¿Cómo podíamos vivir sin smartphones?

No sé vosotros, pero mi memoria se diluye cuando trato de recordar cómo vivíamos cuando no teníamos móviles. Lo primero que me viene a la mente es lo de quedar con los amigos. Quedabas —ojo al dato— por teléfono fijo. Normalmente con un amigo que a su vez había quedado con otro amigo, y este con otro.
Y cuando quedabas, claro, había gente que llegaba tarde. Yo no, a ver qué os vais a pensar. Y cuando eso pasaba, no te quedaba otra que esperar. A veces solo, a veces acompañado. Y cuando estabas solo, ¿qué hacías sin móvil? Pues no me acuerdo. Pensar en tus cosas, supongo. O mirar a la gente. O, en un ejercicio circense, mirar a la gente mientras pensabas en tus cosas. Era asombroso. Y muy aburrido.
También recuedo los viajes en transporte público, en mi caso, mucho a la facultad. Yo era de llevarme libro para leer, pero eso no era siempre, así que una vez más, tocaba pensar en tus cosas. Recuerdo, eso sí, que cuando empezaron a aparecer los medios gratuitos era bastante habitual coger uno para tener algo que leer durante el trayecto. Aquellos diarios fueron una pequeña revolución: 20 Minutos, que ha acabado siendo potente como medio online, se lanzó en 2001. Su competidor, Metro, se lanzó algo después y aguantó hasta 2009 —curioso el homenaje póstumo de quien precisamente era su rival, 20 Minutos—. Aquellos diarios, que ganaban dinero con los anunciantes, fueron una especie de aviso premonitorio para la prensa tradicional. Publicar noticias gratis y cobrarle a los anunciantes tenía sentido. Periódicos como El País o El Mundo empezaban a verle las orejas al lobo. Luego llegaría la moda de publicarlo todo directamente gratis y aprovechar el modelo publicitario... hasta que los paywall empezaron a entrar en acción. Pero eso, ya sabéis, es otra historia.
Evidentemente lo de las fotos era otra historia. Eran básicamente un lujo, y además uno que no siempre daba los resultados esperados. Las fotos podían sacar desenfocadas, había gente a la que le pedías la foto y te cortaba la cabeza, y la gente salía con los ojos cerrados o con cara rara pero no podías hacer una ráfaga. De hecho lo de llevar el carrete a revelar era toda una experiencia y uno pensaba al recoger el sobrecito con los negativos y las fotos: "¿cuántas habrán salido bien?". Había gente con buenas cámaras y que sacaban muchas (y buenas) fotos, claro. Los llamábamos fotógrafos.
No había YouTube, ni Netflix ni Spotify. Los contenidos digitales estaban ahí, pero lo del streaming era una utopía, y pensar que los móviles podrían hacer lo que hacen hoy era también impensable. Así que nos conformábamos con ver películas cuando nos decían que teníamos que verlas. Los estrenos de cine tardaban en llegar a la caja tonta (que lo era a lo bestia), y cuando te ponías a ver una peli no tenías un cacharrito para aliviar las interminables pausas para la publi. Como mucho te ibas al baño. Con la música, tres cuartos: comprábamos CDs para oir las dos canciones que nos gustaban de las 15 que metían los artistas, o nos conformábamos con oír la radio que más o menos nos cuadraba y presumíamos de poder grabar alucinantes cintas totalmente personalizadas para luego oírlas en nuestros Walkman. Recuerdo que hubo cierto momento, trabajando yo ya en PC Actual y con los móviles tontos (hablo de 2000) en auge, en el que pensé: "Ya existen reproductores MP3, así que, ¿por qué nadie permitirá reproducir MP3 directamente en un teléfono tonto de estos?". Hay que ver cómo me adelanté al futuro: móviles como el Samsung SPH-M100 lo lograrían poco después, aunque la cosa no sería "normal" hasta un par de años más tarde. Qué cosas.
