Bendito TeamViewer

No hablo mucho por aquí de mi madre. Es —aquí no admito discusión— la mejor madre del mundo, y como decimos mi hermano y yo, sigue siendo la madre más guapa del cole. Es lo que le decíamos en aquella época, y la cosa no ha cambiado.
Podría contaros muchas cosas de ella. Por ejemplo, que es mi mayor fan en mi faceta escritora. Me dice continuamente que tendría que escribir un libro, que tengo un don y que ya estoy tardando. Viniendo de mi madre, diréis alguno, esos piropos pierden peso porque son absolutamente subjetivos, pero puedo desmontar ese argumento porque:
- Si por algo se caracteriza mi madre es por ser sincera (acertó al no animarme a que me dedicara al fútbol o al tenis de forma profesional), y
- No solo es mi madre, sino que además es filóloga española (asistió a clase con Lázaro Carreter, ahí es nada) y como tal no solo ha leído y lee a todas horas y sabe de lo que habla, sino que sigue corrigiendo mi magna prosa cuando ve algo que le espanta, que afortunadamente no pasa a menudo.
El caso es que aunque mi madre es la mejor madre del mundo y la más guapa, hay algunas minucias que se le resisten. Y entre ellas, la informática, que disfruta casi a diario a través de ese juego grasioso llamado Spider pero que también le da más de un disgusto cuando tiene que hacer algo en el ordenador que no ha hecho nunca o que no sabe muy bien cómo hacer. O que no le sale, simplemente.


Esa prueba de fuego para cualquier sistema operativo y aplicación que se precie —la prueba Paqui, podríamos llamarla— demuestra cómo aún queda mucho por resolver en temas informáticos. Mucho presumen Microsoft, Apple o Google de usabilidad y sencillez de uso, pero estos servicios y aplicaciones no deben serlo tanto cuando gente formada y capaz se frustra una y otra vez ante problemas que simplemente no soluciona porque no recibe pistas de cómo hacerlo.
Mis visitas al hogar materno suelen de hecho darme algún que otro trabajo de soporte informático. Mi madre siempre me dice que ni se me ocurra quejarme, que para eso me da de comer cosas ricas, pero ella sabe que a mí ayudarla en cualquiera de estos problemas no me cuesta nada. Faltaría más, mami.
Evidentemente esos problemas no siempre pueden esperar a resolverse, y ahí es donde entra una bendita y maravillosa aplicación que le ha resuelto muchos problemas a mi madre y que a mí me
ha permitido convertirme en su único herederoha ahorrado unas cuantas visitas a su casa.
Se trata, cómo no, de TeamViewer.
Ya sé que existen otras aplicaciones de administración remota de PCs, pero hace mucho que TeamViewer me conquistó por su sencillez de uso y su funcionamiento impecable. Le instalé el cliente a mi madre hace unos años y siempre tiene el iconito en el escritorio, de la mano de su adorado Spider, por su surge algún problema. Y ahí estoy yo, al otro lado de la línea para resolvérselo gracias a esta herramienta.
Ayer mismo me llamaba para contarme, frustrada y desesperada, lo que le había pasado. Siempre le digo que jamás seré capaz de entender lo que trata de explicarme por teléfono: cuando me explica los problemas informáticos que tiene es como si hablase en otro idioma, y eso es tanto culpa suya (que no domina la terminología) como mía (que la domino demasiado y no logro ponerme en su lugar). Pero ahí está TeamViewer.
—A ver mami, dame tu ID y tu contraseña de TeamViewer.
—Espera que cierro el internet —dice ella mientras cierra Firefox. No acabo de convencerla de que puede tenerlo ejecutándose detrás mientras hace unas cosas. No se lo cree, supongo.
—Igual tienes que cerrar el Spider, mami.
—¿En serio? ¡Estoy a mitad de partida! —replica con dudas sobre si el problema es realmente tan urgente.
—Es broma. Anda, dale a Windows + D.
—Javier —siempre me llama por mi nombre completo cuando me regaña o cuando la cosa se pone seria— no empecemos.
—Jopes mami. Anda, cierra el Spider para que puedas ver el iconito de TeamViewer.
—Ahí está. Qué bonito es. Ale, ya le he dado. Mi ID es cachipún y mi contraseña cachipán.
Ahí se acaba el problema. Con la pantalla delante me explica de nuevo los hechos, pero una vez conectados vía TeamViewer todo cobra sentido. En dos minutos habíamos resuelto el problema, algo que tiene una parte buena y una mala. La buena es lógicamente que se acaba el problema. La mala, que ver cómo lo hago y descubrir que era una tontería frustra aún más a mi madre, que cualquier día de estos escribirá una de sus famosas cartas a Satya Nadella —[es el mandamás de Microsoft, mami]— para decirle que a ver si se pone las pilas de una vez con Windows 10.
Mientras tanto, eso sí, puedo tener la seguridad de que todo ese tipo de problemas se podrán resolver con una sesión de TeamViewer. Otros requieren soporte presencial, claro, pero esos los canjearemos con algún postre de café (ríete tú del tiramisú) o algún bombón gigante con ración extra para su
único herederoescritor preferido.
Bendito TeamViewer. Gracias.
Dedicado, por supuestísimo, a mi madre.