Fotos de niños en redes, no

Sábado por la noche. Recojo a mi hija Lucía de estar en casa de una amiga que celebraba su cumple. Se monta en el coche.
—¿Qué tal te lo has pasado? —pregunto.
—Bueno, bien —contesta sin demasiada alegría.
—¿Bien y ya? ¿Qué ha pasado?
—Es que tampoco hemos hecho nada... Se han puesto todas con el móvil. Haciendo tiktoks y eso.
Igual os suena la escena. Los niños de 12 o 13 años ya no quedan para jugar al fútbol, correr o inventarse algún juego. Se reúnen para ponerse a mirar el móvil en grupo. Cada uno con el suyo, claro, pero oye, ahí los tienes a todos, estando juntos sin estar. Ahora es cuando me decís "¿Y Lucía no se puso con el suyo?". Pues no: aún no tiene, aunque sí hace algún tiktok (privado, y siempre con permiso) en su iPad. El móvil llegará pronto, supongo, pero de momento resistimos y ella lo lleva con estoicismo porque mi pitufi-tufi es probablemente la niña con mejor conformar del mundo entero. Es lógico que me respondiera así, pobrecita.
La culpa de eso que pasó en el cumple y que pasa por todos lados la tenemos los mayores, claro. La situación es común en reuniones con familiares, amigos y conocidos y me recuerda aquello que escribí hace casi una década de "Jamás hemos estado más solos". Es terrible, pero la cosa no ha mejorado desde entonces. De hecho, ha ido a peor. En cierto sentido estamos aún más solos de lo que contaba entonces. El vídeo que embebí entonces, por cierto, es absolutamente brutal, así que lo vuelvo a incluir. Dadle al play, por favor.
El caso es que estuve pensando en lo que me dijo Lucía. Todas con los móviles haciendo tiktoks y eso. Y publicándolos. Una amiga suya —13 años— ya presume de tener como 5.000 seguidores (creo), así que ahí está, publicando a tope vídeos de bailes, lipdubs —el culmen de los mediocres y de la creatividad adolescente ene esta era— y chorradas varias. Y como ella, todas las demás, algunas solo en privado, pero otras públicamente para que las pueda ver cualquiera.
A mí eso me aterroriza.
No me gusta publicar fotos mías en redes sociales. A mi mujercita la tengo pocha con eso, porque en eso somos muy distintos: ella es fan absoluta de Instagram, por ejemplo, cuando yo, que no soy hater de casi nada, soy muy hater de en qué se ha convertido esa plataforma.
En una cosa, no obstante, estamos de acuerdo los dos: nada de fotos o vídeos en las que se vea claramente a nuestros niños en redes sociales. No veréis una en el blog —si salen, como mucho los veréis de espalda— y mucho menos en Twitter, que no uso prácticamente jamás para ese tipo de cosas. Sally, que publica poco en Instagram, nunca saca fotos de nuestros pitufos en los que se les vea claramente, e intentamos tener cuidado con eso. Evidentemente tenemos las de perder en esta batalla. No porque nosotros queramos, sino porque al final nuestros niños acabarán en redes por culpa de otras personas.
De sus amigos, claro.
Les aviso de vez en cuando con eso de que sus amigos no suban fotos de ellos a redes, pero estamos, como decía al principio, en un momento chungo para resistirse a la tentación. Los influencers están haciendo mucha pupita a toda una generación de pre-adolescentes, y aunque supongo que saldremos de esta lo cierto es que uno de los mensajes claros es: sal ahí, hazte fotos y vídeos y enséñaselos al mundo. Es lo que hace todo el mundo para poder ser aceptado socialmente, así que si no lo haces te conviertes en un paria.
Qué terrible.
Leía sobre eso esta mañana en NBC, donde unos padres parece que se acaban de dar cuenta de que eso de publicar fotos y vídeos de sus niños igual no es buena idea. Una madre y creadora —que ha aprovechado el tirón para aconsejar a los padres sobre el tema— decía lo siguiente: "los niños no saben que sus imágenes van a vivir para siempre en internet". Y así es. Internet no olvida.
En el artículo hablan de un concepto interesante. La llamada "audiencia invisible", la creencia adolescente de que otros están prestando atención a lo que hacen y escrutando su comportamiento. Que habrá algunos que lo hagan, pero serán los de siempre. Tu círculo cercano: tus compis de curro/clase, tus amigos y familiares, etc. Para los demás lo más probable es que no seas nadie a no ser que te conviertas en influencer, algo que es muy poco probable.
El caso es que por lo visto los chavales están creando una especie de personaje en redes sociales del que luego no saben separarse del todo cuando van creciendo. Eso es un teórico problemón, aunque los efectos a largo plazo de crecer tan ligados a lo online son una incógnita.
Yo, por si acaso, seguiré tratando de luchar porque sus fotos no salgan en redes. Si quieren compartirlas, que las compartan en privado. Dan ganas de prohibir móviles en los próximos cumples de mis niños. Me imagino el panorama: niños y padres diciendo que ni hablar del peluquín, que si no hay móvil no hay niño. Que sus vástagos tienen que publicar fotos estupendas en sus cuentas de Instagram o TikTok o las que sean pasándoselo pipa. O más bien, actuando y fingiendo que lo hacen, que es lo que están aprendiendo a hacer para que los vídeos salgan igual de chulos que los de los influencers de turno. Los de las vidas maravillosas. Los que nunca te cuentan penas.
Qué chungo.