Amazon y los calcetines

En agosto de 2016 Marc Andreessen dijo aquella famosa frase de 'software is eating the world'. La frase se ha convertido en toda una referencia para gurús de medio pelo que sustituyen 'software' por cualquier otra cosa cuando quieren sentirse visionarios, así que como yo aún tengo pelo iré con mi modificación.

Amazon is eating the world.

He escrito antes sobre Amazon y seguiré haciéndolo en el futuro, pero hoy toca hacerlo desde una perspectiva oscura. No precisamente por cómo va la empresa: la semana pasada dio sus resultados financieros para el segundo trimestre del año y pisoteó las previsiones de Wall Street. Lo hizo además no gracias a su segmento de comercio electrónico, chavales, sino a otros dos negocios que crecen como la espuma: su plataforma en la nube y, atentos, la publicidad.

En Amazon todo va como un tiro. Bueno, casi todo. La empresa no para de crecer y atacar nuevos frentes, pero lo que está claro es que la base en su división de comercio electrónico ya la tiene bien planteada. Amazon como tienda online es la envidia del mundo mundial, y Amazon Prime es esa suscripción casi invisible que nos está convirtiendo gradualmente en zombies de Amazon.

La diferencia que ha marcado Amazon nuestros hábitos de compra es alucinante, disruptiva y totalmente revolucionaria. Estás en casa y necesitas unos calcetines. Y no tienes Amazon.

—Sally, necesito unos calcetines.

—Pues hasta la semana que viene no voy a Carrefour.

—Pero es que mañana tengo un evento y no puedo ir con mis calcetines de marcianitos.

—Pues dale: te coges el coche y te vas a Carrefour tú solo.

—Uf, qué pereza.

—También puedes pedirlos online.

—Ya, pero el envío son (los que sean) euros.

—El tiempo es oro, Harry, el tiempo es oro.

—Maldición. Qué dilema. Bueno, igual puedo ir con los calcetines de marcianitos.

—Te quedan estupendos, maridete. No hay miedo.

Y luego, el mismo diálogo si eres cliente de Amazon Prime.

—Sally, necesito unos calcetines.

—Pues nada, ya sabes.

—Sí, estoy en Amazon viendo modelos, este está bien.

—Sí, mola.

—(Suena un clic del ratón). Ale, comprados.

—Perfecto.

—Clic. Clic. Clic.

—Harry, ¿qué haces?

—Pues que ya puestos he comprado un bote de Nesquik, una memoria USB de 64 GB y unas palas para la playa. Todo en descuento, llega todo mañana y gratis, Sally, que somos clientes Prime.

—Vaya con el gatillo fácil, Harry.

—No tengo la culpa. Es Amazon.

Esa es un poco la historia de tantos y tantos usuarios de Amazon Prime, y también la de este redactor de Gizmodo que hace unos días me hacía reflexionar con su artículo, titulado 'I'm Starting to Have Serious Doubts About Amazon Prime'. Y cito:

No es tanto que Prime sea un buen negocio. Es que Prime es un gran truco. Cuando miro hacia atrás en mis gastos durante los últimos cinco años, mi perfil coincide perfectamente con el del miembro típico de Prime. Según Consumer Intelligence Research Partners (CIRP), los clientes de Prime gastan más del doble de dinero en productos de Amazon que los que no son miembros, y cuando Amazon sube el precio de la membresía, esos clientes de Prime gastan aún más.

Así es, queridos lectores. Es el efecto bufé, pero en plan chungo. Tienes tarifa plana de comida, así que comes más de lo que debes. Tienes tarifa plana de envíos, así que compras más cosas que por supuesto te hacen gastarte más dinero. Y como dice el artículo, cuando Amazon suba el precio de la suscripción (y lo hará pronto en España, dicen) todos pagaremos y luego compraremos aún más de lo que comprábamos. Para amortizar, ya se sabe. Y como diría el bueno de Benedict —que ya escribió sobre su temible potencial—:

https://twitter.com/BenedictEvans/status/1022485873974075393

Así es, queridos míos. Y queridas, mías también. Y Amazon tendrá buena culpa de ello. Y como somos así —y soy el primero en entonar el mea culpa— estamos en peligro de que Amazon se lo coma todo, y ya no exista el comercio físico, y no existan los competidores (o casi) y Amazon tenga tal monopolio, de facto o no, que comience a sacar verdadero partido de su poderío con imposiciones que ya no nos gustarán tanto.

Y entonces estaremos apañados.

Y ahora perdonadme, que me tengo que ir al Carrefour a comprar unos calcetines.