Bienvenidos al sistema operativo conversacional
De cuando en cuando aparecen en el cine películas que asustan. Se adelantan tanto a su tiempo, aciertan tanto en sus predicciones, que uno podría creer que las ha escrito y dirigido alguien que, efectivamente, venía del futuro. Es el caso de ‘Juegos de guerra‘ (1983), a la que he hecho referencia en el pasado en repetidas ocasiones y que una y otra vez nos asombra con fogonazos tecnológicos que en la peli parecen anecdóticos pero que han acabado transformándose en algo cotidiano.
Puede que en realidad esas películas acaben inspirando muchas de las tecnologías que acabamos viendo venir, y desde luego una de ellas es esa interfaz de usuario conversacional que en los 70 y 80 era la referencia y que tuvo a los sistemas operativos UNIX y, por supuesto, a MS-DOS, como protagonistas.
En aquellos sistemas operativos uno conversaba con la máquina.
La conversación se transformó y se adaptó a la interacción hombre-máquina. Lo de escribir era muy cansado, y un grupo de genios locos creó la interfaz de ventanas e iconos que se convirtió en dominante durante décadas junto al ratón y el teclado. Ese modelo evolucionaría con la llegada de los smartphones, que nos brindaron la posibilidad de controlarlo todo con nuestros deditos, pero algunos se dieron cuenta de que por el camino habíamos perdido algo importante.
Habíamos dejado de conversar con la máquina.
Solo algunos recurrían a esa arcana forma de configuración. Los linuxeros hicimos nuestras las palabras de Spidey -“un gran poder conlleva una gran responsabilidad”– y nos dimos cuenta de que una buena consola podía darle sopas con ondas en eficiencia, rapidez y potencia a cualquier intefaz gráfica de usuario. Eso, no obstante, tenía una contrapartida: hablar el idioma de la consola no era fácil, y aunque había ayuditas (bendito man, me encantó esto que vi hace poco al respecto) no había un Duolingo que facilitase las cosas.
Pero como digo, la evolución de la informática había hecho que la inmensa mayoría de los usuarios ya no hablasen con las máquinas. No al menos hasta que de repente llegaron los asistentes de voz y muchos entendieron que esa alternativa perdida podía ser tan potente o más que las demás. Siri, Cortana, Alexa y Google Now (aquí Google pierde puntos, necesitan un nombre simpático para este asistente) nos han hecho echar un vistazo al futuro e imaginarnos una interacción en la que uno hasta
pueda ligarcree que puede ligar con su ordenador.
Así que cuando uno revisita ‘Juegos de guerra‘ y ve a David Lightman conversar con Joshua, lo normal es que se dé cuenta de lo que hemos avanzado… o tardado en avanzar, según se mire. Esa conversación no era más que un preludio de lo que ha llegado y está por llegar.
Lo estamos viendo por todas partes: los sistemas de aprendizaje automático, aprendizaje profundo y las redes neuronales están aprendiendo a hablar y a comunicarse cada vez mejor. Ya son capaces de intentar crear sus propios episodios de Friends y en Google ya han demostrado que el modelado del inglés y lograr que una máquina se exprese de forma natural está muy cerca.
Por eso lo que ha ocurrido con Quartz y esa aplicación que acaban de salir no me sorprende demasiado. Más bien me confirma la idea de que esa interacción hombre-máquina ofreciéndonos un futuro muy distinto al que plantea el limitado paradigma de ventanas y aplicaciones controladas a golpe de click de ratón. Fabrizio y Eduardo hablaban de ello estos días, y aunque mi enfoque es distinto la reflexión converge. Volvemos a entender que hablar directamente con las máquinas es en muchas ocasiones mucho más potente que andar de un lado a otro con el puntero del ratón.


Slack es otra de las herramientas que han demostrado el poder que tiene conversar con la máquina, como nos contaban en Partyline.rocks (toma dominio), y como decía en realidad llevamos décadas conversando de una manera u otra con el ordenador. La consola de los sistemas UNIX y de MS-DOS era clara demostración de eso -que Microsoft y Apple la escondiesen tanto en sus sistemas operativos dice mucho de ellas-, pero luego vimos cómo hablar con el ordenador podía ser muy divertido: las aventuras conversacionales lo volvían a plantear, aunque luego se transformaran en aventuras gráficas que de nuevo hiciesen nuestra vida más cómoda (un click de ratón era más rápido que andar escribiendo) pero no necesariamente mejor.
Y en estas estamos, sorprendiéndonos de que a alguien se le haya ocurrido que conversar con las máquinas mola.
Por supuesto que mola. Y más que va a molar.
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