Basta ya, Sr. Trump
En la primavera de 1991 yo estaba terminando mis estudios de COU en un año absolutamente espectacular para mí. En junio acabaría haciendo la selectividad (ahora EvAu PAU), que me saldría regular pero que aún así me daría acceso a estudiar Informática. Es lo que yo había querido estudiar desde casi siempre, pero en el centro donde estaba me dieron una sorpresa. Antes de la selectividad tenías que hacer una serie de pruebas psicotécnicas y una entrevista con un psicólogo-orientador con un objetivo: él te diría por dónde creía que debías tirar.
Recuerdo aquella entrevista muy bien. El psicólogo, afable y con cara de buena persona, hojeó mis pruebas y me leyó los resultados. "Pues según tus pruebas, deberías estudiar Económicas". "¿Económicas?", dije yo asombrado. "Ni lo había pensado, la verdad. Nunca me ha llamado la atención, yo siempre he querido estudiar Informática".
El tipo aceptó aquello con elegancia y con solvencia. Él estaba allí solo para orientar. Que tú luego tomases tu decisión era cosa tuya. Y desde luego, estudié Informática, para mi pesar.
Lo curioso es que no entiendo por qué me salió un resultado así cuando a mí jamás me interesó la economía. De hecho siempre he tenido estos temas cogidos con pinzas, aunque en los últimos años he ido comenzando a entender algunas cosas tanto por afición como por obligación. He aprendido algunas lecciones básicas pero importantes (invertir mejor que ahorrar) y he ido ganando un ligero pero sano interés por algunos temas económicos.
Pero lo que está pasando en el mundo no lo acabo de entender del todo. No nos iba mal con el capitalismo y la globalización. Al menos, no nos iba fatal. La gente a mi alrededor era, creo, razonablemente feliz —o al menos estaba razonablemente satisfecha— perteneciendo a esa clase media-alta aspiracional que se acabó comprando el Tesla (nope), viviendo en un miniresort burgués (yep) o convirtiéndose en campéon de pádel del barrio (yep).


Pero a los mandamases no parece que les acabase de convencer la situación. Desde luego no le convencía a Trump, al que le han llamado de todo. Sobre todo, loco. Yo mismo lo hice. Probablemente no lo esté. Quizás sea un genio bocachanclas, y por eso se lleva tan bien con Elon Musk, que es el rey del país de los genios bocachanclas. No sé.
Pero lo que está haciendo con los aranceles es muy loco. Como digo, no soy economista así que me pierdo un poco en estas batallas, pero es que no creo que ni los mejores economistas lo entiendan bien. Sobre todo porque las implicaciones de lo que está haciendo con los aranceles y con esa estrategia proteccionista es, en mi modesta y totalmente inexperta opinión, es cagarla. Que sí, que muy bien el make America great again, pero no si al mismo tiempo le haces la puñeta al resto del mundo.
En realidad Trump ya avisó en su primera legislatura. Ya le paró un poco los pies a China —que se ha aprovechado durante décadas de su dimensión y de ser la fábrica del mundo— y ahora quiere parárselos a todo el mundo porque la economía no es un juego de suma cero. Alguien sale perdiendo siempre, y aquí parece que saldremos perdiendo casi todos. Sobre todo, la inmensa mayoría de la población, a la que todo les costará más caro. Sally y yo nos tomamos el otro día un doble de cerveza y nos escandalizamos cuando nos cobraron cuatro euros por cada uno. Me temo que vamos a echar mucho de menos esos dobles a cuatro euros. Y los iPhone a 1,000, más. Y eso que yo (de momento) no compro iPhone.
Pero así están las cosas. Desatadas. Con las bolsas cayendo como solo lo han hecho un puñado de veces en la historia —y pinta a que caerán más— y con el mundo preguntándose qué pasa ahora. Porque esto es un peligroso dominó en el que todos van a intentar ir a la suya. Los equilibrios que existían eran delicados, pero ahora pueden derrumbarse, y si todos empezamos a hacer la guerra por nuestra cuenta —recemos porque solo sea comercial— va a haber, insisto, muchos perdedores.
No tengo ni idea de cómo va a acabar esto, pero la verdad es que no pinta muy bien.
No sé. Igual tenía que haber estudiado Económicas.
Maldición.