Carpe Diem o por qué disfrutar de la pasta ahora

Febrero de 2022. Ahí me veis, dando un paseo con unos amigos por Benasque. Nos habíamos deslizado por las pistas por la mañana, y las tardes las reservábamos para pasear, tomar un vino y luego, cenar como reyes. En esas comienzo la conversación con mi amigo. Una que viene de una reflexión que llevaba tiempo haciendo.
— Igual nos estamos equivocando con esto de ser hormiguitas.
Sally y yo lo somos bastante. Hormiguitas. De pensar mucho en los ysis. Ya sabéis: "¿Y si pasa esto?" "¿Y si pasa lo otro?". Lo cual nos lleva a intentar prevenir para estar al menos algo cubiertos.
Eso, claro, tiene sus consecuencias. Sobre todo, la de evitar ciertos gastos que podríamos darnos hoy para tener (quizás) algo para mañana. Y cuanto más lo pienso, más creo que estamos cometiendo un error. Al menos, en parte.
Mi amigo coincidía. Él también tiene sus ahorritos, pero es más disfrutón. Y en esas estoy: intentando cambiar mi mentalidad, heredada de mi padre —que como he comentado alguna vez, era un poco de la hermandad del puño cerrado— y gastar en disfrutar. No ya tirar del "invierte en aquello que usas" sino en hacer eso y de paso darse una alegría de vez en cuando. Que tampoco va a ser esto un viva la Pepa, ojo, pero este año el propósito es viajar más, salir más, y por tanto, gastar más.
Es algo que de hecho se va a convertir en una pregunta usual para cuando hable con gente más mayorcita que yo. Qué harían ellos. ¿Carpe Diem, o no fliparse que luego pueden venir mal dadas?
Mi sensación es, como me decía mi amigo, que cuando vienen mal dadas tener un colchón puede ayudar, claro. Pero si vienen vacas flacas y has estado cortándote de hacer ciertas cosas por aliviar el golpe lo normal es que no puedas acudir a algo obvio: lo de "que me quiten lo bailao". Que oye, ya te has dado el capricho, ya has vivido cierto momento, ya te has pegado un homenaje —no me veréis en muchas de esas, ya sabéis lo que opino de los StreetXos del mundo— o ya has hecho cierto viaje que probablemente no podrás hacer si vienen vacas flacas.
Aquí, dos lecturas. La primera, la que hace unas semanas publicaban en Fortune un estudio curioso: "El 45% de los millenials y los de la Gen Z no ven sentido en ahorrar para el futuro". Para estos grupos (nacidos desde principios de los 80 hasta mitad de los 90), "la jubilación está muy, muy lejos, y tienen preocupaciones más inmediatas". Los jóvenes a los que entrevistan tienen desde luego esa visión optimista de "ya nos apañaremos", pero viendo cómo vive mucha gente mayor y cómo está el tema de las pensiones aquí, no sé que decirte. Me da que no se apañarán por las buenas.
Luego está la otra lectura recomendada. El tema lo escribía Javier Lacort en su newsletter 101 —recomendada— y el título era "Decreciente". Hablaba de la ley de la utilidad marginal decreciente —la Wikipedia también explica bien lo que es— que luego aplicaba a dos experiencias personales.
La primera, el viaje que se hizo cuando ni tenía sueldo. En plan arrastrao, "en un Golf alquilado con cinco tíos dentro. Mido 1.90 m". Aquel viaje, cuenta Javier, le costó 250 euros y "fue increíble". La segunda, cuando unos años después se gastó "diez veces más en un viaje a Nueva York":
"Estuvo genial y volvería mañana mismo, pero aquellos 250 euros a los 22 años me compraron mucha más felicidad y recuerdos imborrables que 2.500 euros casi a los 30".
Yo creo que en el viaje de los 20 influían otras cosas. Las primeras experiencias, la sensación de libertad, y ese rollo aventura que ciertamente le da otro tinte al viaje porque oye, ir de tirao tiene su encanto aunque sea incómodo. Luego te vas volviendo más comodón, pero ciertamente el tinte es otro cuando viajas con más medios.
Y en esas estoy. En vivir un poco más como a los 20 y un poco menos como a los 49 que están a punto de llegar.
A ver si lo consigo. Consejos y reflexiones, por cierto, bienvenidos.