El iPhone se ha convertido en una lavadora

Me leía esta mañana esta entrada de The Verge titulada 'The walls of Apple’s garden are tumbling down' y aunque al final flojea, la primera parte es estupenda. Cuando uno lee algo y el texto le hace empatizar, reflexionar y darse cuenta o reafirmarse sobre algo, los ingleses tienen una expresión que a mí me gusta: it resonated with me. Que en traducción lateral suena fatal, pero es así. Resonó conmigo o en mí.
El autor empieza hablando de cómo se dio cuenta de que el iPhone lo iba a cambiar todo. Un colega que lo tenía se lo enseñó a principios de 2008 —casi un año después de lanzarse— y allí vio algo que le dejó patidifuso: un navegador cargando una web. Y entonces sediocuen.
Para mí esa revelación llegó mucho antes de tocarlo. Lo vi claro cuando lo presentó Steve Jobs en enero de 2007. Ya entonces dije que lo quería, y unos meses después un amigo me lo trajo de los EEUU. Hubo mucha gente que tardó algún tiempo en darse cuenta del tema, pero con el tiempo el iPhone acabó convirtiéndose en ese teléfono que todo (casi) el mundo quería tener. No ya porque fuera mejor o peor, sino por algo aún más importante para mucha gente: con el iPhone molaban más.
Y así fuimos asistiendo a una época frenética en el que cada iPhone era significativamente mejor que el anterior, y lo mismo ocurría con los móviles basados en Android. Las mejoras software eran estupendas —"¡Mira, ya puedo copiar y pegar en el iPhone!"— y la evolución de los dispositivos a nivel hardware también era alucinante en todos los apartados, desde sus procesadores —que acabaron siendo utilizados en los Mac— como en sus cámaras, en sus baterías -que dentro de lo que cabe no están mal-, sus pantallas, su conectividad o su construcción. Todo era emocionante y uno quería renovar el móvil no ya cada año, sino cada tres o cuatro meses.
Y entonces el iPhone se convirtió en una lavadora.
¿Por qué lo digo? Pues porque los iPhone —y sus competidores— se han convertido en una commodity. Es otra palabra inglesa que no tiene una traducción especialmente ideal en español, pero que podríamos decir que se traduciría como "producto básico". Como la tele, la radio, la lavadora o, por comparar con algo más cercano, el PC.
Que los jóvenes que me leéis no lo entenderán así, claro. Los PCs y portátiles parecen siempre un más de lo mismo ahora, pero hace 20 o 25 años la evolución era frenética y todos queríamos cambiar de máquina cada año (o menos) porque todo el rato aparecían máquinas con más gigahercios, más megabytes y gigabytes y sistemas operativos que hacían cosas cada vez más chulas. Y luego se convirtieron en lavadoras.
Y así estamos. En una época en que muchas cosas que nos fascinaban se han convertido en una commodity. Las lavadoras nos lavan la ropa, las radios suenan igual, las teles nos siguen permitiendo ver pelis (y de nuevo, mucha publi), y los PCs nos permiten trabajar. Todo mejor que antes, sin duda, con más prestaciones y bastantes más gimmicks, pero más o menos igual.
Y cuando las cosas nos parecen más o menos lo mismo, dejamos de emocionarnos con ellas. Y eso es peligroso para los fabricantes, porque ya no renovamos el móvil cada año, y mejor no hablamos del resto de los ejemplos que he puesto. Yo jamás he renovado la lavadora, he cambiado la tele dos veces en 20 años, mi última renovación del PC es de 2018 y mi portátil, ojo, es de 2015. Es el Dell XPS 13 con el que de hecho he escrito esto tumbadito en la cama mientras veía a Nadal ganar a Cachín en el Mutua Madrid Open y volvernos a demostrar que todo es posible (otra vez).
Pero como decía, con los móviles en general y el iPhone en particular ocurre desde hace tiempo eso tan chungo para una tecnología que antes era fascinante: ahora nos parece normalita. Tirando a aburridilla.
Rollo lavadora, vaya.