Gmail, 20 años después

Probablemente yo no me enteré aquel jueves. No lo recuerdo así, desde luego, pero lo que está claro es que aquel 1 de abril de 2004 pasó a la historia. Al menos, a la de los clientes de correo electrónico, porque ese día nació Gmail.

Me enterase ese mismo día o después, recuerdo perfectamente la impresión que me causó —nos causó— ese servicio a los compis de PC Actual. Nos dejó alucinados. A todos. Acostumbrados a las cuentas de Hotmail o de Telefónica.es con 10 o 15 MB de capacidad en el buzón de correo —si querías más, podías pagar un extra—, lo del lanzamiento de Gmail parecía una broma: 1.000 MB para tu buzón. ¿Quién querría o necesitaría tal capacidad?

Mucha gente, de hecho, lo tomó como broma, porque el 1 de abril es April Fool's Day en Estados Unidos. El día de los Santos Inocentes yanquis ya era tradicional anunciar servicios y noticias totalmente falsas, así que Google aquí, intencionadamente o no, no fue tomada demasiado en serio.

Gmail parecía demasiado bueno para ser verdad.

Pero resulta que lo era, y aquellas primeras semanas y meses muchos nos encontramos persiguiendo a nuestros contactos para ver si nos podían mandar una invitación (si me lees, gracias, Óscar, por la mía). Sin ella no podías entrar al selecto grupo de gente que tenía una cuenta @gmail.com. Que eran, claro está, los que molaban.

No solo por los 1.000 MB de capacidad en el buzón. Gmail reinventaba el correo, organizando todo en conversaciones o hilos que permitían que si un mensaje era respuesta de otro anterior, no apareciese como separado del resto, sino como integrado en una conversación con quienes estaban incluidos como destinatarios. La idea, como la de las etiquetas o los filtros, era fantástica, y no hizo sino redondear un servicio que nos fue conquistando poco a poco a todos.

Luego llegarían más y más mejoras, como el cliente móvil, las respuestas automáticas —que yo nunca uso—, o el que para mí es el mayor invento de Gmail desde que nació: la posibilidad de posponer mensajes. Igual soy yo, pero los mensajes no leídos me generan cierta intranquilidad. Hasta que los selecciono y los pospongo para otro momento del día o la semana y, como por arte de magia, mi buzón está sin mensajes pendientes. Qué zen.

Por supuesto y como comentan en un estupendo homenaje al servicio en The Verge, el cuento ha cambiado bastante en estos últimos 20 años. El correo electrónico era nuestro WhatsApp: yo me comunicaba así con mi familia y amigos, y las fotos del fin de semana o de las vacaciones se podían compartir gracias a esos buzones que además crecieron dinámicamente durante algunos años —de aquellos 1.000 MB llegamos a contar con más de 15.000 MB si aprovechabas algunos trucos— y que nadie parecía poder igualar.

Ahora el correo electrónico es, sobre todo, una segunda identidad electrónica. Es nuestro DNI en internet, porque lo que no ha logrado cambiar a pesar de todo y de todos es que para los Netflix, Twitter o Slacks del mundo somos una cuenta de correo y una contraseña. No parece que eso vaya a cambiar a corto plazo —passkeys mediante— y salvo por nuestro número de móvil, hay pocas cosas tan inmutables en nuestra realidad digital como nuestra dirección de correo electrónico.

Mis hijos no ven el correo electrónico como yo lo veo, claro. Ellos tienen cuenta propia, pero al menos de momento la usan para cosas muy puntuales. Es el sino de unos tiempos conquistados por la mensajería instantáneay las redes sociales —no eres lo que haces, eres lo que pones en WhatsApp o Instagram—, pero para mí el correo electrónico sigue siendo una de las grandes revoluciones de nuestro tiempo.

Una que además está parcialmente a salvo del control de las grandes. El correo electrónico se rige por estándares abiertos y públicos, pero es cierto que en los últimos años Google se ha convertido en (supongo) intencionada gestora de nuestros mensajes. Montarte un servidor de correo propio es prácticamente imposible para los no iniciados, y bastante difícil para los que lo están. Lo dice alguien que lo intentó y desistió, como tantos otros —mucho más expertos en esto que el menda lerenda— en el pasado.

Sea como fuere, Gmail cumple 20 años dominando de forma imperial el segmento de los servicios de correo electrónico. Tiene desde luego competidores, algunos aún más veteranos, como Outlook.com o Yahoo! Mail, y otros más modernos y curiosetes, como ProtonMail o Hey, pero ninguno de ellos ha logrado la popularidad de un servicio que tras todo este tiempo sigue siendo virtualmente perfecto. Y lo dice alguien que como yo vive cada vez más preocupado por lo mucho que dependo de mi dirección de correo —perder acceso sería una absoluta catástrofe—, sobre todo sabiendo que quien la controla es una empresa a la que no le tiembla el pulso a la hora de cerrar servicios de golpe y porrazo.

Veo bastante difícil que eso ocurra con Gmail, no obstante.

PD: Hace 10 años también escribía sobre los primeros 10 años de Gmail (también escribí algo en 2009, en su quinto aniversario). Así que supongo que nos vemos dentro de 10 años. Por cierto, en ese post vaticiné que a estas alturas tendríamos mucha más capacidad en nuestros buzones. Pues resulta que no. Y otra nota interesante: en Time publicaron cómo se creó el servicio, y la verdad es que la historia mola.