Facebook parece inmortal

Facebook parece inmortal
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El 4 de febrero de 2004 un joven absolutamente desconocido llamado Mark Zuckerberg hacía clic con su ratón e iniciaba una absoluta revolución. Una que ahora cumple 20 años y que ha hecho que diversos medios hablen sobre ese particular aniversario.

Es lo que por ejemplo han hecho en La Sexta Noticias con una noticia en la que me pidieron colaborar con unos comentarios. Ahí tenéis el vídeo y mi participación conmigo en un primoroso —y horrible— primer plano. Deben haber hecho zoom en edición, no estaba tan cerca de la cámara, caray. Tampoco estoy del todo satisfecho con el resultado en el vídeo porque una frase suelta como la que pronuncio al final parece un poco exagerada. Pero hay un contexto detrás, así que como este es mi blog, voy a darlo.

Lo cierto es que en 2004 los seres humanos casi no sabíamos qué eran las redes sociales —Friendster y MySpace enseñaron un poco el camino—. Habíamos vivido miles de años sin ellas, pero de repente nos dimos cuenta de que eran geniales y las necesitábamos en nuestra vida.

Y así fue como Facebook comenzó a conquistarnos. Primero, como todas estas plataformas, con un planteamiento fantástico ("conecta con tus amigos y familiares", qué bonito). Luego, aprovechando el efecto red —donde va la gente, va Vicente—, pervirtiéndose y corrompiéndose.

¿Cómo? Recolectando datos como si no hubiera mañana, controlando lo que veíamos y cómo lo veíamos, reforzando o tirando abajo nuestras cámaras de eco y nuestras pizzas con piña y violando nuestra privacidad una y otra y otra vez con la excusa de que Facebook era mejor (publicidad incluida) cuanto más supiera de nosotros.

Durante todo ese tiempo Facebook no ha parado de ir a peor. Yo me creé cuenta en su día, pero solo la usaba para que si alguien me quería seguir allí supiese cuándo había nueva entrada en Incognitosis. Que yo recuerde, jamás he publicado nada "manualmente".

Facebook, como Instagram —que también empezó con un propósito estupendo— siempre me han parecido sitios malditos. Las nuevas Telecinco. Plataformas terribles que quitan neuronas cada vez que les dedicamos un instante. Pero ya sabéis lo que pasa. Tenemos las redes sociales que nos merecemos. Y la tele que nos merecemos. Y otras muchas cosas que nos merecemos.

Y lo malo de las cosas que nos merecemos es que no mueren fácilmente porque las revivimos una y otra vez. Lo de Facebook es especialmente alucinante. Lo vimos por primera vez en marzo de 2018 con el escándalo de Cambridge Analytica. Las acciones de la empresa cayeron un 24% hasta los 160 dólares y Facebook perdió 134.000 millones de dólares en bolsa.  ¿Sabéis cuánto tardó en recuperarse? Mes y medio. Facebook era inmortal. Había sobrevivido a otras crisis, y aquella no iba a ser muy distinta.

De hecho lo hicieron con fuerza —salvando un pequeño bache también anecdótico con la pandemia— hasta finales de 2022, cuando las acciones rondaban los 375 dólares. Lo que pasó a partir de entonces fue extraño: a Zuck ya no le interesaban las redes sociales, y nos veía a todos con unas gafas pegadas en la cara las 24 horas del día. Nacía su metaverso, y lo hacía estrellándose. Nadie se creyó aquello en todo 2022, y así le fue a la empresa, que no paró de caer en bolsa.

El 31 de octubre de 2022, hace menos de año y medio, las acciones de Meta llegaron a estar por debajo de los 90 dólares. Acaban de presentar resultados financieros decepcionantes —segundo trimestre de caída— y quedó claro el fracaso absoluto de su apuesta por el metaverso. La división Reality Labs, esa que nos iba a cambiar la vida con las gafas de realidad virtual, había perdido 9.000 millones de dólares en los tres primeros trimestres del año.

Nueve. Mil. Millones.

Parecía que Facebook, que ya para entonces se llamaba Meta, se moría. Yo mismo lo vaticiné porque me encanta matar empresas malas. De hecho poco antes había medio matado a Instagram, y con aquello, ya puestos, maté también a Facebook.

Me equivoqué, claro. Facebook demostraba ser inmortal una vez más.

¿Cómo lo hizo? Con una pirueta con salto mortal y, eso sí, con un cambio de discurso. El metaverso ya no era tan importante aunque nos llamemos Meta, chavales. Lo que queremos ahora es ser referencia en inteligencia artificial, y además serlo desde una perspectiva Open Source porque somos geniales.

Admito que la pespectiva es genial, y admito también que Meta está ofreciendo sus modelos de IA —con Llama y Llama 2 a la cabeza— con licencias Open Source. Eso está impulsando un montón de investigación en este área que de otro modo no sería factible realizar, porque a raíz de Llama han aparecido un montón de modelos derivados, afinados y entrenados para todo tipo de propósitos específicos... y que también son Open Source.

Y claro, la estrategia les ha funcionado. Las tecnológicas se han beneficiado a lo bestia del auge de la IA generativa. Microsoft lo ha hecho, NVIDIA lo ha hecho (la que más), y desde luego Meta lo ha hecho. Y si no, mirad la gráfica.  Cubre desde aquel bajón de octubre de 2022.

Desde entonces la tendencia ha sido espectacularmente creciente. Y lo alucinante es lo que pasó del pasado 1 al 2 de febrero de 2024, cuando las acciones subieron un 20% de sopetón y la empresa incrementó su valoración bursátil en 197.000 millones de dólares de golpe y porrazo. Es la subida más cuantiosa de la historia de la economía.

¿Por qué? Por los buenos resultados financieros del cuarto trimestre del año. Habían superado expectativas, y los tres mil millones de usuarios zombies de Facebook lo demostraban. Por supuesto que los habían superado: no paran de recortar gastos y de meterle más y más publicidad a los usuarios, que se sienten ahogados y asfixiados y aún así, por alguna extraña razón, aguantan allí.

No sé a vosotros, pero a mí esto me parece alucinante. Me parece sencillamente increíble que una empresa tan tóxica en casi todo haya logrado no solo sobrevivir una y otra vez, sino hacerlo de esa forma. Siendo más fuerte cada vez.

Facebook no debería existir. No así.

Pero parece inmortal, la maldita.

De felices 20 nada, Facebook. Ojalá no cumplas otros tantos.