Esto es lo que pasa cuando metes un SSD a un viejo portátil

Esto es lo que pasa cuando metes un SSD a un viejo portátil
kingdian

El otro día cenamos en casa de unos buenos amigos y él me hizo una consulta técnica. Necesitaba un ordenador en el que mostrarle lo que necesitaba ver porque iba a ir más rápido, así que le dije: "a ver, déjame tu portátil un momento".

Y entonces, Mordor.

El portátil en cuestión no es precisamente el último modelo. Es un HP 250 G3 (princpios de 2014),  con un Intel Celeron N2830, 4 GB de RAM, 500 GB de disco duro y cosas sorprendentes y maravillosas como una regrabadora de DVD y un conector RJ45 de tamaño completo.

Es un señor armatoste (2,19 kg) también, un 15,6 pulgadas clásico que además cuenta con una resolución de tan solo 1.366 x 768 píxeles. Un ladrillazo que incluso en la época en la que apareció lo hizo con un precio que rondaba los 300 euros (curioso, no ha bajado de precio), lo que deja claro que estamos hablando de un equipo de gama de entrada.

Pero aquello no parecía un gama de entrada cuando lo cogí. Parecía como Mordor, insisto. El infierno.

Mi buen amigo es un crack en muchas cosas, pero en temas tecnológicos no es precisamente Linus Torvalds, así que había hecho básicamente todo lo que no se debe hacer en un equipo. Aquello era MalwareLand. Abrías Firefox y aquello parecía estar calculando millones de dígitos de Pi. Medio minuto después podías empezar a escribir, siempre con alguna interrupción de un pop-up u otro que amenizaban aquel viaje a un mundo de horror informático.

Típica foto de un equipo que parece que va a volar cuando lo uses. Mentira.

Cinco minutos después no había conseguido ni abrir la página que estaba buscando, así que desistí.

—Oye macho, este portátil está hecho una pena. Aquí debes tener bichos para aburrir.

—Ya, la verdad es que casi nunca lo uso, es muy lento.

—Pues claro que es lento. A saber lo que le has hecho al pobre.

—Yo nada. Lo normal, ya sabes. Alguna descarguita, todo light.

—Tururú. Aquí lo que necesitas es darle vidilla al portátil. Venga, si quieres me lo llevo, lo formateo entero y le instalo un Windows 10 y de lo dejo actualizado y limpito.

Obviamente mi amigo

entre sollozos y brindis con las copas de vino

me dijo que le parecía perfecto. Así que dicho y hecho, me llevé el equipo a casa tras hacer una (peligrosa) copia de seguridad de fotos y datos que tenía guardados en el portátil. Eran más los riesgos de no hacerla y perder unos cuantos gigas de imágenes de sus peques que contaminar el disco duro externo donde la hicimos, así que tiramos para adelante y me quedé con el equipo preparado para ser exorcizado.

Ya en casa y con el equipo ante mí me di cuenta de una cosa. Tenía una unidad SSD guarripeich que había comprado para mi viejo netbook con la idea de resucitarlo, y durante un tiempo acabé usándolo para los niños, pero hace poco renovamos equipo (de esto escribiré algún día) y acabé tirando el Asus EeePC al punto limpio, previa extracción de la unidad SSD, claro.

Total, que aquel SSD guardado en el cajón podía tener otra oportunidad. Se lo comenté a mi amigo.

—Oye, que puedo sustituir la unidad de DVD por una unidad SSD.

—¿Eseesequé?

—Por un disco duro más rápido. Solo necesito comprar una bandeja adaptadora y cambiaría la unidad DVD por ese disco. Yo creo que es buena idea.

—Avanti tutti.

Dicho y hecho de nuevo. Tras investigar un poco compré una bandeja de 10 euros en Amazon que llegó al día siguiente. Quitar la unidad de DVD consiste en quitar un tornillo y sacarla, e insertar la bandeja con la unidad SSD conectada (vía SATA) era casi igual de fácil, así que en 5 minutos estaba todo resuelto.

Tocaba instalar Windows 10 en la unidad, algo que me dio un pequeño problema: la unidad no tenía el sistema de tabla de particiones correcto (GPT), pero afortunadamente ya había hecho la instalación de Windows 10 en el disco duro original así que al arrancar desde esa partición y abrir la herramienta de particiones de Windows detectó que esa unidad no se llevaba bien con el sistema. Directamente apareció un cuadro de diálogo para convertirla a un disco GPT en lugar de crearlo como un disco MBR, que es precisamente lo que yo necesitaba.

Eso resolvió todos los problemas. Vuelta a iniciar, instalación de Windows 10, actualización total y dos o tres horas después ya tenía el equipo listo para pasar las pruebas de rendimiento. ¿Mejoraría el rendimiento con la unidad?

Pues como era de esperar, sí. Nada milagroso, claro. La unidad SSD que compré es una modestísima Kingdian S200 de 60 GBaquí la comparan con otras unidades baratas—, así que tampoco se le pueden pedir peras al olmo. Aún así casi se triplican las velocidades secuenciales de lectura y casi se doblan las de escritura, pero es que las mejoras se aprecian en el rendimiento general. Salvo la prueba de Kraken 1.1, en la que un menor tiempo indica mejor rendimiento (se redujo un 25%, nada mal), en el resto más de lo mismo: tanto Octane como Webxprt mostraron rendimientos casi un 100% superiores, y en Geekbench también había mejora apreciable.

Esto, claro, son solo pruebas sintéticas, pero es cierto que usar el equipo ahora es bastante distinto a ese horror con el que me encontré cuando me lo dejó el otro día. La conclusión en cualquier caso es la misma: una unidad SSD puede dar bastante vidilla a vuestro viejo PC o portátil, algo que ya sabíamos pero que no está de más recordar.