Historia de un hombre duro de oído

Historia de un hombre duro de oído
audiofilo

Hace muy, muy poco tiempo, en un pueblo no muy, no muy lejano de Madrid se produjo un acontecimiento sin parangón. Un gran amigo, audiófilo y fanático de la alta fidelidad -el sonido es poderoso en él- me invitaba por tercera ocasión a oír unos temas en su equipo de audio.

Que no era un equipo cualquiera, claro. Entre otras cosas, deja para el arrastre a mi actual sistema de cine en casa, que parece fabricado por Feber a su lado. Diré más: es tan brutal y complejo que yo no sería capaz ni de poner un CD. Muy de Iron-man, vaya. Del de la peli.

Así que me vi allí con otro acompañante ilustre -mantendré las identidades en secreto- que como yo se vio más bien empequeñecido ante tal despliegue de válvulas, amplificadores, preamplificadores, preprocesadores, prealimentadores y pre-todo. El respeto a ese templo al sonido le dejaba a uno más bien acongojado. Y para alguien duro de oído como yo, pues lo otro. Ya sabéis, ese calificativo que rima con el anterior pero que prefiero no poner para no ensuciar mi deliciosa prosa (anda, rima también).

Y allí empezó la exhibición auditiva. El deleite llegó en temas que era mejor escuchar con los ojos cerrados y que sonaban estupendamente (de nuevo, omito palabras malsonantes) y que eran, como el equipo que los reproducía, especiales. Grabados a mayor frecuencia y con mayores tasas de muestreo de lo normal, y que por tanto permiten ofrecer una riqueza y rango auditivo -creo que no se dice así, pero ya me entendéis- mayor de lo habitual. Nuestro anfitrión nos trató de explicar las diferencias, ventajas y desventajas de esos procesos y además disfrutamos de distintos soportes: un CD de calidad extra-superior, un vinilo igualmente espectacular, de esos que también pesan más de lo normal, y que entre otras cosas estaba grabado sin que hubiera habido pasos a digital previo -esto es importante, no había pérdida alguna desde la grabación y el máster- y también algún fichero FLAC comprado de tiendas online que precisamente están pensadas para audiófilos y te venden esas canciones en máxima calidad.

Y aquí es cuando viene mi confesión: no sé si hubiera logrado notar la diferencia si me hubieran puesto una canción en un MP3 de los de toda la vida. Puede que sí, pero no hicimos la prueba, porque escuchar un MP3 en ese equipo hubiera sido como hacerse un calimocho con un Petrus, supongo. Mi buen amigo me explicaba que aun siendo un sorderas musical como yo tenía que notar algunas diferencias, como esa capacidad de esos equipos para separar instrumentos y colocarlos en distintas posiciones. “Si cierras los ojos“, me decía, “deberías poder seguir la melodía de un solo instrumento sin problemas”. No sólo eso, añadía después: “deberías poder señalar en todo momento dónde está el batería, el bajo, el guitarra, los teclados o el/la cantante”. Porque estos sistemas de audio buscan que precisamente la experiencia musical sea la que uno tendría si estuviese en los estudios de grabación como un espectador más de ese proceso. Y tiene razón: sí que hay claridad en la separación de los instrumentos, y sí que se aprecia su localización espacial. De lo que no estoy tan seguro es de que yo le dé demasiado valor a eso. Y ese es mi pequeño temor, claro: no saber apreciarlo es, probablemente, como conformarse con un whopper cuando uno puede ir a un sitio como Le Cocó (no he podido evitarlo, no he podido evitarlo, no he podido evitarlo).

Así que salí de aquella experiencia como quien sale de esos eventos en los que se supone que todo es la pera limonera y tú no lo valoras. Vamos, que me hubiera merecido un comentario tipo no está hecha la miel para la boca del asno.

Que es algo a lo que hacíais referencia algunos en el fantástico debate del post sobre Apple de ayer. En los comentarios surgía la duda sobre la calidad de audio en Apple Music, y pronto confirmásteis que ese servicio hará streaming de ficheros AAC a 256 kbps, por los Ogg a 320 del servicio Premium de Spotify o el streaming de audio lossless de Tidal con los que este servicio quería diferenciarse en ese apartado. Para alguien que como yo es durito de oído (y de paladar, por lo visto), la diferencia no debería significar demasiado, pero ya no lo tengo tan claro. Voy a tener que hacer el test ciego que propusieron hace poco en NPR, pero me da miedo hacerlo en mi castaña de equipo de audio y en mis auriculares de andar por casa (también deben ser Feber marca blanca).

Igual me estoy perdiendo un mundo de sensaciones y debería invertir en este apartado. En Xataka Juanky ya publicó dos comparativas distintas, uno para auriculares de menos de 200 euros y otra para auriculares in-ear de menos de 70 euros, mientras que no hace mucho vi el sorprendente mega-informe de Marco Arment al respecto. Pero imaginaos el panorama si me gasto ese pastizal en uno de estos prodigios de la ingeniería de audio y me quedo como estaba. Porque si no he apreciado muchas diferencias en el sancta sanctorum universal de audio, ¿por qué las voy a apreciar con unos auriculares?

A mi me da que simplemente soy un ceporro auditivo. Maldición.

Va por ti, entrenador.