También está, claro, lo de llegar a los sitios. Yo, por ejemplo, era mucho de mirar el callejero de Madrid antes de salir de casa. Miraba el metro más cercano y luego trataba de memorizar más o menos la secuencia para llegar al sitio que buscaba. A veces hasta me copiaba un minimapa en papel. Con los viajes en coche la cosa era bastante más difusa: no tengo ni idea de cómo llegaba a los sitios. Supongo que con el mapa de carreteras y preguntando. Te cogías una casa rural en Asturias, en algún pueblecito, y más o menos al pueblecito llegabas bien. Luego, simplemente, tocaba preguntar a los paisanos para que te orientases. Allí, eso sí, todo era una incógnita. ¿Habrá tráfico? ¿Cuál será el camino más corto? Y lo más importante, esa pregunta eterna entre los niños (y que los mayores también nos planteamos en silencio): ¿cuánto queda? Todo eso era, insisto, un gran misterio, pero como no sabíamos que lo que llegaría con los navegadores GPS primero y Google Maps / Waze / Apple Maps después, nos daba un poco igual. Así que lo que les decíamos a los niños (o nos decían a nosotros, o los mayores pensaban en silencio) era siempre lo mismo. Llegaremos cuando lleguemos.
Qué os voy a decir de las visitas al baño. Me encantaría encontrar un estudio que nos mostrara cuánto tiempo invertíamos en esas visitas antes y después del auge del smaartphone, pero estoy seguro de que se ha incrementado. Antes uno se podía llevar una revista o un periódico —los revisteros en el baño eran un clásico—, e incluso yo que sé, la Gameboy. Pero no era lo normal diría, así que si la cosa se alargaba por lo que fuera, te ponías a leer hasta el bote de champú. Y luego llegó el móvil y de repente las visitas que antes nos interrumpían, ahora nos gustaban. Eran nuestros pequeños momentos de relax. Hasta la revista Time acabó defendiendo esa práctica. Qué cosas.
Todo, claro, era más incómodo. Incluso a principios de los 2000, con internet ya más o menos asentado, hacer cosas que hoy consideramos triviales era, en esencia, un rollo. Comprar se hacía andando hasta la tienda y pagando en efectivo —lo de la tarjeta era muy raro, así que imaginar que pagaríamos con el móvil era impensable—, y en lugar de WhatsApp teníamos el correo, que se usaba para algo más (para bastante más, de hecho) que para recibir spam. Aquello, al menos antes de que llegaran las redes sociales, era nuestro Facebook. Uno estupendo, por cierto, asíncrono pero ilusionante. Lo saben bien Tom Hanks y Meg Ryan, que hicieron honor a aquella sensación con aquel pastelón (que a mí me encanta) llamado "Tienes un email".
Pero en general, insisto, esperábamos tanto como esperamos ahora, pero lo hacíamos sin móviles o redes sociales o medios online o videojuegos móviles. O sea, que no había mucho que mirar salvo que te llevaras el citado libro, una revista, un cómic o un periódico. Esperar significaba, en esencia, aburrirse. Ahora mismo esperar, aunque sigue siendo un tostón, puede llegar a ser bastante llevadero. Lo decía Ian Bogost en un estupendo artículo titulado 'What Did People Do Befor Smartphones?' que he querido copiar de forma inmisericorde aquí, en Incognitosis. Como él concluía, después de todo igual no deberíamos quejarnos tanto de lo mucho que estamos con el móvil de las narices:
"Antes de los smartphones, la gente no invertía su tiempo libre en forjar vínculos sociales o superarse. Lo que más sufrían era un aburrimiento constante e interminable. Así que no nos lamentemos ni difamemos el tiempo que perdemos con los smartphones, al menos no tanto. Es malo dejarse seducir por las discusiones o el conspiracionismo, por las compras o la lujuria o el doomscroll, llevar el propio trabajo al sillón del dentista o al sillón reclinable del salón. Pero también era malo sufrir el terror de la monotonía. Ahora pasan demasiadas cosas, pero antes, ugh, antes nunca pasaba nada"
Amén a eso, hermano. Amén a eso.
Imagen | Sumeet Singh