Hacking, impresoras y obsolescencia programada
Estaba muy contento con mi Samsung SCX-3205W. Esta impresora láser multifunción me había ido como un tiro hasta la fecha, pero de buenas a primeras ocurrió la tragedia: el tóner se agotó. Miento. En realidad fue el software de la impresora el que me indicó que el tóner se había agotado.
Ahí es donde empezó una pequeña epopeya. Ya había previsto esa circunstancia hace tiempo, y gracias a una recomendación de Amazon compré un par de tóneres compatibles con esta impresora. Y cuando digo compatibles, es que eran compatibles. Oficiosos. No oficiales. Y como no lo eran, no funcionaban en mi impresora.


Y no funcionaban porque a Samsung, como a tantas otras, no le gustan las cosas que no son oficiales. Porque no pueden controlarlas, y porque al tratar de hacerlo limitan las opciones de los usuarios. “Usad mis tóneres, más caros pero mejores y, por supuesto, garantizados”, nos dicen. Que es el mismo discurso de un buen montón de fabricantes de impresoras de tinta -ese elemento es uno de los 10 líquidos más caros del mundo– y que por supuesto es extensible a todo tipo de fabricantes, productos y servicios en nuestros días (#cough#Apple#cough#).
Estaba ante un caso patológico de obsolescencia programada, así que me resistí a la realidad impuesta por el fabricante y me busqué las castañas. ¿Por qué no funcionaban los tóneres no oficiales? Fácil: cuentan con un chip acoplado en uno de los laterales que es leído por la impresora y que permite que el tóner imprima un número X de páginas como máximo. En mi caso, 2.425. De ahí no pasaba. Y si no hay chip, la impresora mira para otro lado. Que te has creído que voy a imprimir con un tóner falso, chavalote, me diría si hablara. Que soy de Samsung, alma de cántaro.


Pero había solución, claro. Rebuscando en la prodigiosa red de redes con la ayuda del Sr. Google descubrí que todo podía apañarse con un reset del firmware oficial, que puede modificarse para ser… oficioso. Por llamarlo de algún modo, ya sabéis. En Internet aparecían varios servicios que venden este tipo de actualizaciones oficiosas de firmware, y aunque intenté encontrar alguno por la patilla, no tuve suerte. Las opciones eran pagarle 12 dólares a un tailandés por ese firmware, o pagar 60 euros a Samsung por un tóner oficial de la muerte. No sé vosotros, pero yo tenía mi opción más clara que el agua. Como que me caen bien los tailandeses.

Así que dicho y hecho: contacto con el servicio, que me pide datos sobre la impresora (modelo, nº de serie, versión del firmware, y algo llamado CRUM del chip, qué cosas), y pago religiosamente los 12 dólares vía PayPal. El simpático tailandés me responde con su inglés de Google Translate al poco adjuntándome un pequeño programita, que aplico siguiendo las instrucciones de la página web. No funciona. Pruebo de nuevo. Nada. Contacto de nuevo. Agobio. Espero un día (el chico tiene que dormir, como todo el mundo) y esta mañana me encuentro con la respuesta. Comprueba todos los datos, verifica que lo has hecho todo bien. Compruebo y me doy cuenta de que el número de serie que le había dado está mal (a saber por qué). Me manda otro firmware modificado específico para mi impresora… et voilà! Tras tapar el chip con un poco de cinta aislante (ojos que no ven, impresora que no se pispa) la máquina vuelve a estar disponible para seguir en marcha. Cierto que el tóner está algo justito, pero de momento seguimos con el original hasta que se agote del todo. Y tengo uno de reserva, oficioso de la muerte, esperando para reemplazarle (y probado, pirula). He aquí la impresora con el glorioso LED de Status en un verde que te quiero verde chillón y estupendo. Ele.

Y todo por ahorrarme 60 miserables euros. O más bien, por no soportar que una empresa me diga cuándo se tienen que morir mis aparatos. Eso quiero decidirlo yo, si puedo. Y puedo.
Chúpate esa, Samsung. (Cambiar Samsung por lo que proceda).
