Flappy Bird y la adicción a lo imposible

Parece que no hace falta gastarse 100 millones de dólares en un juego para que este se convierta en un éxito. Es el caso de Flappy Bird, que no conocía hasta hoy y que un artículo en TechCrunch ha convertido en una pequeña celebridad --si es que no lo era ya--. El juego es insultante por su sencillez de concepción: vas con un pajarito dándole a la pantalla pequeños toques para que se mantenga en vuelo, y sorteas huecos de tuberías que van apareciendo.
Ya está. Ese es el juego. No hay más. Y todo con un diseño muy ochentero, pixelado intencionadamente, y con unos soniditos más propios de maquinita de esos tiempos que de los de ahora. Pero la característica más importante de este juego es su dificultad. Es increíblemente difícil sortear 5 o 6 tuberías en la misma partida.
Aún así --o más bien, precisamente por eso--, engancha. Como dicen en TechCrunch:
As you quickly die and die and die again, the urge to press “OK,” and “Start” seems impossible to resist, so you continue to re-spawn your stupid little bird and try to pass your best score.
Esa adicción a lo imposible ha hecho que el juego se haya convertido en número uno en los catálogos de la App Store y de Google Play, con entre dos y tres millones de descargas al día. El desarrollador, un joven vietnamita que lleva cuatro años siguiendo ese tipo de concepto con diversos juegos, confiesa que ha tenido suerte, y lo cierto es que la viralidad ha sido increíble. Todo un ejemplo de un juego sencillo (en concepción, repito), adictivo, y brutalmente difícil. Que eran básicamente las bases de los juegos de los 80 en los que los 8 bits obligaban a la sencillez pero invitaban a la jugabilidad máxima a través, entre otras cosas, de una dificultad enorme.
Tanta, que he hecho lo más inteligente que podía hacer. Después de instalarlo y pasarme 4 tuberías tras 10 minutos como récord, lo he desinstalado. Ya basta de darle al puñetero Start.
Actualización (11/02/2014): Y tal y como vino, se fue.