El laberinto de los espíritus: crítica literaria
Recuerdo perfectamente aquel viaje en metro, hace ya más de una década. Iba leyendo "La sombra del viento", absolutamente ausente de todo lo que pasaba a mi alrededor. Capturado, secuestrado por las palabras. Disfrutando de mi particular síndrome de Estocolmo literario. De repente llegué a un pasaje del libro espectacular. Uno que además de ponerme los pelitos como escarpias me produjo una reacción increíble. Vamos con la confesión.
Estuve a punto de llorar de la emoción. Allí, en pleno vagón.
Aguanté. Me pudo más el qué dirán, supongo. Eso no quita para que el momentazo literario quedara grabado para siempre. "La sombra del viento" es el mejor libro que he leído en mi vida, y probablemente aquel viaje en metro tiene la culpa. El libro conectó conmigo como ningún otro lo había hecho, así que cuando supe que en realidad era el primero de una tetralogía de Carlos Ruiz Zafón, pensé que tendría otras oportunidades de soltar la lagrimita.
No fue así. Apenas recuerdo nada de "El juego del ángel", por ejemplo. He tenido que acudir a mi crítica de entonces para descubrir que me pareció impresionante. Aún menos recuerdos tengo de "El prisionero del cielo", que tendré que volver a leer para saber qué pasó con ese libro.
De la que sí puedo hablar es de "El laberinto de los espíritus", la cuarta entrega de esa serie que puedes leer en cualquier orden aun cuando las historias y los personajes estén fuertemente entrelazados. La terminé ayer a medianoche con una sensación extraña, y decidí que mascaría un poco esa sensación para escribir mi particular crítica literaria.


Empezaré diciendo que la novela es extraordinariamente larga. Siempre recuerdo aquella escena de 'Amadeus' (peliculón) en la que el emperador felicitaba al compositor para luego hacerle una pequeña crítica:
Demasiadas notas
Pues bien, a 'El laberinto de los espíritus' le pasa algo similar: tiene demasiadas letras. Eso no es necesariamente malo o bueno, pero uno se pregunta si realmente era necesario un volumen así para contar esa historia. Zafón se recrea en las descripciones, no deja casi nada a la imaginación, y eso hace que en algunos momentos la trama pueda volverse pesada. Eso, para empezar.
Estamos además ante un desarrollo que también es menos especial de lo que esperaba. En esencia "El laberinto de los espíritus" es una novela policiaca, sin más. Una investigación ficticia que acaba formando parte de una historia real (si no queréis spoilers no hagáis clic aquí) y que acaba envolviendo a todos los personajes de la novela de forma directa o indirecta.
De todos esos personajes, por cierto, mención especial para la protagonista, Alicia Gris, que me ha parecido un personaje incómodo. Una antiheroína —muy de moda ahora, Zafón llega justo a tiempo— hermética y que no se hace querer precisamente. Supongo que esa es la intención precisamente, porque hay un poco de todo y tenemos en el lado opuesto al eterno Fermín Romero de Torres —qué nombre tan taurino—, que de hermético tiene bien poquito y que es el único que de cuando en cuando arranca una sonrisa, algo difícil en una novela que forma parte de esta tetralogía con tintes más bien oscuritos. Los Sempere en esta entrega al menos son un poco sangre horchata —su papel es muy secundario, a pesar de estar en el centro de todo— y en general diría que son mucho más creíbles los malos que los buenos. Todos, eso sí, con sus luces y sus sombras, algo meritorio que hace que aquí nadie se libre de los matices, para bien o para mal.
Lo cierto es que esas más de 900 páginas dan como decía para mucho, incluido un epílogo que es en sí mismo algo así como la historia de cómo Zafón afrontó esta tetralogía. Me gustaría poder preguntarle cuánto hay de ficción y cuánto de realidad sobre todo en esa última parte, que parece más un "making of" novelado que ese epílogo a una historia que perfectamente podría haberse cerrado sin él. Yo agradecí que lo incluyese, eso sí, porque es probablemente la parte que más me gustó del libro. De hecho, me pregunto si escribió esa parte al principio de enfrentarse a este mastodonte o lo hizo al final, ya con menos fuerzas y ánimos para cerrar capítulo. Apostaría por lo primero.
Es en esa parte final en la que se nota que efectivamente todos los personajes acaban teniendo algo del autor (o de su entorno). Julian Carax, Julián Sempere, Fermín Romero de Torres y Alicia Gris tienen mucho más de él de lo que probablemente quiera admitir —en esta (mala) entrevista apunta a ello—. De hecho, la historia profesional de Julián Sempere en la novela es extrañamente parecida (que yo sepa) a la biografía del propio Zafón en un guiño que por lo que sé no es el único que hace en esa curiosa mezcla de realidad y ficción.
¿Conclusión final? Una buena forma de cerrar el círculo. Meritoria, además, por lograr que uno se lea 1.000 páginas sin tirar la toalla, algo aún más destacable cuando la mayoría de nosotros acabamos procrastinando incluso a la hora de disfrutar de nuestro tiempo. Partidita de 20 minutos, ver el feis otros cinco, un cafetito para el cuerpo y vuelta a empezar. Dedicarle tanto tiempo a leer un solo libro es casi una proeza en los tiempos que corren. Qué menos, después de que el autor se haya pasado los últimos 15 años trabajando en completar esta historia.
No diría que es un libro apasionante o una lectura obligada, pero si os habéis leído los precedentes no hay excusa fácil para evitar "El laberinto de los espíritus". Menos brillante y más denso, pero igualmente entretenido. Nada mal, señor Ruiz Zafón. Nada mal.
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