El Apple Watch ya es mío

El Apple Watch ya es mío
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Sé que creéis que renegaba de él. Os he estado engañando todo este tiempo. Lo puse a caldo aquí hace más de un año para ver cómo reaccionábais no solo en una, sino en dos ocasiones. Dejaba claro que para mí el producto era una demostración más de nuestra irracionalidad a la hora de comprar cacharritos. Me quejaba de cómo se confunden lujo y diseño con algo tan importante como esa teórica funcionalidad eterna de los relojes tradicionales. Lo ponía una vez más a caldo cuando hablaba de modelos que para mí parecían claramente superiores. Todo con tal de que no me tomáseis por un fanboy. Solo hacía un guiño a ese dispositivo para ver si me captábais a finales de verano.

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Pero daba igual. No me captábais. Seguíais dándome la razón, algún fanboy de los de verdad seguía diciéndome que no tenía ni idea, y yo me divertía leyendo los comentarios. Engañándoos a todos. Generando polémica y flame wars a diestro y siniestro con ese toque amarillista que siempre me ha caracterizado y que ha sido como un filón en Incognitosis. No os habéis pispado, almas de cántaro.

Por que en realidad suspiraba por el Apple Watch. Y por fin es mío.

Me lo trajo Papá Noel, que es más majo que las pesetas, pero no quería decir nada hasta hoy para poder hablar desde esta breve pero religiosa experiencia. Este dispositivo es mágico. Todo lo que criticaba era precisamente todo lo que no podía parar de valorar en secreto y no podía parar de esperar a poder usar yo mismo.

Para empezar, qué diseño. Cuadrado, como debe ser para demostrar elegancia suprema. ¿Quién dice que los relojes tienen que ser redondos?. Nah. El cuadrado es el nuevo círculo. Y además grandote y gordito, como debe ser. Se tiene que ver, y Apple lo sabe, porque Jony Ive es un genio. Con ese aluminio pulido, esas correas intercambiables -estoy ahorrando para dos o tres, en mi cumple me pediré al menos otra- y ese detalle sublime: la corona que a su vez es sistema de control de la interfaz. Poder ir rotando entre pantallas con pequeños giros de mis dos dedos -la hubiera pedido más grande, eso sí- es genial. Es mágico.

Pero es que luego están las aplicaciones. No paro de mandar dibujitos a mis amigos con Apple Watch (cada vez somos más, ele), pero además puedo mandar respuestas predefinidas en WhatsApp para no liarme, o bien dictar alguna respuesta de voz. El soporte de Siri es impresionante y solo puede ir a mejor, y luego están esas aplicaciones que no paran de demostrar por qué Apple está donde está. Poder ver Instagram o Twitter en esa pantallita quizás no es muy adecuado (aunque se pueda), pero lanzar Shazam, un traductor de idiomas como iTranslate (¡cuidado con el roaming!) o pedir un coche de myTaxi es algo que me parece alucinante porque me ahorra tener que sacar el móvil a todas horas.

Es eso precisamente lo que más noto. Esas pequeñas alertas vibratorias que responden a notificaciones o a consejos para que uno se active físicamente -ahora como turrón, polvorones y jamón serrano a dos carrillos sabiendo que voy a estar en forma en un pliqui- transforman mi experiencia y me permiten algo aún más mágico. La gente ya no nota que paso de ella cuando están delante mío y yo quiero leer un WhatsApp. Ahora puedo pasar de ellos disimuladamente mientras hago como que miro la hora. Maravilloso, maravilloso. De hecho no les importa nada porque les encanta verme con mi Apple Watch, no paran de mirarlo con ojitos de corderitos degollados. Soy el que más molo allí donde voy. Bueno, yo y los tropecientos que se han pillado también el reloj por Navidad, pero me da igual. I’m lovin’ it.

Por fin eres mío. Mi tesssssoro.

Aviso: Por si habéis llegado hasta aquí sin oléroslo, todo esto es una sarta de mentiras. Inocentes, que sois unos inocentes. Por el amor de dios, que me conocéis ya un poquito a estas alturas, ¿no?


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