Cómo de lejos nos dejaban ir de niños

La clave para un buena paternidad es el control.
No lo digo yo, ojo. Era es eslogan de 'Arkangel', el segundo episodio de la cuarta temporada de 'Black Mirror' —¿recordáis cuando 'Black Mirror' molaba?—. Si no lo habéis visto, os dejo con el tráiler. Y aquí, queridos lectores, la perspectiva es muyyy distinta al ver esto si tenéis hijos o si no los tenéis. Los primeros vais a entender mucho mejor el mensaje que los segundos: yo hasta me plantearía algo así con tal de que no le pasara nada a mi hijo.
Yo no recordaba todos los detalles —tienen un excelente resumen en Wikipedia— pero como solía ocurrir en 'Black Mirror', el capítulo era fantástico por su mezcla de realidad y ficción. Por un lado, tema cotidiano: el de los hiperpadres ("padres helicóptero', como dicen los sajones), muy de moda desde hace unos años. Ya sabéis, no quiero que le pase nada malo a mi hijo —en eso coincidimos todos los padres—, pero para lograrlo prefiero sobreprotegerlo y controlarlo.
Por el otro, el futuro distópico: uno en el que ese problema tiene una potencial solución. Luego la solución se convierte en el verdadero problema, claro, pero eso es lo maravilloso de 'Black Mirror'. Por cierto, este episodio fue dirigido por Jodie Foster. Muy fan (y pendiente de ver la cuarta de 'True Detective', que parece que es más bien flojeras).
No voy a contar más porque si no habéis visto el episodio, os recomiendo que lo veáis. No es el mejor de 'Black Mirror', pero desde luego no es el peor. Y me viene de perlas para la nueva perla de sabiduría reflexión de hoy, que va precisamente de cómo todos somos un poco hiperpadres en estos tiempos. Y quien habla, también: no sé si os pasa a alguno, padres que me leéis, pero el pánico a que les pase algo a mis niños está ahí. No es ni mucho menos constante, pero hay momentos en los que aparece y os aseguro que es una sensación de mierda. Pero de mierda de verdad. Para mí es, de lejos, lo peor de tener hijos.
Y por eso si tenéis hijos sabréis bien que estamos en una época en la que controlarlos es más fácil que nunca. No tanto como nos pinta la citada serie, pero casi casi. Nosotros, por ejemplo le dimos móvil a nuestra hija en Navidades de 2022 (tenía algo más de 12 años), pero lo hicimos sobre todo para saber que podíamos llamarla y que nos podía llamar si pasaba cualquier cosa. Ella creía que era porque iba a poderse instalar Instagram, claro, pero no sabía que con la iglesia nos hemos topado.
El pequeño Javi de momento no tiene, pero el pasado viernes vivimos un pequeño momento de incertidumbre. No llegó a ser aquel bendito maldito segundo (Dios nos libre), pero aún así, qué necesidad. Quedó con unos amigos y creímos que iba a estar cerca de casa, pero en realidad se fue un poco más lejos (no mucho, pero lo suficiente) de lo que pensábamos. No lo supimos hasta que llegó, ya de noche (anochece pronto aún) y solo. Y claro está, cayó bronca y castigo. Cómo se te ocurre, Javi. Tienes 11 años. Estás loco. Nunca más. Y todas esas cosas.
Y luego, pensando sobre ello, recordé que cuando yo tenía su edad iba más lejos tanto solo como acompañado y jugaba en sitios que probablemente hubieran hecho pasar un mal rato a mis padres de haberlo sabido. Recuerdo un descampado en la sierra donde había restos de la construcción, mogollón de clavos, maderas, ladrillos y un montón de cosas más con las que McGyver se hubiera sentido feliz. Nosotros también estábamos felices como perdices, ojo: nos hacíamos cabañas y hacíamos pequeñas batallas con los tiragüitos o ballestas de estas que te hacías con una tablita y unas pinzas (si sois de mi quinta quizás las recordéis) y nunca pasó absolutamente nada malo porque supongo que tuvimos suerte. Y nos íbamos con las bicis a tomar por saco y desaparecíamos todo el día y al llegar a casa aquello estaba asumido. Y encima tu madre te daba el bocata de mantequilla con azúcar como premio por haber llegado sano y salvo porque era lo suyo y te bajabas a dar vueltas por ahí porque no teníamos consolas ni iPad ni TikTok ni todas esas mierdas que probablemente me hubieran tenido igual de pegado a la pantalla que mis hijos.
Pero hete aquí que poco a poco hemos ido perdiendo eso. No sé cómo pasó, pero no conozco a ningún padre que no se sienta así, un algo protector de más con sus hijos. Desde luego, más que los nuestros con nosotros. Y todos recordamos que antes nosotros podíamos salir de casa y llegar hasta el quinto pino sin problemas, y ahora si el niño sale de la urba o se da un paseo tres manzanas más allá empezamos a entrar en colapso. Este gráfico de Reddit es bastante bueno:


El mapa es como digo fantástico, porque la comparación es muy apropiada para entender esto:
- En 1919 George, a los ocho años, podía irse a pescar a un lago a 10 km de distancia y no pasaba nada.
- En 1950 Jack (hijo de George), a los ocho años, podía irse solito al bosque que estaba a 1,5 km de su casa y no pasaba nada.
- En 1979 Vicky (hija de Jack), a los ocho años, podía irse a la piscina, que estaba a unos 800 metros de casa, sola.
- Ahora Ed (hijo de Vicky), a los ocho años puede ir hasta el final de su calle a 500 metros.
Seguro que no es lo mismo en todas partes ni con todo el mundo, pero en mi círculo ocurre. Supongo que lo pilláis: nos hemos vuelto hiperprotectores todos. Algunos más y otros menos, pero os aseguro que es difícil no serlo.
Que conste que hace poco nosotros pasamos el B1 de padres pasotas. No voy a dar muchos detalles, pero dejamos que nuestros hijos volvieran a casa solos en autobús desde bastante lejos. Llevaban el móvil así que podían llamarnos si lo necesitaban. Lo consiguieron sin aparentes problemas y nos llamaron cuando llegaron sanos y salvos. Y entonces unos amigos sin hijos que estaban con nosotros en el sitio se quedaron bastante asombrados. "Ostras Harry, Sally, acabáis de ganar más un galón en mi ranking. No conozco a ningún padre que hubiera hecho algo así", nos dijo él.
Yo sonreí satisfecho y le miré como diciendo: "por favor. Nosotros somos padres hippies".
Pero de eso nada.
Estuve constantemente mirando la localización en tiempo real en WhatsApp.
Fin.
Imagen | Robert Collins