Cuando el PC y la consola dejaron de importar

Harry miró a su vástago, Harry Jr., con una mezcla de ternura y enfado.

—Harry Jr., deja ya el FIFA 28 y ponte a estudiar.

—Pero papá —dijo el pequeño mientras se quitaba las gafas con pantallas 8K, UHDR y refresco de 200 Hz—, ¡si llevo toda la tarde empollando!

—Cuando seas padre, comerás huevos.

—¿Qué?

—Que dejes el juego y empolles. Luego ya echaremos una partidita y te machacaré como antaño.

—Papá, qué dices. No me ganas un partido desde el FIFA 23.

—He estado entrenando, te vas a enterar —dijo Harry sin demasiada confianza—. Y ahora, a empollar.

Clic.

Harry Jr. dejó sus gafas-pantalla y el mando encima del estante de su habitación. Una habitación que, por cierto, era una leonera venida a menos. Había ropa por todos lados, pero a Harry siempre le sorprendía ver cómo en cuestión de aparatos electrónicos todo se había simplificado hasta límites insospechados. Las gafas-pantalla eran el único dispositivo visual que necesitaba la mayor parte de la gente en casa. El móvil y los auriculares inalámbricos eran la otra parte de la ecuación si salías a la calle, pero eso era todo.

Qué tiempos aquellos en los que los PCs y las consolas lo dominaban todo, tanto en el terreno empresarial como en el de los videojuegos. Harry recordaba la época en los que la gente se gastaba verdaderas fortunas en PCs con las tarjetas gráficas más potentes y los procesadores más innovadores.

Qué flipados éramos, pensó.

Las cosas habían cambiado desde que en 2027 Sony y Microsoft presentaron sus nuevas plataformas de videojuegos. Unas que por primera vez en la historia ya no tenían como pata fundamental a la consola de turno. La Xbox Horizon y la PS5 que se presentaron en 2020 habían sido las últimas máquinas 'tradicionales', aun cuando con ellas desaparecieran las copias físicas de juegos en Blu-ray.  Todavía dependíamos de una caja instalada en el salón o la habitación para jugar.

Aquello terminó con la llegada de los videojuegos en streaming, algo que muchos habían augurado hacía una década  y que otros tantos veían imposible. Y sin embargo, allí estaba aquella realidad que hacía que cualquier pantalla pudiese ser la ventana a un catálogo de videojuegos imposible de imaginar poco antes. Podías jugar a todo en todo momento y desde todo lugar.

El móvil y la tele se habían convertido, como todo lo demás, en clientes tontos. Clientes tontos conectados, para ser exactos. La inteligencia que en cierto momento se le quiso dar a todos los dispositivos —"smart esto", "smart lo otro", recordaba Harry, cuando nada era realmente smart— desapareció de ellos tan rápido como había llegado.

Los dispositivos eran meros transmisores de información que (casi) nunca procedía de ellos mismos. En el caso de los videojuegos, desde luego, nunca era así. Las gafas-pantalla, móviles, proyectores y televisores de nueva generación eran equipos que dedicaban todo su esfuerzo tecnológico en la visualización de contenidos, no en el procesado de los mismos.

No tenían que tener gráficas, procesadores, ventiladores o memoria. Aquello era cosa del pasado, porque todo el trabajo duro lo hacían gigantescos centros de datos capaces de procesar esas señales y distribuirlas a los millones de jugadores repartidos por todo el mundo. Como ya hicieran Netflix o Spotify para series, películas o música una década antes, los videojuegos llegaban a todas partes sin importar dónde quisieras disfrutarlos.

En esos pensamientos andaba Harry enfrascado cuando Sally le interrumpió bruscamente.

—Maridete mío, qué haces, ¿en qué piensas?

—En nada.

—Ya estamos. ¿Otra vez en tu caja de la nada?

—Eso es. En mi fantástica y maravillosa caja de la nada.

—Es mentira. Venga va, que nos conocemos. Estabas preparándote para una partidita al Battlefield XXI, ¿a que sí?

—En realidad no. Estaba recordando aquellos tiempos en los que me dabas tu bendición para gastarme una pasta en componentes de PC.

—Qué tiempos. Y entonces llegó el Xbox Game Peace XT aquel.

—Pass XT. Xbox Game Pass XT.

—Eso. Recuerdo que aquello fue tremendo.

—Claro. Primero llegó su antecesor, Xbox Game Pass, la suscripción que permitía jugar a un catálogo bastante chulo de juegos para aquella Xbox One, pero también a los anteriores de la 360 y la Xbox original. Por fin había llegado algo así como el Netflix de los videojuegos. Un buffet libre para gamers, vaya.

—Ajá —dijo Sally. Empezó a mirar su Instagram de reojillo. Sabía que Harry había entrado en modo abuelo cebolleta y le dejó seguir hablando.

—Pero la pequeña revolución llegaría en 2018 con un catálogo mucho más completo. Hasta Electronic Arts se dio cuenta del filón y lanzaron su Origin Access Premier. Todos los juegos de ambas, incluidos los más nuevos, disponibles para suscriptores todo el rato.

—Sí, es verdad. Uy mira, los niños de Meghan y de Harry están feísimos. Y tela telita los modelitos que les pone su madre, menuda es. Pobres, mis niños —comentó Sally sin darse cuenta. Afortunadamente Harry estaba en su elemento.

—Eso, claro, fue un punto de inflexión —continuó Harry sin pisparse de lo que le decía su mujercita —. De repente aquellos catálogos eran demasiado buenos. Los que no estaban en aquellas tarifas planas empezaron a ser irrelevantes, así que todas las desarrolladoras acabaron apuntándose a Xbox Game Pass, EA Origin Access y PS Now. Y entonces Microsoft dio el bombazo. Con su plataforma Azure era la única que podía hacer ese movimiento: todos los juegos en streaming. "The screen is the console" decían en los anuncios.

—Recuerdo aquellos anuncios. Molaban.

—Sí. Y molaba más que efectivamente la pantalla era la consola. No necesitabas más. Y si encima te comprabas las gafas-pantalla, la experiencia ya era inigualable. Que a mí me gusta también echarme mis partiditas en nuestra tele 8K de 100 pulgadas o en el proyector de tiro corto, Sally, pero lo de las gafas es estupendo. No molesto a nadie, y nadie me molesta a mí. Y puedo jugar en casa, el autobús y en la pisci de nuestro mini-resort burgués.

—A mí me sigue dando un poco de grima lo de las gafas-pantalla. En el metro va todo el mundo con unas. Es raro ver a alguien mirando el móvil.

—Tócate las narices. Hace diez años decíamos lo mismo, pero el raro era el que se leía un periódico o un libro.

—¿Un libro? ¿Qué es eso, Harry? —preguntó Sally juguetona.

—Ja.

—Bueno, ya sabes, me sigue pareciendo un poco triste. La gente ya no se mira a los ojos.

—Tampoco es que se mirara mucho antes. Es la excusa perfecta para ir a tu bola constantemente. El fin último del ser humano.

—Caray, Harry, estamos un poco cáusticos hoy, ¿eh?

—Lo normal. Bueno, igual un poco más. Es que Harry Jr. no me deja ganarle al FIFA 28.

—Bueno, pronto tampoco te dejará ganarle al Battlefield XXI, maridete mío. Te haces mayor.

—Puede ser, pero ahora que lo dices, voy a entrenar un poco. Ale Sally, en un ratito me desconecto.

—Ya me sé yo lo del ratito.

—Ays.

Clic.