Airbnb, Uber y el fraude de la economía colaborativa

Airbnb siempre me pareció una ideaza. Qué chulo poder alquilar esa casa a gente que no la utilizaba para ahorrar tú y que se sacasen un dinerillo extra ellos. Todo pintaba bien porque oye, los hoteles se estaban poniendo por las nubes y cuando buscabas algo en Airbnb solían salir cosas estupendas a muy buen precio.
Luego la cosa empezó a cambiar: de repente Airbnb se corrompió y los precios empezaron a ser disparatados. Sigue habiendo de todo, claro, pero ha habido un contagioso efecto que ha hecho que muchos sitios simplemente no compensen ya y que al final el hotel de siempre sea mejor opción: lo que antes era un chollo se ha convertido en un timo.
Es un poco lo que comenta esa chica en Twitter. Uno busca en Airbnb un sitio majo para pasar una noche y oye, el precio parece chulo. El problema es que el precio por noche es solo parte del precio por noche, porque a él hay que añadirle las tasas de limpieza, de servicio y de ocupación (al menos en ese caso). Total, que el incremento de precio acaba siendo absurdo.
Las cosas se han ido tanto de madre que hace unas semanas Airbnb acabó siendo criticada a lo bestia por usuarios en redes sociales, y eso dio pie a que muchos medios —incluidos algunos muy gordos como The Washington Post— cubrieran aquello y dieran la voz de alarma. Aquí estaba pasando algo. ¿Cómo era eso que decían de la economía colaborativa?
El problema no solo estaba en la subida de precios: estaba, como decía esa otra chica, en que Airbnb se había corrompido totalmente y había hecho que mucha gente quisiese aprovechar su auge para forrarse con aquello. Los pisos turísticos han acabado siendo una pesadilla para ciudades como Barcelona y han provocado muchos efectos chungos, incluidos la subida del precio del alquiler. Lo mismo ha ocurrido en Madrid y en otras muchas ciudades del mundo como París en las que han tenido que imponer restricciones a este despiporre de los pisos turísticos.
Pero es que además está lo otro: esto de la economía colaborativa a menudo ha traído consigo el debate de esas nuevas economías que se escapaban de los tradicionales impuestos o los esquivaban. Las reglas del juego no eran las mismas para (por ejemplo) los propietarios de hoteles que para esos propietarios de pisos turísticos, y aquí ha habido mucha picaresca y mucho juego sucio.
Y lo que es cierto para Airbnb es cierto para los Uber y Cabify del mundo. Hace unos cuantos años que publiqué un artículo en Xataka sobre el tema y luego comenté también mi experiencia al hacer ese tema con un 'Los trapos sucios de Uber' aquí. Como decía entonces, Uber era un "caso flagrante de economía colaborativa sumergida". En todas estas empresas, se llamen Airbnb, Uber, Cabify, o Glovo los principios son los mismos: lavarse las manos y acudir al "hombre, esto es una oportunidad para mucha gente".
La realidad es muy distinta, como luego se ha visto por todos lados. Detrás de esos maravillosos servicios que nos hacen la vida más cómoda suele haber gente sin contratos o con contratos precarios y todas las tretas posibles para maximizar beneficios y, por supuesto, para pagar menos impuestos que nadie. Glovo (de nuevo, sustituir por cualquier otra de estas) es, como decían en el Confi hace años, "el demonio".
Así que el escenario es lamentable, pero lo curioso es que durante años nos creímos que eso era posible. Aibnb era barato, Uber era barato, Glovo era barato. Sorpresa, chicos: no lo eran. Lo que han hecho todas estas empresas es subvencionar sus servicios: eran baratos porque ellos asumían buena parte del coste.
En The New York Times hacían un tema fantástico hace unos días sobre esto y dejaban claro el caso de Uber, que según una investigación de BuzzFeed News durante parte de 2015 estaba gastando un millón de dólares a la semana en incentivos para conductores solo en San Francisco. El objetivo era ganar volumen: ya subiremos precios luego. Lo hicieron, claro.
En el NYT citan unos cuantos ejemplos más. Por ejemplo el de Bird, la empresa de patinetes que iba a a cambiar la movilidad personal en todo el mundo. Aquello parecía una chulada. pero es que en 2019 "Bird perdía 9,66 dólares por cada 10 dólares que ganaba con los trayectos, según una reciente presentación a inversores". Antes coger uno de esos patinetes costaba un dólares más 15 centavos por cada minuto. Hoy cuesta un dólares más 42 centavos en según qué ciudad. De perder 9,66 dólares por cada 10 que costaba el trayecto ha pasado a ganar 1,43 dólares por cada trayecto de 10 dólares. Anda, mira. Beneficios.
Parece que la mecánica ha sido la misma en todos los casos. Vamos a gastar un montón de pasta en que esto parezca barato, hagamos que la gente sea adicta a estos servicios, que luego ya tendremos tiempo de subir precios. Así ha sido: no sé a vosotros, pero a mí ya no me parece ningún chollo (normalmente) buscar un piso en Airbnb para una escapada o un trayecto en Uber o Cabify para ir al centro de Madrid. Un hotel o un taxi de los de toda la vida parecen mejor opción en muchos casos.
No sé cómo evolucionará el tema, pero lo cierto es que parece que estamos dándonos cuenta de que lo de la economía colaborativa era un invento de vendemotos. Nadie regala duros a cuatro pesetas, y diría que si todo sigue como parece, los Airbnb y Uber del mundo lo van a tener crudo para estar aquí los próximos diez años.
Igual vamos a tener que dejar de coger el patinete. Igual mejor coger el metro o, herejía, andar un poco. Uf. Qué pereza, ¿no?