla regla para meter a ese y cualquier otro restaurante en su top personal. La pregunta fundamental que se hacían era "¿volvería a comer aquí?". Llegaba el momento de hacer esa pregunta.

—¿Volveríamos a comer aquí, Harry? —preguntó Sally adelantándose.

—Pues yo diría que no, Sally. A ver, que si se tercia y lo tenemos a mano puede ser una opción, pero vamos, mi conclusión definitiva es la que ya sabes.

—No es para tanto. ¿A que sí?

Indeed.

—Ays, maridete mío. Ese acento de Wisconsin es inconfundible.

—Je. ¿Y tú qué?

—Pues como tú, claro. Chulis, pero tampoco es para tirar cohetes. Pero ni cohetes españoles, ni american rockets, vaya. Y ahora mira un poquito tu Twitter, majo, que voy a montarme películas con toda esa gente que pasa por delante nuestro. Qué momentazo.

Harry y Sally sonrieron y siguieron disfrutando de la hamburguesa y de todo lo demás. Del batido, del refresco, de las patatas cajún picantes, del ir y venir de la gente, de los dimes y diretes que circulaban por Twitter, y de esa sensation y ese feeling de que en ese momento y ese lugar todo era posible. Al menos en ese pequeño mini reducto de la cultura yanqui y en ese templo de la hamburguesa que no era más que una estupenda forma de tratar de venderte que, como de costumbre, todo lo de fuera era mejor. Y no lo era. Harry lo sabía bien. Lástima que el resto de la gente pareciera esforzarse en no darse cuenta.

En fin, pensó Harry dándole un último bocado a su hamburguesa. Que nos quiten lo bailao.

Ñam.